En la cuarta encíclica de su pontificado, Dilexit nos, lamenta que el cristianismo haya olvidado a menudo «la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio y el fervor de la misión de persona a persona» mientras se ven multiplicarse «diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor».
28 de octubre 2024.- En su cuarta encíclica, Dilexit nos, publicada este jueves, el Papa retoma la tradición y actualidad del pensamiento «sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo» e invita a renovar su auténtica devoción en un mundo donde «todo se compra y se paga y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero». El amor de Cristo —escribe Francisco— está fuera de ese «engranaje perverso» que solo urge a «acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas».
En este «mundo líquido» las personas se han convertido en «consumidores seriales que viven al día y dominados por los ritmos y ruidos de la tecnología» y sin mucha «paciencia para hacer los procesos que la interioridad requiere». Frente a esto, la receta del Pontífice es una nueva profundización en el amor de Cristo representado en su santo Corazón.
Enmarcada en el 350 aniversario de la primera aparición del Sagrado Corazón de Jesús a santa Margarita María Alacoque, el Papa reivindica en esta encíclica la devoción al Corazón de Jesús. Lo hace tras lamentar que el cristianismo haya olvidado a menudo «la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión de persona a persona» y mientras se ven multiplicarse «diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor».
En el primer capítulo, dedicado precisamente a «La importancia del corazón», condena que la sociedad mundial «esté perdiendo el corazón» ya que se suceden nuevas guerras, «con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países». En este nuevo documento pontificio, el Obispo de Roma dice que la Iglesia necesita no reemplazar el amor de Cristo «con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera».
Ante el Corazón de Cristo, Francisco pide al Señor «que una vez más tenga compasión de esta tierra herida» y derrame sobre ella «los tesoros de su luz y de su amor» para que el mundo, «sobreviviendo entre guerras, desequilibrios socioeconómicos, consumismo y uso antihumano de la tecnología, recupere lo más importante y necesario: el corazón».
Después de Fratelli tutti, publicada el 3 de octubre de 2020, Laudato si, del 24 de mayo de 2015 y Lumen fidei, en junio del 2013, el Papa también da importancia en Dilexit nos a los sentimientos de Jesús. De hecho, todo el segundo capítulo está dedicado a los gestos y palabras de amor de Cristo que muestran que «es cercanía, compasión y ternura». El Papa asegura «que no le dejaban indiferente las preocupaciones y angustias comunes de las personas, como el cansancio o el hambre». Hablar de sus sentimientos no es un ejercicio de «mero romanticismo religioso», sino que encuentra su máxima expresión en Cristo clavado en una cruz. En este sentido, su palabra de amor más elocuente es estar «clavado en la Cruz», después de llorar por su amigo Lázaro y sufrir en el Huerto de los Olivos, consciente de su propia muerte violenta «a manos de aquellos a quienes tanto amaba». «Los evangelistas, si bien a veces lo muestran poderoso o glorioso, no dejan de manifestar sus sentimientos ante la muerte y el dolor de los amigos», dice el Pontífice.
En el tercer capítulo el Papa habla de cómo ha reflexionado la Iglesia sobre el Corazón del Señor. El Papa cita varios documentos magisteriales como la encíclica Haurietis aquas, de Pío XII, que ya reflexionó sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en 1956. Francisco aclara que «la devoción al Corazón de Cristo no es la adoración de un órgano separado de la persona de Jesús», porque adoramos «a Jesucristo entero, el Hijo de Dios hecho hombre, representado en una imagen suya en la que destaca su corazón».
La imagen del corazón de carne, subraya el Papa, nos ayuda a contemplar, en la devoción, que «el amor del Corazón de Jesucristo, no solo incluye la caridad divina, sino que se extiende a los sentimientos del afecto humano». El Papa cita también a Benedicto XVI para decir que el corazón de Jesús contiene un «triple amor»: el amor sensible de su corazón físico «y su doble amor espiritual, el humano y el divino», en el que encontramos «lo infinito en lo finito».
Las visiones de algunos santos particularmente devotos del Corazón de Cristo —precisa Francisco— «son bellos estímulos que pueden motivar y hacer mucho bien», pero «no son algo que los creyentes estén obligados a creer como si fueran la Palabra de Dios». Así, el Papa recuerda citando a Pío XII que no se puede decir que este culto «deba su origen a revelaciones privadas».
