En cuarenta años de misión fueron unos seis mil enfermos de lepra curados y ayudados a volver a la vida
(ZENIT – Roma).- Después de una vida dedicada a curar a los leprosos, dos ancianas religiosas austríacas regresan a su país, sin hacer ruido, y como si lo realizado por ellas fuera la cosa más normal del mundo. Por ello la agencia Asia News dedica una entrevista a las religiosas, la cual reproducimos a continuación.
Jamás he aceptado que me entrevisten “porque no había nada de especial en mi vida. No hice nada de extraordinario en mis años en la isla de Sorok”. Después de cuarenta años de misión y seis mil enfermos de lepra curados y ayudados a volver a la vida, sor Marianne Stoeger responde así a quien le pregunta cómo jamás haya aceptado hacerse conocer antes por la opinión pública y que haya rechazado honores y subvenciones.
Junto a sor Margaret Pissar, ambas austríacas, ella dedicó una vida entera a los enfermos de la enfermedad de Hansen en Corea del Sur. Y al cumplir los setenta años se fueron en silencio, temiendo ser un peso para el hospital que ellas habían ayudado a construir.
Sor Marianne tiene ahora ochenta y dos años, mientras que sor Margaret tiene un año menos. Volvieron el pasado 25 de abril a la isla, que dejaron en 2005, para los cien años del hospital Sorokdo -en el cual han pasado una vida- y para dar un último saludo a su tierra de adopción.
Sor Margaret tuvo que renunciar al viaje para permanecer en una casa de descanso, por motivos de salud debidos a la edad, envió su saludo a través de su hermana. De hecho, narra a AsiaNews un sacerdote local, “también sor Marianne deseaba volver a Austria sin encontrar a los medios o a las autoridades. Fue convencida para quedarse con los hijos y los nietos de los leprosos a los cuales dio una nueva vida”.
El primer impacto con Corea del Sur fue en 1962, cuando las dos religiosas- apenas diplomadas en una escuela austríaca para enfermeras- fueron enviadas a esa pequeña isla que se convirtió en una especie de lager para los leprosos. Mientras los médicos y enfermeros locales usan barbijos, guantes y trajes protectores, las dos mujeres- que no habían cumplido aún los treinta años- trabajaron siempre sin protección. Hasta cuando la sangre y el pus de las heridas infectadas les ensuciaban sus caras.
La alegría más grande, cuenta sor Marianne, “era para mí ver a los pacientes cuando les daban el alta. Podían dejar la isla y volver a sus casas con las heridas curadas. Fue el poder del Evangelio y de Jesús que me ha hecho capazode servir a estas personas”.
La religiosa recuerda el clima terrible encontrado en los primeros meses de misión: creado en 1916 por los dominadores japoneses, el sanatorio de Sorokdo de hecho era un campo de reclusión para los leprosos, temidos y marginados.
No obstante la liberación de Japón al finalizar la Segunda Guerra mundial, el nuevo régimen nacional de hecho mantiene la situación de marginación: “los enfermos debían llamarnos “señoras” y ser humildes y deferentes. Las golpizas eran regla común, así como también los abortos forzados y las esterilizaciones. Se necesitaron decenios para cambiar las cosas”.
En aquellos decenios, la misión principal de las dos hermanas fue la de dar dignidad a los pacientes. “Tratábamos de visitarlos por la mañana temprano, cuando no había nadie y hablábamos con ellos. Muy a menudo cenábamos juntos por la noche, pero tarde, siempre para evitar controles. Y hacíamos lo imposible”.
No obstante la reserva, lo “posible” era muchísimo: a través de una campaña lanzada en Austria, ambas juntan medicamentos y contribuciones económicas para construir una casa para los hijos no enfermos de los pacientes, un ala para los tuberculosos y otra para los enfermos mentales. No es un caso que los internados de Sorokdo las llamasen “nuestras dos abuelas”.
Su vida extraordinaria, concluye sor Marianne, no habría sido nada sin Dios. Él está siempre cerca y lo demostró con el dolor de Cristo en la cruz. Él murió en el dolor y gracias a esto nosotros podemos vivir con alegría nuestra vida y nuestra fe. Se entiende que Jesús vive en cada uno de nosotros así puedes amar a cada ser humano, no importa cuánto no te guste”.
La Iglesia católica de Sosokdo, dirigida por el p. Kim Yeon-jun, está preparando un documentario sobre las dos “hermanas de los leprosos”. Y el condado donde surge el hospital está tratando de postularlas para el premio Nobel de la paz.