Buscando en el «tejido humano» los espacios para el anuncio del Evangelio, dijo la religiosa, es necesario desvincularse de los «conformismos mediáticos» y de las «observancias vacías», culturas «de apariencia, que no sacian» y «agotan a las jóvenes generaciones».
Ciudad del Vaticano, 15 de octubre 2024.- Para Jesús, el «lugar» está allí donde los seres humanos sufren, manifiestan o comparten el «hambre». La necesidad excava en los seres humanos un espacio de relación donde el Evangelio puede ser proclamado en verdad: estos son los lugares que la Iglesia sinodal tiene el reto de redescubrir. Lo dijo la religiosa benedictina Maria Ignazia Angelini esta semana, 15 de octubre, en el Aula Pablo VI, al pronunciar una meditación sobre «El lugar de la Iglesia sinodal en la misión», para preparar a los participantes a la reflexión sobre la tercera parte del Instrumentum laboris, sobre el tema de los Lugares.
El Evangelio camina de umbral en umbral
El arraigo eclesial en un lugar concreto, en un contexto, en una cultura es «un nudo que ha preocupado a las primeras comunidades cristianas desde el principio». De hecho «con respecto a los lugares de vida, los cristianos», explicó la Madre Angelini, «se identificaban, paradójicamente, como ‘extranjeros residentes'». Pensando en los «lugares/símbolos» de los orígenes (Jerusalén, Samaria, Antioquía, Jaffa, Cesarea, Filipos, Éfeso) «aparece inmediatamente la dialéctica que está en la raíz: si el lugar de la Iglesia es siempre un espacio-tiempo concreto de encuentro, el camino del Evangelio en el mundo va de umbral en umbral, rehúye cualquier estaticidad, pero también cualquier ‘santa alianza’ con los contextos culturales de la época».
La dimensión reticular de la relación
Ese «no está aquí» pronunciado al alba de la resurrección, «el anuncio del Evangelio siempre en salida», ha «sorprendido y guiado desde el principio a la Iglesia apostólica en sus opciones ‘exódicas'», dentro y después fuera del cenáculo, del templo, de la casa de Cornelio.
Arraigada «en todos los lugares de lo humano», pero con el elemento dinámico de la Pascua – «No está aquí»-, la Iglesia supera así una «visión estática de los lugares, incluso de los más sagrados, incluso de los más populares», para «abrirse a la dimensión ‘reticular’ de los lugares de relación», a través de los cuales se articula su vitalidad.
Jesús ama los banquetes
Pero, se preguntaba la religiosa, «¿cuál es el hilo conductor, cuáles son los nudos de conexión de esta red?». Para responder, la Madre Angelini recordó dos «banquetes», el universal de la profecía de Isaías en la apertura del Instrumentum Laboris, y la invitación a la mesa del fariseo en el Evangelio del día.
De la conjunción de las dos convivencias surge el «contraste dramático» entre las situaciones: «Dios que prepara un banquete, y desde un ‘no-lugar’ abre un futuro; Dios que en Jesús acepta la invitación hipócrita y rediseña, por su cuenta y riesgo, el banquete como lugar de relaciones». Jesús «ama los banquetes», desde la vocación de Leví hasta la Última Cena: la mesa humana es para Él «un lugar de reunión, y un lugar arriesgado de verdad», hasta el punto de «constituir -por el estilo de reunión y por los comensales- una cabeza de acusación».
La necesidad cava un espacio para las relaciones
En la mesa, «lugar fuertemente simbólico», prosigue la benedictina, la «itinerancia constitutiva del anuncio encuentra el reposo necesario», las relaciones «echan raíces» y el hambre se desnuda. Allí donde la necesidad excava un espacio de relación «no en vano» con el otro -amigo o enemigo, santo o pecador- reside precisamente el desafío de estar allí. Volviendo a la comparación entre banquetes, mientras que en el «último» Jesús busca el lugar para decir «he deseado comer contigo», en el encuentro con el fariseo, Lucas, «el evangelista ‘mansuetudinis Christi’, describe a un Jesús mordaz, áspero, inhóspito» que «manifiesta la intención de romper, de sacudir las conciencias para una nueva y radical contestación de una cultura, de un sistema religioso».
La convivialidad del don
Invirtiendo la insidia de su anfitrión, para «llegar a una ética de la interioridad y de la autenticidad», Jesús «induce a una nueva convivialidad, basada en el don»: ‘Dad más bien en limosna lo que tenéis dentro, y he aquí que todo será puro para vosotros'». El episodio evangélico convoca así «a los lugares de la conversión sinodal de la Iglesia», que son los espacios «de lo humano, de las culturas, de la fragilidad, de la esperanza tenaz».
Si la «duplicidad de corazón» denunciada por Jesús «contradice radicalmente la convivialidad de las diferencias», la «escotomización entre apariencia e interioridad, público y privado, individuo y comunidad» está para la monja en el origen de la «necedad generalizada que sofoca hoy en el mundo la búsqueda de arraigar el anuncio del Evangelio en los lugares de la vida».
Prioridad a la interioridad regenerada
Buscando en el «tejido humano» los lugares para el anuncio del Evangelio, es necesario -subrayó Angelini- desvincularse del «conformismo mediático» y de las «observancias vacías», culturas «de apariencia, que no sacian» y «agotan a las jóvenes generaciones».
El estilo de Dios, simbolizado tanto en el texto de Isaías como en el Evangelio de hoy, «impulsa con fuerza el camino sinodal», ofreciendo «criterios de reunión ‘distintos’ del mundo del derecho». El «lugar original de convocatoria» para Jesús es la «interioridad regenerada», un espacio «en gran parte despreciado por las culturas dominantes» pero «prioritario para la convivencia sinodal, para encontrar en la verdad los lugares de lo humano». Tal vez hoy, concluyó la Madre Angelini, se trate de «redescubrir la fecundidad de los lugares en los que compartir el hambre y la esperanza humilde y tenaz, los lazos del compartir confiado, la armonía entre buscadores de fraternidad».
LORENA LEONARDI