En la víspera de la apertura de los trabajos de la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Pontífice expresó su vergüenza por los pecados cometidos por la Iglesia, pidió perdón a Dios y a las víctimas, y subrayó la importancia de la reconciliación para restablecer la confianza.
Ciudad del Vaticano, 1 de octubre 2024.- «Somos aquí mendigos de la misericordia del Padre». Con este espíritu, enfatizado por el Papa Francisco en su reflexión, se celebró, este martes 1 de octubre por la tarde, la vigilia penitencial en la Basílica de San Pedro a pocas horas de la apertura de la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Tras escuchar los testimonios de un sobreviviente de abusos sexuales, de una voluntaria comprometida en la acogida de migrantes y de una religiosa originaria de Siria, narrando el drama de la guerra, Francisco aseguró: «La Iglesia es siempre la Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores que buscan el perdón, y no sólo de los justos y de los santos, es más, de los justos y de los santos que se reconocen pobres y pecadores».
También comentó que quiso escribir las peticiones de perdón, leídas por algunos cardenales, pues era necesario llamar por su nombre y apellido a nuestros principales pecados. «Y los escondemos o los decimos con palabras demasiado educadas», acotó. En efecto, siete purpurados pidieron perdón por los pecados contra la paz, la creación, los pueblos indígenas, los migrantes; el pecado de los abusos; el pecado contra la mujer, la familia, los jóvenes; el pecado de la doctrina utilizada como piedra para ser arrojada; el pecado contra la pobreza; el pecado contra la sinodalidad, entendido como la falta de escucha, comunión y participación de todos
El Pontífice manifestó que el pecado «es siempre una herida en las relaciones: la relación con Dios y la relación con los hermanos». Una vez más, repitió que «nadie se salva solo, pero es igualmente cierto que el pecado de uno libera efectos sobre muchos: así como todo está conectado en el bien, también lo está en el mal».
El Obispo de Roma afirmó que la Iglesia es, en su esencia de fe y de anuncio, siempre relacional, y sólo sanando las relaciones enfermas podremos llegar a ser una Iglesia sinodal. «¿Cómo podríamos ser creíbles en la misión si no reconocemos nuestros errores y nos rebajamos a curar las heridas que hemos causado con nuestros pecados?», interpeló.
Romper con la hipocresía y el orgullo
Francisco reconoció que la curación de la herida comienza por la confesión del pecado que hemos cometido y reflexionó sobre el Evangelio según San Lucas que narra la parábola del fariseo y el publicano:
¿Qué espera de Dios? Espera una recompensa por sus méritos, y así se priva de la sorpresa de la gratuidad de la salvación, fabricando un dios que no podría hacer otra cosa que firmar un certificado de presunta perfección. Un hombre cerrado a la sorpresa, cerrado a todas las sorpresas. Está encerrado en sí mismo, cerrado a la gran sorpresa de la misericordia. Su ego no da cabida a nada ni a nadie, ni siquiera a Dios.
Luego, el Sucesor de Pedro se dirigió a todo el Pueblo de Dios con algunas preguntas para la meditación:
“¿Cuántas veces en la Iglesia nos comportamos así? ¿Cuántas veces hemos ocupado todo el espacio nosotros mismos, con nuestras palabras, nuestros juicios, nuestros títulos, nuestra convicción de que sólo nosotros tenemos mérito? Y así perpetuamos lo que sucedió cuando José y María, y el Hijo de Dios en su seno, llamaron a las puertas buscando hospitalidad. Jesús nació en un pesebre porque, como nos dice el Evangelio, « no había lugar para ellos en el albergue.» (Lc 2,7).”
El Papa sostuvo que «hoy todos somos como el publicano, con los ojos bajos y avergonzados de nuestros pecados. Como él, nos quedamos atrás, despejando el espacio ocupado por la vanidad, la hipocresía y el orgullo – y también, digámoslo, a nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, despejando el espacio ocupado por la presunción, la hipocresía y el orgullo». Por tanto, observó que «no podríamos invocar el nombre de Dios sin pedir perdón a nuestros hermanos y hermanas, a la Tierra y a todas las criaturas».
¿Cómo podríamos ser una Iglesia sinodal sin reconciliación?
A pocas horas de iniciar la segunda sesión del sínodo sobre la sinodalidad, el Pontífice interrogó: «¿Cómo podríamos pretender caminar juntos sin recibir y dar el perdón que restablece la comunión en Cristo?».
Si bien ante el mal y el sufrimiento inocente preguntamos «¿Dónde estás, Señor?», el Papa precisó que la consulta debe dirigirse a nosotros, y debemos cuestionarnos por nuestra responsabilidad cuando no conseguimos detener el mal con el bien.
“No podemos pretender resolver los conflictos alimentando una violencia cada vez más atroz, redimirnos causando dolor, salvarnos con la muerte de los demás. ¿Cómo podemos perseguir una felicidad pagada con el precio de la infelicidad de nuestros hermanos y hermanas? Y esto es para todos: laicos, laicas, consagrados, consagradas, ¡para todos!”
El Santo Padre presentó a la confesión como «la oportunidad para restablecer la confianza en la Iglesia y en ella, confianza rota por nuestros errores y pecados, y para empezar a curar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo las cadenas injustas», expresó, citando al libro de Isaías. También recordó un extracto de la oración de Adsumus, con la que este 2 de octubre comienza la celebración del Sínodo: «Estamos aquí agobiados por la humanidad de nuestro pecado».
En este sentido, el Papa manifestó: «No quisiéramos que este peso frenara el camino del Reino de Dios en la historia», admitió que «hemos hecho nuestra parte, incluso de errores».
«Continuamos en la misión hasta donde podemos, pero ahora nos dirigimos a ustedes, jóvenes, que esperan de nosotros el paso del testimonio, pidiendo perdón también a ustedes nos esperan para dar testimonio, pidiéndoles perdón también a ustedes si no hemos sido testigos creíbles».
«Ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado por nuestra infidelidad»
En la memoria litúrgica de Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, Bergoglio animó a pedir su intercesión y pronunció la siguiente oración:
Oh Padre, estamos aquí reunidos conscientes de que necesitamos tu mirada amorosa. Nuestras manos están vacías, sólo podemos recibir cuanto tú puedas darnos. Te pedimos perdón por todos nuestros pecados, ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado por nuestra infidelidad. Pedimos perdón, sintiendo vergüenza, a quienes han sido heridos por nuestros pecados.
Danos el valor del arrepentimiento sincero para una conversión.
Te lo pedimos invocando al Espíritu Santo para que llene con su Gracia los corazones que has creado, en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Todos pedimos perdón, todos somos pecadores, pero todos tenemos esperanza en tu amor Señor.
Amén.
Caminar juntos en la unidad
Al final de la ceremonia, el Santo Padre invitó a todos a saludarse con el signo de la paz, un gesto que simboliza la reconciliación y el deseo de caminar juntos en la unidad. Francisco quiso extender personalmente el signo de la paz a las personas que compartieron sus historias de dolor durante la ceremonia, así como a un joven y una joven, un seminarista y una religiosa, que representan la esperanza de la Iglesia para las generaciones futuras.
A estos jóvenes, el Papa les entregó un ejemplar del Evangelio, confiándoles la misión de anunciar la Buena Nueva a las nuevas generaciones e invitándoles a ser portadores de una Iglesia «cada vez más fiel a la lógica del Reino de Dios».
SEBASTIÁN SANSÓN FERRARI