Francisco dirigió un discurso a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas, en el Santuario María Auxiliadora, en Port Moresby. Hablando sobre la historia del santuario el Pontífice abordó luego tres aspectos del camino misionero: la valentía de empezar, la belleza de existir y la esperanza de crecer.
Ciudad del Vaticano, 7 de septiembre 2024.- El Papa Francisco, en su discurso a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas, en el Santuario María Auxiliadora, en Port Moresby, les dijo que sigan el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. «Si un consagrado, un sacerdote, un obispo, un siervo, un diácono no son cercanos, no son compasivos y no son tiernos, no tienen el Espíritu de Jesús».
El Santuario diocesano dedicado a María, Auxilio de los cristianos; María Auxiliadora, según el título tan querido por san Juan Bosco; o María Helpim, como se le llama cariñosamente cuando la invocan los fieles. Hablando sobre el santuario, Francisco recordó que en cuando 1844, la Virgen inspiró a don Bosco la construcción de una iglesia en su honor, en Turín, le hizo esta promesa: “Aquí está mi casa, desde aquí saldrá mi gloria”.
“La Virgen le prometió que, si tenía el arrojo de empezar a construir aquel santuario, le sobrevendrían gracias abundantes. Y así sucedió: la iglesia se construyó —y es estupenda— y se ha convertido en un centro de irradiación del Evangelio, de formación de los jóvenes y de caridad; un punto de referencia para muchas personas”
La historia del santuario, dijo, puede ser un símbolo dijo, si se habla de tres aspectos del camino cristiano y misionero, siguiendo la línea de los testimonios escuchados: la valentía de empezar, la belleza de existir y la esperanza de crecer.
La valentía de empezar
El Papa recorrió momentos del largo y difícil camino misionero en esta tierra.
“Los constructores de esta iglesia comenzaron la obra haciendo un gran acto de fe, que dio sus frutos, pero que sólo fue posible gracias a otros muchos inicios valientes de sus predecesores. Los misioneros llegaron a este país a mediados del siglo XIX y los primeros pasos de su labor no fueron fáciles; de hecho, algunos intentos fracasaron. A pesar de eso no se rindieron, sino que con gran fe y celo apostólico continuaron predicando el Evangelio y sirviendo a sus hermanos y hermanas, recomenzando muchas veces a partir de los fracasos y pasando por muchos sacrificios”
Tras recordar los santos y beatos, de todas las procedencias, vinculados a la historia de fe de este país, Francisco dijo que fue gracias a su tenacidad, comenzando y recomenzando tantas veces obras y caminos, que hizo que lograron contribuir en llevar el Evangelio a Papúa Nueva Guinea, una tierra con una riqueza multicolor de carismas.
Gracias a cada uno de ellos: Pedro Chanel; Juan Mazzucconi y Pedro To Rot, mártires de Nueva Guinea; y luego Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, María de la Cruz MacKillop, María Goretti, Laura Vicuña, Ceferino Namuncurá, Francisco de Sales, Juan Bosco y María Dominga Mazzarello, gracias a ellos, afirmó, es que “estamos aquí y, aun a pesar de los desafíos que no faltan hoy en día, seguimos adelante, sin miedo, sabiendo que no estamos solos, porque es el Señor quien actúa en nosotros y con nosotros, haciéndonos —como a ellos— instrumentos de su gracia.
Evangelizar en las periferias
El Papa aconsejó a los presentes que dirijan su misión hacia las periferias del país. Hacia las personas más desfavorecidas de las poblaciones urbanas, así como a aquellas que viven en las zonas más remotas y abandonadas, donde a menudo falta lo indispensable.
“Pienso también en las personas marginadas y heridas, tanto moral como físicamente, a causa de los prejuicios y las supersticiones, en ocasiones, hasta el punto de arriesgar la propia vida, como nos lo recordaban James y sor Lorena. La Iglesia quiere estar particularmente cercana a estos hermanos y hermanas, porque en ellos, Jesús está presente de un modo especial (cf. Mt 25,31-40), y donde está Él —nuestra cabeza— allí estamos también nosotros, que pertenecemos al mismo cuerpo, «[el cual] recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de todos los miembros» (Ef 4,16”
La belleza de existir
Al respecto, el Papa, y retomando la pregunta de uno de los testimonios, el de James: cómo se transmite el entusiasmo de la misión a los jóvenes. Al respecto expresó que no hay “técnicas” para esto. Pero Francisco una forma comprobada: «la de cultivar y compartir con ellos nuestra alegría de ser Iglesia, de ser un hogar acogedor hecho de piedras vivas, escogidas y preciosas, colocadas por el Señor unas junto a otras y cimentadas por su amor (cf. 1 P 2,4-5). Así pues, como nos lo ha recordado Grace al evocar la experiencia del Sínodo, si nos estimamos y nos respetamos unos a otros, y si nos ponemos al servicio de los demás, podemos mostrarles a ellos, y a cualquier persona que nos encontremos, lo hermoso que es seguir juntos a Jesús y anunciar su Evangelio».
Por tanto, no se experimenta la belleza de existir en los grandes acontecimientos o momentos de éxito, sino más bien en la lealtad y el amor con que nos esforzamos por crecer juntos cada día, afirmó.
La esperanza de crecer
El Santo Padre animó a la Iglesia papuana que, así como los grandes patriarcas, Abraham, Isaac y Moisés, fecundos por la fe, recibieron como don una descendencia numerosa, también nosotros, debemos «confiar en la fecundidad de nuestro apostolado, a seguir sembrando pequeñas semillas de bien en los surcos del mundo».
“Parecen acciones minúsculas, como un granito de mostaza, pero si tenemos confianza y no nos cansamos de esparcirlas, brotarán por la gracia de Dios, darán una cosecha abundante (cf. Mt 13,3-9) y producirán árboles capaces de dar cobijo a las aves del cielo (cf. Mc 4,30-32). Lo dice san Pablo, cuando nos recuerda que el crecimiento de lo que sembramos no es obra nuestra, sino del Señor (cf. 1 Co 3,7), y nos lo enseña nuestra Madre la Iglesia, al enfatizar que, incluso a través de nuestros esfuerzos, es Dios «quien hace que su Reino venga a la tierra» (CONC. ECUM. VAT. II, Decr. Ad gentes, 42).”
Les animó a no desfallecer, a seguir evangelizando, «con paciencia, sin dejarnos desanimar por las dificultades y las incomprensiones, ni siquiera cuando éstas surjan donde menos quisiéramos encontrarlas; por ejemplo, en la familia, como hemos escuchado». Que sigan su misión, como testigos de la valentía, la belleza y la esperanza.
PATRICIA YNESTROZA