Una enfermera local dirige en Sudán la única clínica especializada en aliviar el sufrimiento, de los combonianos. «A veces son lo único que puedes ofrecer», asegura una misionera española que lucha por implantar este servicio en Camerún y R. D. Congo.
17 de octubre 2024.- Cuando Halima Ali entró como enfermera al Instituto Oncológico de Wad Madani (Sudán), le impresionó «el mal olor de las heridas que provocan en la piel las metástasis de algunos cánceres y el llanto de dolor de los pacientes». Y, más aún, ver que para los compañeros a los que preguntó qué podía hacer era «normal». «Me sentí impotente», recuerda. Se lanzó a internet y acabó formándose a distancia en cuidados paliativos en la Universidad de Stattford (Estados Unidos). Al aplicar lo aprendido, se convirtió en referente de pacientes y colegas. Hoy, dirige la primera clínica de cuidados paliativos del país, puesta en marcha por los combonianos en Port Sudán en enero. Fruto de diez años formando a profesionales y voluntarios, su sede iba a estar en Wad Madani. Pero un día antes de la inauguración, el 15 de abril de 2023, estalló la guerra y el equipo huyó a Port Sudán, la principal ciudad libre de violencia.
Desde mayo, han tratado a 38 pacientes, que les derivan de un centro oncológico y de los hospitales locales, entre los que se están dando a conocer. En realidad, la clínica es una habitación con una camilla, un par de mesas, un almacén y un aseo. Sobre todo, atienden a domicilio. Poco después del Día Mundial de los Cuidados Paliativos, Ali explica a Alfa y Omega que los cuatro enfermeros, además del control del dolor y otros síntomas les curan las heridas y escaras y ofrecen acompañamiento y atención espiritual. El comboniano Jorge Naranjo añade que una decena de voluntarios detectan posibles pacientes sin atender en su entorno y ayudan a los profesionales repartiendo alimentos ¬—«hay muchos casos de malnutrición»—, consiguiendo agua limpia o produciendo solución salina para limpiar heridas.
Sus palabras hacen evidente el abismo que separa a países ricos y pobres, también al final de la vida. Bien lo sabe Ana Gutiérrez, médico y esclava del Sagrado Corazón que ha aplicado su formación en esta especialidad en Camerún y República Democrática del Congo. Explica que «en África, a veces los paliativos son lo único que puedes ofrecer. El 80 % de los cánceres se diagnostican ya en un estadio cuatro, muy avanzado», y en muchos lugares no hay quimioterapia ni radioterapia disponibles —en el Congo no hay una sola máquina—. Además, «cuando llegué en 2008 todavía había muchos muertos por sida», que fallecían con dolor y ahogos por las escaras y las infecciones oportunistas.
Entre 2010 y 2020, Gutiérrez colaboró con la ONG Paliativos Sin Fronteras (PSF) para formar a profesionales en Camerún y elaborar guías, que hasta se incorporaron al programa nacional de VIH. Como resultado, hoy hay unidades especializadas en dos hospitales. En la selva donde estaba ella «era más complicado» y apostaron por atender en casa desde su pequeño centro de salud. Ve aquí la clave para funcionar en el continente, pues la mayor parte de la atención sanitaria se presta en dispensarios. «Como hay pocos profesionales, todos deberíamos conocer estos cuidados». En República Democrática del Congo, la misionera española ha unido fuerzas con el director de la Escuela de Salud Pública, Désiré Mashinda. «Le marcó ver morir a su hermana gritando de dolor. Está intentando extender los paliativos por todo el país» —cuatro veces España—, «¡y lo está consiguiendo!». Hace unos días, 200 profesionales de toda su geografía participaron en un simposio en Kinsasa.
Tres años sin morfina
Una vez hay expertos, el reto es lograr lo básico para trabajar. En Sudán, apunta Naranjo, «desde que empezó la guerra no se producen morfina ni tramadol», otro opioide. Está negociando para llevarlos desde la India o Italia, todavía sin éxito. Ana Gutiérrez tardó tres años en poder recibir en Camerún, desde Uganda, morfina en polvo para preparar como jarabe. En el Congo hace lo mismo. «En África te vuelves creativo a la fuerza», sentencia. En la clínica sudanesa, se apañan combinando analgésicos más suaves, antiinflamatorios, antidepresivos y antiespasmódicos. En positivo, la falta de opioides «nos ha hecho centrarnos más en otras causas del dolor y del sufrimiento», señala su directora. Coincide la misionera, que asegura que la morfina no es necesaria en tantos casos y en que «es muchísimo más importante el acompañamiento».
En este sentido, los paliativos son una revolución. «No hay hábito de decir la verdad al paciente y a su familia», describe Gutiérrez. «Las familias nos dan las gracias porque con nuestras explicaciones no han caído en buscar culpables» con acusaciones de brujería, como es demasiado habitual. Desde Sudán, Ali añade que los enfermos «se sorprenden por los tratamientos», pero también «por que les preguntemos» cómo están o qué quieren. «Dicen que es la primera vez que alguien se preocupa por ellos».
El reto de morir sin dolor
• 58 millones de personas necesitan paliativos. Solo el 14 % de la población mundial tiene acceso, según PSF.
• De todos los países del mundo, el 45 % no ha desarrollado estos cuidados. En el caso de los especializados en pediatría, son el 65 %.
• 83 % de la población mundial tiene un acceso escaso o nulo a los opioides que precisan.
• En 2017, la Comisión Lancet propuso un pack esencial con genéricos para tratar el dolor y otros síntomas por menos de tres euros por persona.
• 54 sanitarios se han formado en España gracias a Paliativos Sin Fronteras.
• América Latina «no está muy mal, incluso cinco países tienen leyes. Pero hay sitios más avanzados que otros», aseguran desde PSF.
MARÍA MARTÍNEZ LÓPEZ
Alfa y Omega