Monseñor Visvaldas Kulbokas, en una entrevista concedida a los medios vaticanos, describe la difícil realidad cotidiana de la población ucraniana, pero también identifica ámbitos de esperanza y solidaridad: la ayuda de los voluntarios en el país es un signo de humanidad en la oscuridad del conflicto.
Ciudad del Vaticano, 18 de noviembre 2024.- En el milésimo día desde el inicio del conflicto en Ucrania, el Nuncio Apostólico en Kyiv reflexionó para los medios de comunicación vaticanos, entre la desilusión en la capacidad de los organismos internacionales para resolver el conflicto y la confianza cultivada a través del trabajo de una Iglesia que no cesa de infundir esperanza y de estar cerca de una población que sufre desde hace demasiado tiempo la agresión militar rusa.
La conversación tuvo lugar en vísperas de un ataque masivo de misiles rusos contra territorio ucraniano, durante el cual se utilizaron más de 200 misiles y aviones no tripulados dirigidos principalmente contra infraestructuras. Además de los daños a las infraestructuras, el ataque causó muertos y heridos entre la población civil.
Monseñor Kulbokas, para ayudar a las personas a cultivar la esperanza, es necesario aliviar su dolor acompañándolas a dar sentido a esta experiencia. ¿Cómo ha llevado a cabo esta tarea la Iglesia en Ucrania durante estos mil días de guerra?
Pienso no sólo en las personas que viven en los territorios bajo control del gobierno de Ucrania, sino también en las que se encuentran fuera de estos territorios y especialmente en los prisioneros. Ayudar a estas personas es muy difícil porque sólo queda la oración, es la única fuerza. Pero tengo mucha fe, porque soy consciente de que la oración puede obrar milagros. Los pastores están al lado de su pueblo y este es el don de la Iglesia católica y también de otras Iglesias y comunidades de fe. Lo vi, por ejemplo, en Kherson, donde escuché historias de sacerdotes que eran prácticamente los únicos puntos de referencia para la gente, y por ello la gente está muy agradecida a los sacerdotes. Así que este estar juntos es muy importante.
El trabajo de los capellanes militares también es muy importante porque los soldados a menudo no saben si estarán vivos al día siguiente o no y ahí la cuestión del sentido de la vida es aún más aguda. He oído varias historias de voluntarios que llevan medicinas a los soldados y que a menudo oyen decir a los soldados: «Eres como Jesús para mí, porque has venido de tan lejos para traerme medicinas». Así que hay un fuerte sentimiento de humanidad. Y luego los propios capellanes militares, hablando en la medida de lo posible con los soldados, siempre les recuerdan: «Mirad, aunque perdáis la salud, la vida o a vuestros familiares, no todo acaba aquí, porque hay alguien que os ama a pesar de todo: y ese es Dios».
Yo diría que esta esperanza para los militares tiene una importancia fundamental, porque realmente hay muchas dificultades. Si nos referimos a los 1000 días transcurridos desde el comienzo de la guerra a gran escala, podemos ver que la guerra no va cuesta abajo, al contrario: en el año 2023 hubo más muertos que en 2022. Si hablamos de este año 2024, hay más muertos que en 2023. Por lo tanto, está creciendo, el sufrimiento está aumentando, y por eso es muy importante tener sentido, el sentido cristiano frente a la inseguridad y el miedo. No me atrevería a decir que la Iglesia lo ha conseguido perfectamente, pero cada pastor o cada creyente intenta hacerlo según sus propias fuerzas.
¿Qué sentido da la gente de Ucrania a los días transcurridos desde que comenzó la invasión rusa?
La guerra dura ya mucho tiempo y hay una sensación de desconfianza. Desconfianza porque el mundo tiene organismos como Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad de la ONU, que resultan ser estructuras inadecuadas, incapaces de resolver nada. También porque en el Consejo de Seguridad hay alguien que está directamente implicado.
En cuanto a los prisioneros, sus familiares siempre me dicen: «¿Pero qué efecto tienen las Convenciones de Ginebra? ¿Se puede visitar a nuestros prisioneros o no?». Los hechos nos dicen que no, que no se pueden aplicar ni hacer cumplir los Convenios. Así que existe una gran sensación de decepción por la forma en que la humanidad aborda esta cuestión, obviamente no sólo aquí en Ucrania, sino también en otras partes del mundo. Así que hay una gran sensación de desconfianza, de hastío. Pero aquí no conozco a mucha gente que cuente los días. Más bien lo hacen en otros países o lo veo en sitios de noticias que lo hacen por razones estadísticas.
En cambio, por ejemplo, en Kyiv estamos abrumados por tantos asuntos y a menudo ni siquiera podemos llevar la cuenta de los días o los meses que pasan. Y esta cuestión de qué sentido puede tener la prolongación de la guerra es muy profunda y yo también me la planteo. Personalmente, la prolongación de la guerra me hace más capaz de comprender las ilusiones en las que a menudo nos apoyamos, de ahí la transitoriedad de las ilusiones. Pero humanamente (la guerra) no tiene ningun sentido.
¿Cómo es la situación humanitaria en el país? ¿Cuáles son las necesidades más urgentes en este momento?
