Patton celebró la Misa en el Monte de los Olivos de Jerusalén. En su homilía, invitó a la gente a pedir el don de la paz recitando una súplica especial a la Asunta. La profecía de María, dijo Patton, concierne también a la historia que vivimos: «Pedimos que se cumpla el deseo de Dios para su pueblo y para toda la humanidad».
Ciudad del Vaticano, 15 de agosto 2024.- María ascendió al cielo como profecía del mundo nuevo, aquel «que Dios quiere realizar», un mundo donde los humildes «puedan vivir en paz y los rehenes y prisioneros puedan volver con sus familias», donde nadie tenga que sufrir injusticia y hambre y la tierra en vez de ser «objeto de contienda y guerra», sea acogida como un don que hay que cuidar. La homilía del Padre Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, en la Misa celebrada esta mañana, 15 de agosto, Solemnidad de la Asunción, en la Basílica de la Agonía del Monte de los Olivos de Jerusalén, no puede dejar de estar influida por las dramáticas circunstancias que vive su tierra desde hace diez meses. La súplica dirigida a María es por la paz y por «una humanidad finalmente reconciliada».
El intento del Maligno de sabotear un mundo nuevo
El padre Patton recuerda el pasaje del Apocalipsis que la Iglesia vuelve a proponer cada año en esta ocasión: la visión en el cielo de la Mujer que en el desierto está a punto de dar a luz a su hijo, «a la que se opone un dragón, dotado de una fuerza destructiva violenta y terrible, pero no obstante limitada», dispuesto a devorar al recién nacido. Hay muchas interpretaciones, dice el padre Patton: la Mujer es la imagen de la Iglesia, pero también de la Virgen María, mientras que en la figura del dragón podemos ver «el Mal en todas sus personificaciones y con todos los nombres con los que se le ha llamado». La lucha descrita por Juan entre la Mujer y el dragón no es otra cosa que la descripción del «continuo intento -por otra parte frustrado- que el Maligno hace para sabotear el nacimiento de ese mundo nuevo querido por Dios», el nacimiento de una humanidad que ya no esté esclavizada por «la violencia, la guerra, el mercado, la colonización cultural, la mercantilización de las personas».
María profecía de nuestro destino último
En María asunta al cielo en cuerpo y alma, prosigue el Custodio de Tierra Santa, leemos también nuestro destino último, que no es «ser arrastrados y abrumados por los conflictos», sino ser elevados hacia Dios y hacia la nueva Jerusalén en la que tienen cabida todos los pueblos, lenguas y culturas. En este sentido, sostiene Patton, María es profecía y lo fue en los diversos momentos de su vida en los que sólo vivió la voluntad del Padre, desde su confianza en Dios ante el anuncio del ángel, hasta su «permanencia bajo la cruz sin dejarse abrumar por el escándalo del mal gratuito, el sufrimiento inocente y la muerte injusta».
Que la tierra deje de ser objeto de contiendas y guerras
Cantando el Magnificat, María ha sido también profecía para nuestra historia, prosigue el franciscano, cuando ha pedido «que los soberbios sean dispersados en los pensamientos de sus corazones; que los poderosos sean derribados de sus tronos, y finalmente los humildes sean levantados…», del mismo modo que profecía fue Jesús en las Bienaventuranzas. Pedir hoy el don de la paz es pedir que se cumpla esa profecía, es decir, que dejen de tener poder los que «quieren imponer violentamente su propia política, su propia economía, su propia cultura, su propia religión», para que «los pequeños vivan en paz y los rehenes y prisioneros vuelvan con sus familias». Que ya no haya «quienes utilizan la economía para esclavizar a los demás» y «que quienes trabajan por la paz dejen de ser considerados ingenuos e ilusos». Que la tierra, por último, «deje de ser objeto de contienda y de guerra, y sea recibida como un don por los mansos, que saben acogerla como un regalo y están dispuestos a cuidarla en lugar de ocuparla y conquistarla».
La invitación a rezar la Súplica por la Paz
El 10 de agosto, el padre Patton había enviado una carta a los frailes de la Custodia invitándoles a dedicar el día de la Solemnidad de la Asunción de María a la súplica por la paz en Oriente Medio y en todo el mundo, «utilizando también la fórmula de oración para la que -escribía- he pedido expresamente la aprobación eclesiástica». El mismo texto que, al mismo tiempo, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén, ha invitado a recitar hoy y que él mismo utilizará para pedir el don de la paz con vistas a las conversaciones de alto el fuego que se celebran en Qatar el 15 de agosto. En una carta dirigida a los fieles de Tierra Santa, Pizzaballa escribe: «Todos parecemos aplastados por este presente mezclado de tanta violencia y, ciertamente, también de rabia. (…) Después de haber gastado tantas palabras y de haber hecho todo lo posible para ayudar y estar cerca de todos, especialmente de los más afectados, sólo nos queda rezar».
ADRIANA MASOTTI