El Papa escribió una carta al arzobispo metropolitano de Siracusa con motivo del traslado temporal del cuerpo de Santa Lucía desde Venecia, donde se conserva, a la ciudad siciliana, patria de la mártir: su ejemplo «nos educa en el llanto, la compasión y la ternura», virtudes que «no son sólo cristianas, sino también políticas».
Ciudad del Vaticano, 13de diciembre 2024.- Lucía, del latín lux, ‘luz’. La luz límpida de los ojos con los que miró a quienes querían matarla, y lo hizo, porque era cristiana y antes por venganza, tras un «no» al pretendiente que no quiso respetar su elección de consagrarse a Cristo. En el martirio de Santa Lucía hay un mundo de valores intemporales: está el «ser una persona límpida, transparente, sincera», el «salir de las ambigüedades de la vida y de las connivencias criminales». Y está el ejemplo de una mujer libre, que demuestra la necesidad del «trabajo y la palabra de la mujer en una Iglesia en salida, que es fermento y luz en la cultura y en la convivencia».
Buena fortuna mutua
Es un retrato admirativo el que el Papa hace de la santa siracusana el día de su memoria litúrgica. Con ocasión del Año Luciano a ella dedicado, los restos regresan temporalmente a su ciudad natal -donde fueron enterrados tras su asesinato en odio a la fe durante las persecuciones del 304- y de donde fueron robados para acabar primero en Constantinopla y luego, tras el saqueo de la ciudad en 1204, en Venecia como botín de guerra.
En la carta enviada por Francisco al arzobispo de Siracusa Francesco Lomanto, el Papa agradece en primer lugar la «peregrinación» del cuerpo del santo en vísperas de la gran peregrinación jubilar. «Hay luz», escribe, «donde se intercambian dones», mientras que «la mentira que destruye la fraternidad y devasta la creación sugiere, en cambio, lo contrario: que el otro es un antagonista y su fortuna una amenaza».
La fuerza que construye la ciudad
A continuación, Francisco reflexionó sobre la vida y la muerte de la santa siciliana, captando en ella «la dignidad y la capacidad de mirar lejos», la misma «que las mujeres cristianas llevan aún hoy al centro de la vida social, no permitiendo que ningún poder mundano encierre su testimonio en la invisibilidad y el silencio».
El martirio de Santa Lucía, invita el Papa, «nos educa en el llanto, la compasión y la ternura: son virtudes confirmadas por las Lágrimas de Nuestra Señora en Siracusa. No son sólo virtudes cristianas, sino también políticas. Representan la verdadera fuerza que construye la ciudad». Nos devuelven -subraya- los ojos para ver, esa vista que la insensibilidad nos hace perder dramáticamente.
Obedecer a la conciencia
El Papa insiste recordando los ojos y la vista, de los que Santa Lucía es patrona. «Estar del lado de la luz -dice- también nos expone al martirio. Quizá no nos pongan las manos encima, pero elegir de qué lado estar nos quitará parte de nuestra tranquilidad». Como en otras ocasiones, Francisco critica esas «formas de tranquilidad» que «se parecen a la paz del cementerio» y nos hacen «estar ausentes, como si ya estuviéramos muertos». Por el contrario, exhorta, no nos cansemos nunca de educar a niños, adolescentes y adultos «a reconocer a los testigos, a cultivar el sentido crítico, a obedecer a la conciencia». Toda vocación, sostiene el Papa, impone una «elección» y los santos muestran cómo salir de «aquellos refugios personales o comunitarios que nos permiten mantenernos alejados del nudo del drama humano».
Ser fiesta también para los pobres
La recomendación final de Francisco a los siracusanos es que no se olviden de «llevar espiritualmente» a la fiesta «a las hermanas y hermanos de todo el mundo que sufren a causa de la persecución y la injusticia. Incluid a los emigrantes, a los refugiados, a los pobres que están con vosotros».
ALESSANDRO DE CAROLIS