El Pontífice celebra hoy, 13 de diciembre, el aniversario de su ordenación sacerdotal en 1969. La culminación de un camino iniciado a los 21 años, pero que nació cuando un Jorge Mario Bergoglio de 17 años tuvo una profunda experiencia de Dios en una confesión. Una llamada como la de San Mateo, una imagen que siempre ha acompañado su camino espiritual.
Ciudad del Vaticano, 13 de diciembre 2024.- «Padre… prefiero que me llamen padre, porque lo que más me gusta es ser sacerdote». La vocación al sacerdocio, la que le llevó a ordenarse el 13 de diciembre de hace cincuenta y cinco años (1969), es quizá una de las experiencias más íntimas del Papa Francisco, capaz, a distancia de años, incluso de conmoverle. El Pontífice argentino celebra hoy el aniversario de su sacerdocio. Cincuenta y cinco años desde que el arzobispo de Córdoba, monseñor Ramón José Castellano, impusiera las manos al joven Jorge Mario, que entonces tenía 33 años.
La llamada de Mateo
Fue la culminación de un camino que comenzó a los 17 años. Esa era la edad del futuro Papa estudiante argentino el día en que, durante una confesión en la parroquia, tuvo un contacto directo y profundo con Dios. Una llamada. Y hay una imagen a la que Bergoglio -él mismo lo confía en muchos libros y entrevistas, antes y después de su pontificado- asocia ese momento, el cuadro de Caravaggio «La llamada de Mateo», una obra de arte -conservada en la iglesia de San Luis de los Franceses de Roma- que figura entre las más queridas del Papa. A menudo le gusta detenerse ante ella para admirar su simbolismo, los significados ocultos tras el juego de luces y sombras, ese haz de luz que, casi como un iris en un teatro, acompaña el gesto de Jesús de señalar con el dedo a Mateo. Un dedo, similar al dedo de Dios en la «Creación» de Miguel Ángel, que simboliza la gracia, la posibilidad de abandonar una vida de pecado y renacer a una vida nueva. Y hacerlo a través de su misericordia.
Ese dedo que Francisco siempre sintió que le señalaba: ‘Así es como soy. Así es como me siento. Como Mateo’, le dijo el Papa al padre Antonio Spadaro en agosto de 2013, en una de las primeras entrevistas que dieron a conocer los lados más íntimos y personales del Pontífice elegido unos meses antes. «Me llama la atención el gesto de Mateo: agarra su dinero, como diciendo: ‘¡No, yo no! No, este dinero es mío’. Aquí, éste soy yo: un pecador al que el Señor ha dirigido la mirada. Y esto es lo que dije cuando me preguntaron si aceptaba mi elección como Pontífice».
El nacimiento de la vocación
La historia de San Mateo está indisolublemente unida al camino sacerdotal del Papa Francisco. Fue el 21 de septiembre de 1953, el día de aquella «experiencia de Dios» en la que Bergoglio sintió su primer impulso vocacional. Era el día, precisamente, de la memoria litúrgica de San Mateo. Se celebraba en Argentina la fiesta del estudiante y, antes de acudir a los festejos, el joven Jorge Mario pasó por la parroquia a la que asistía y encontró allí a un sacerdote que no conocía. Sin embargo, sintió la necesidad de confesarse. «Esta fue para mí una experiencia de encuentro: encontré que alguien me estaba esperando», relató el Papa en una vigilia participativa de Pentecostés en mayo de 2013 junto a movimientos y realidades eclesiales. «No sé qué pasó, no me acuerdo, no sé muy bien por qué estaba allí ese sacerdote, al que no conocía, por qué sentí ese deseo de confesarme, pero lo cierto es que alguien me estaba esperando. Llevaba mucho tiempo esperándome. Después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había oído como una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que hacerme sacerdote».
La ordenación sacerdotal
A los 21 años, el futuro Papa decidió entrar en el seminario. Optó por la Compañía de Jesús, atraído por la imagen de los jesuitas en «primera línea» en la Iglesia, por la disciplina, por el «carácter misionero». Ingresó en el seminario de Villa Devoto y el 11 de marzo de 1958 comenzó el noviciado en el seminario de los seguidores de San Ignacio, pasando una temporada en Chile y regresando después a Buenos Aires. En su ciudad natal se licenció en Filosofía en 1963. A partir de 1964 enseñó literatura y psicología durante tres años en los colegios de Santa Fe y Buenos Aires. Luego, el 13 de diciembre de 1969, fue ordenado sacerdote con las manos impuestas sobre la cabeza y ante los ojos otra mano, la de Cristo, con el dedo señalando, llamando al jesuita a seguirle, como a Mateo.
Misericordia…
No es casualidad que el lema episcopal -y luego pontificio- elegido por Bergoglio, el futuro Francisco, fuera precisamente ‘Miserando atque eligendo’ (‘Lo miró con misericordia y lo eligió’). Un pasaje de una homilía de San Beda el Venerable que comentaba precisamente el episodio evangélico de la vocación del publicano que se convirtió en apóstol. La misericordia ha sido desde entonces una de las piedras angulares del ministerio del Papa Francisco, declinada en «cercanía, compasión, ternura». Las tres características de Dios pero también de todo sacerdote, como siempre ha dicho a los sacerdotes con los que se ha encontrado a lo largo de los años, con la recomendación de ser ‘padres’ para el pueblo. No como un título, sino como una forma de ser. Él el primero: ‘Padre… prefiero que me llamen padre, porque lo que más me gusta es ser sacerdote’.
SALVATORE CERNUZIO