El presentador y escritor publica una novela ambientada en la Jerusalén del siglo I. «¿Por qué ser cristiano, creer en la figura de Jesús de Nazaret, tiene que ser algo negativo? No lo es», asegura.
Vuelve a presentar un libro casi un lustro después. ¿Qué le ha llevado a enfrentarse de nuevo al folio en blanco?
Tener una historia que contar. Y yo, gracias a un viaje a Jerusalén, la tenía.
¿Por qué ese viaje a Jerusalén? No es un momento cualquiera para llevar al lector allí. ¿Andaba en búsqueda de una historia que contar?
Para nada. No. Jerusalén la tenía en mente desde los 15 años, cuando leí por primera vez Caballo de Troya, de J. J. Benítez. Más tarde, cuando maduré, la figura de Jesús de Nazaret me empezó a llamar mucho la atención, tanto en su vertiente religiosa como en la parte más del misterio. Al final, me convertí en un chaval de fe, aunque tuve una crisis gigante durante muchos años y la perdí totalmente. Perdí la fe en todo. En ese momento, no encontré a nadie que me acompañara a Tierra Santa y el viaje terminó aparcado en un rincón de mi subconsciente. Luego conocí a mi mujer, que es muy creyente, y fue ella la que me llevó. Allí en Jerusalén recuperé la fe en la amistad, en el trabajo y en mí mismo. Así que, después de aquel viaje, me di cuenta de que ya tenía una historia que contar.
Entiendo, entonces, que el personaje protagonista, Jacob, que pierde la fe, ¿es autobiográfico?
Un poco. Tiene cosas personales. El viaje de Jacob es el viaje de un niño que, como sobrino de Simón el Zelote, el apóstol, conoció de primera mano a Jesús: sus palabras, su amor, su misericordia y sus enseñanzas, además de sus milagros. Lo que pasa es que el niño, según se va haciendo mayor, va viviendo una serie de vicisitudes que le llevan hasta una disyuntiva: seguir el camino de la espada y la guerra que le ha marcado su padre o seguir el camino de la cruz, de la esperanza y de la vida eterna que le enseñó Jesús. Al final, es un viaje de fe, de su pérdida, y hay que descubrir si termina encontrando su propósito y recupera la fe que una vez tuvo.
¿Cómo acaba no la historia de Jacob, sino la suya propia? Antes hablaba de la fe en el trabajo y en uno mismo. ¿También ha recuperado la fe en Jesús? ¿O su interés por el nazareno es solo literario?
Es un interés literario porque hay un interés espiritual, lógicamente. Hay un ejercicio de fe. Me ha pasado un poco —sin ánimo de compararme porque estoy hablando de uno de los más grandes—, como a Pablo de Tarso. Hombre, no es que persiguiera a Jesús, pero sí renegaba un poco de Él. Ahora no tengo ningún pudor en decir que «fui creyente, dejé de creer y volví a la fe». Lo que pasa es que maduramos, tenemos una serie de experiencias en la vida y estas, en mi caso, me han llevado a perder el pudor en este ámbito. Del mismo modo que uno dice abiertamente, y lo dice con todo orgullo, «no creo, soy ateo, soy agnóstico». O «me encanta el budismo». Pues yo al contrario. ¿Por qué ser cristiano, creer en la figura de Jesús de Nazaret, tiene que ser algo negativo? Pues no lo es y lo digo abiertamente. Al final, si uno se pone a bucear en las Sagradas Escrituras, nos vamos a encontrar con personajes, con arquetipos de personajes, en los que todos, en mayor o menor medida, voluntaria o involuntariamente, nos hemos visto identificados: todos hemos sido alguna vez Pedro y hemos negado; todos hemos sido alguna vez Tomás y hemos dudado, y todos hemos sido alguna vez Judas y hemos traicionado. Insisto, voluntaria o involuntariamente, pero en algún momento hemos hecho daño a alguien.
¿La figura de Jacob puede ser paradigmática respecto de la situación que viven muchos jóvenes contemporáneos con el tema de la pérdida de la fe?
Totalmente, por eso yo creo que últimamente estamos viendo más canonizaciones de gente joven. Son como los influencers de Dios.
¿A qué tipo de público espera llegar? ¿Y con qué le gustaría que se quedara quien acceda a la novela?
Me gustaría, sobre todo, que entretuviera, independientemente de tu fe o la ausencia de ella. Si eres creyente vas a tener un tipo de lectura y si no eres creyente vas a tener otro. Es para todos los públicos, como puede ser Ben-Hur, un filme que no creo que nadie haya dejado de ver porque al final sale Jesús de Nazaret. Dicho esto, el leitmotiv, el claim por encima de todas las cosas, es la búsqueda de propósito. Las preguntas clave son: ¿Tienes un propósito o quieres tenerlo? ¿Qué estás dispuesto a sacrificar por ese propósito? En realidad, si nos damos cuenta, la historia de Jesús es la de un sacrificio hecho por un propósito, por la redención de la humanidad. Es la historia del mayor de los fracasos, que es la muerte, y del mayor de los éxitos, que es la resurrección. Y todo ello llevado a cabo junto a los doce apóstoles y un grupo de mujeres, tan importantes en la difusión de ese primer protocristianismo.
Ellas tuvieron un papel clave en el cristianismo primigenio.
Ciertamente. Las mismas cartas de san Pablo nos hablan de la importancia de las mujeres en Antioquía, en el Mediterráneo, en lo que se refiere a la difusión del mensaje y el ministerio de Jesús. Me viene también a la memoria Lucas, su médico amado, el cronista, el periodista, el evangelista, el autor del Evangelio de la misericordia, que pone de relieve la importancia de la figura femenina. Ellas, por ejemplo, serán las que avisen a los apóstoles de la resurrección. Y luego está, por supuesto, la Señora, la Virgen.
Título: Te he llamado por tu nombre
Autor: Christian Gálvez
Editorial: Suma de Letras
Año de publicación: 2024
Páginas: 560
Precio: 23,90 €
JOSÉ CALDERERO DE ALDECOA
Alfa y Omega
16 de diciembre 2024