Hay varios grupos de necesidades. Por ejemplo, ex prisioneros o niños que regresan al país y necesitan familias o centros que los acojan. Así que una de las cuestiones es ver qué diócesis o eparquía, qué congregación religiosa tiene posibilidades de acoger a estas personas. Otro reto humanitario es coordinar la ayuda humanitaria porque en 2024 la ayuda disminuyó drásticamente en comparación con 2022. Se necesitarían grupos que puedan dar confianza a los donantes para poner en marcha proyectos o iniciativas allí donde la ayuda ha disminuido.
Otro aspecto es el siguiente: algunos voluntarios de Italia, de la diócesis de Como, que colaboran con el exarcado greco-católico de Kharkiv, me contaron que en los últimos días han visto que en las regiones de los alrededores de Kharkiv hay mucha gente que necesita casi de todo, desde leña para la calefacción hasta productos de higiene, ropa para el invierno, agua, alimentos. También veo problemas similares en la región de Zaporizhzhia. Sé, por ejemplo, que en la región de Kherson, los curas llevan agua potable a la gente. En muchas regiones, el agua potable es un bien escasamente accesible. Así que en realidad hace falta un poco de todo.
¿Hay algún aspecto del servicio de la Iglesia que, en su opinión, haya pasado a primer plano en el contexto de la guerra?
Ciertamente, hay varios aspectos que abordar. Uno de ellos también lo hemos abordado hoy con un pastor protestante. Hemos hablado de que en el contexto de la guerra es muy importante buscar formas de permanecer unidos. No se pueden resolver todas las dificultades que existen entre las distintas confesiones y comunidades, pero es muy importante hacer hincapié en lo que nos une. Otro aspecto muy importante es que la Iglesia y las Iglesias desempeñan el ministerio de la conciencia, son la voz de la conciencia.
Esto es lo que hacen los capellanes militares, o al menos lo intentan, con los comandantes, porque hay una manera y una forma de afrontar la guerra: hay una manera más humana y otra menos humana, y los capellanes militares intentan llevar a cabo esta misión de ser la voz de la conciencia. Incluso a nivel mundial, me parece que ha surgido esta necesidad de que la Iglesia sea una voz de la conciencia. Porque tomemos a los responsables de la guerra: la Iglesia, evidentemente, no puede obligar a nadie, pero siempre intenta mantener un mínimo de contacto con todos, intenta también encontrar la manera de decir, quizá no directamente, pero de manera comprensible, apelando precisamente a la conciencia, a la urgencia de parar la guerra.
Obviamente, es un papel difícil, pero este es uno de los principales servicios de la Iglesia, ser la voz de la conciencia, tratando de averiguar qué palabras utilizar para apelar a las conciencias. Y sigue haciéndolo.
Usted ha conocido a muchos familiares -madres y padres, esposas, hijos, hermanas y hermanos- de prisioneros de guerra y desaparecidos. ¿Qué les ayuda a no caer en la desesperación?
Es evidente que los familiares necesitan mucho apoyo espiritual. Cuando me reúno con ellos, les digo: «Cuando rezáis por vuestros seres queridos, o si no sois creyentes, cuando pensáis en vuestros seres queridos -lo sé por las historias de prisioneros que han sido liberados-, la oración o incluso el simple pensamiento se transmite, llega».
He oído relatos de ex prisioneros de guerra que decían que pensaban suicidarse por desesperación o por las torturas que sufrían, pero se salvaron o por pensamientos de Dios, porque la fe a menudo les salva, o por el recuerdo de seres queridos, de familiares. Sabemos que la oración o el pensamiento llegan, por así decirlo físicamente, a los familiares y les animan. Pero está claro que es necesario acompañar a estos familiares de forma más estructurada. Yo diría que todavía no hay un trabajo suficientemente bien hecho de acompañamiento de estas personas, porque hacen falta especialistas, psicólogos y, a menudo, simplemente estar con ellos.
A veces, cuando los familiares de los presos vienen a verme, aunque sólo sea para hablar, para desahogarse, obviamente eso es importante. Es que es difícil acoger a todos, hay miles de familiares porque hay miles de presos. También hay iniciativas de la Iglesia para preparar a sacerdotes y voluntarios de Cáritas para ayudar a estas personas. Porque sería demasiado banal decir a estas personas «todo irá bien». Hace falta preparación, incluso preparación específica, para hablar con ellos. A menudo no hay que decir nada y basta con permanecer a su lado, en silencio.
Excelencia, ¿desea añadir algo?
Quisiera añadir que siempre es una gran alegría ver a grupos de personas que siguen viniendo aquí desde diversos países: de Italia, Polonia, Francia, Alemania. A veces traen poca ayuda porque son gente sencilla. Esto, verdaderamente, da alegría. La cercanía personal también crea un cierto contraste porque en los medios de comunicación de masas a menudo sólo se habla de la guerra en términos estadísticos, es decir, en los aspectos menos humanos, o sólo hay comentarios fríos. En cambio, las visitas de grupos de oración o de voluntarios siempre dan alegría porque hacen creer que hay corazón, que hay humanidad, y eso ya infunde esperanza.
La guerra también es diabólica porque quiere acabar con la confianza en la humanidad, corre el riesgo de destruir la confianza en todas las estructuras internacionales, en todas las uniones de países, porque los resultados son como si no existieran. El testimonio de los voluntarios y de los que vienen aquí crea un contraste al mostrar que hay corazón, que hay atención, que hay preocupación, que hay humanidad. Y quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer a todos y cada uno de ellos las iniciativas que llevan a cabo.
SVITLANA DUKHOVYCH
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