En todo caso, dice que es necesario volver a la «síntesis encarnada del Evangelio» frente a «comunidades y pastores centrados solo en actividades externas, reformas estructurales desprovistas de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, pensamiento secularizado, en diversas propuestas presentadas como exigencias que a veces se pretende imponer a todos».
En los dos últimos capítulos, Francisco destaca los dos aspectos que «la devoción al Sagrado Corazón debe mantener unidos para seguir alimentándonos y acercándonos al Evangelio: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero».
El Pontífice señala que varios padres de la Iglesia mencionaron «la llaga del costado de Jesús como fuente del agua del Espíritu», sobre todo san Agustín, que «abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor». También enumera varias santas mujeres que «contaron experiencias de su encuentro con Cristo, caracterizadas por el descanso en el Corazón del Señor». En concreto, las apariciones a santa Margarita María Alacoque en Paray-le-Monial entre finales de diciembre de 1673 y junio de 1675. Pero también las de Teresa de Lisieux, Ignacio de Loyola o Faustina Kowalska.
Hablando de la «devoción de consolación», la cuarta encíclica de Francisco explica que ante los signos de la Pasión conservados por el Corazón del Resucitado, es inevitable «que el creyente desee responder» también «al dolor que Cristo aceptó soportar por tanto amor».
Es una experiencia que nos purifica, porque el amor «necesita la purificación de las lágrimas que al final nos dejan más sed de Dios y menos obsesión por nosotros mismos», escribe el Papa. Asimismo, pide «que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular busca consolar a Cristo». «Invito a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura», asegura.
Para el Papa la compunción del corazón creyente «no es un sentimiento de culpa que nos tumba por tierra, no es el escrúpulo que paraliza, sino que es un aguijón benéfico» que acoge la acción del Espíritu Santo.
En el quinto y último capítulo titulado «Amor por amor», el Papa profundiza en la dimensión comunitaria, social y misionera de la Iglesia y condena la «mentalidad dominante que considera normal o racional lo que no es más que egoísmo e indiferencia». El Santo Padre habla de «alienación social» porque en sus formas de «organización social, de producción y de consumo», se hace más difícil la realización de «esta donación y la formación de esta solidaridad interhumana». «No es solo una norma moral lo que nos mueve a resistir ante estas estructuras sociales alienadas, desnudarlas y propiciar un dinamismo social que restaure y construya el bien, sino que es la misma conversión del corazón la que impone la obligación», señala Francisco.
En varias ocasiones, el Pontífice desarrolla la idea del espíritu de reparación que «nos invita a esperar que toda herida pueda sanar, aunque sea profunda». La reparación completa «parece a veces imposible, cuando las posesiones o los seres queridos se pierden permanentemente, o cuando determinadas situaciones se han vuelto irreversibles». Pero para el Papa se completa al «ofrendar al Corazón de Cristo una nueva posibilidad de difundir en este mundo las llamas de su ardiente ternura». «Nuestro rechazo o nuestra indiferencia limitan los efectos de su poder y la fecundidad de su amor en nosotros», reseña.
En este sentido cita a san Juan Pablo II que dejó claro que la consagración al Corazón de Cristo debe asimilarse en «la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino».
El Pontífice recuerda, en este sentido, que a través de los cristianos, «se derramará el amor en el corazón de los hombres, para que se edifique el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y se construya también una sociedad de justicia, paz y fraternidad». Por ello llama también a evitar el gran riesgo, subrayado por san Pablo VI, de que en la misión «se digan muchas cosas y se hagan muchas cosas, pero no se pueda provocar el feliz encuentro con el amor de Cristo». Necesitamos «misioneros en el amor, que aún se dejen conquistar por Cristo».
El texto concluye con esta oración de Francisco: «Pido al Señor Jesús que de su santo Corazón broten para todos nosotros ríos de agua viva para curar las heridas que nos infligimos, para fortalecer nuestra capacidad de amar y de servir, para impulsarnos a aprender a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Esto hasta que celebremos juntos con alegría el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, que armonizará todas nuestras diferencias con la luz que brota sin cesar de su Corazón abierto. Bendito sea siempre».
VICTORIA ISABEL CARDIEL C.
Alfa y Omega