Antes del rezo del Ángelus de este domingo, comentando el Evangelio de la liturgia, Francisco nos invita a no reducir nuestra relación con Dios a gestos exteriores si luego, en nuestro interior, despreciamos a los pobres o nos comportamos deshonestamente en nuestro trabajo. No sirve de nada hacer «un poco de voluntariado», y luego chismear «sin piedad de todo y de todos».
Ciudad del Vaticano, 1 de septiembre 2024.- Una invitación a vivir la propia fe «de manera coherente», y con los propios sentimientos, «con palabras y con obras», concretar «en la cercanía y el respeto de los hermanos lo que digo en la oración». Este es el mensaje que el Papa Francisco dirige a todos los cristianos antes del rezo del Ángelus de este domingo, XXII del Tiempo Ordinario, comentando el pasaje del Evangelio de Marcos, incluido en la liturgia, en el que Jesús habla de los puros y los impuros. Recuerda que era «un tema muy querido por sus contemporáneos», vinculado sobre todo a la observancia de rituales y normas de comportamiento, «para evitar cualquier contacto con cosas o personas consideradas impuras y, si esto sucedía, borrar la “mancha”».
El Evangelio relata que algunos escribas y fariseos, estrictos observantes de esas normas, acusan a Jesús de permitir que sus discípulos tomen alimentos «con manos impuras, es decir, sin lavar». Entonces el Maestro aprovecha la ocasión para invitarles a reflexionar sobre el significado de la «pureza», y les explica que «no está ligada a ritos externos, sino ante todo a disposiciones interiores».
Para ser puro, por tanto, no es necesario lavarse las manos varias veces, si luego se albergan malos sentimientos como la avaricia, la envidia y el orgullo, o malas intenciones como el engaño, el robo, la traición y la calumnia.
Se trata de un ritualismo, aclara el Papa, «que no hace crecer en el bien, es más, a veces puede llevar a descuidar, o incluso a justificar, en uno mismo y en los demás, opciones y actitudes contrarias a la caridad, que hieren el alma y cierran el corazón». Y esto también es importante para nosotros hoy.
No se puede, por ejemplo, salir de la Santa Misa y, ya en el patio de la iglesia, pararse a chismorrear malvada y despiadadamente sobre todo y sobre todos. O mostrarse piadoso en la oración, pero luego en casa tratar a los propios familiares con frialdad y desapego, o desatender a los padres ancianos, que necesitan ayuda y compañía
O también, continúa Francisco, ser en apariencia «muy correctos con todos, tal vez incluso haciendo un poco de voluntariado y algunos gestos filantrópicos, pero luego por dentro cultivar el odio hacia los demás, despreciar a los pobres y a los últimos, o comportarse deshonestamente en el propio trabajo».
De este modo, la relación con Dios se reduce a gestos externos, y en el interior se permanece impermeable a la acción purificadora de su gracia, permaneciendo en pensamientos, mensajes y comportamientos desprovistos de amor.
No, continúa el Pontífice, estamos hechos «para la pureza», la ternura y el amor.
Preguntémonos, pues: ¿vivo mi fe con coherencia? En mis sentimientos, palabras y obras, ¿concreto en mi cercanía y respeto a los hermanos lo que digo en la oración?
Nuestra oración a María, Madre purísima, es que «nos ayude a hacer de nuestra vida, en el amor sentido y practicado, un culto agradable a Dios».
ALESSANDRO DI BUSSOLO