En el Vaticano, la institución más antigua del mundo, casi nada sucede de repente. Como la sentencia del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que el pasado 5 de julio declaró oficialmente al exnuncio en Washington, Carlo Maria Viganò, «culpable de delito de cisma» y, por lo tanto, excomulgado.
En realidad, fue el propio arzobispo quien se negó a acudir al juicio y se autoexcomulgó explícitamente en su pomposo manifiesto Attendite a falsis prophetis, del pasado 20 de junio, en el que afirmaba, entre otras lindezas y falsedades, que «Bergoglio», pues así le llama desde hace tiempo, «da culto al ídolo de la Pachamama y escribe delirantes encíclicas sobre el medio ambiente». Podría considerarse una opinión, pero añadía que «Bergoglio es a la Iglesia lo que otros líderes mundiales son a sus naciones: traidores, subversivos y liquidadores finales de la sociedad tradicional».
En todo caso, el punto esencial era la declaración, referida a «Bergoglio y su círculo», de que «me honro en no tener —y, de hecho, no la quiero— ninguna comunión con ellos». Añadía que «repudio los errores neomodernistas inherentes al Concilio Vaticano II», como «repudio, rechazo y condeno los errores y herejías de Jorge Mario Bergoglio». Se comparó al arzobispo Lefebvre, pero los lefebvrianos le desautorizaron de inmediato.
El estilo inflamatorio de Viganò afloró el 26 de agosto de 2018 cuando Francisco se disponía, en Dublín, a celebrar la Misa de clausura del Encuentro Mundial de las Familias. En un desquiciado manifiesto, publicado simultáneamente por medios ultraconservadores de varios países, acusaba al Papa de haber protegido al cardenal pederasta americano Theodore McCarrick, a quien en realidad había ya sancionado con la expulsión del cardenalato.
Viganò afirmaba que «Francisco debe dar ejemplo a los cardenales y obispos que han encubierto los abusos de McCarrick, y dimitir junto con todos ellos». No dejaba alternativa, pues «Francisco ha renunciado al mandato de Cristo. Divide a sus hermanos, los induce a error y anima a los lobos a devorar el rebaño».
Esa misma tarde, durante el vuelo de regreso a Roma, los periodistas preguntamos al Papa su opinión al respecto. Nos dijo que prefería no hacer comentarios y nos invitó, como profesionales de la información, a investigar los hechos. Enseguida descubrimos que ya siete años antes, cuando fue nombrado nuncio en Washington, Viganò había intentado engañar a Benedicto XVI para que le permitiese continuar como número dos del pequeño Estado del Vaticano, del que aspiraba a ser gobernador.
En una larga carta, filtrada en el caso Vatileaks, Viganò le informaba de que trasladarse a Washington le impediría terminar su tarea de limpieza de la corrupción económica y, además, cuidar de su hermano mayor, sacerdote, que había sufrido un ictus. En realidad, había sufrido el ictus en 1996 y desde 2008 no se hablaba con su hermano, a quien había demandado por apropiación de la herencia familiar en un tribunal de Milán, que lo condenó a pagarle 1,8 millones de euros.
El show de Viganò, que afirmaba vivir en la clandestinidad fingiéndose perseguido por el Vaticano, ha sido muy útil para los intereses políticos y económicos norteamericanos hostiles a Francisco, de los que es una marioneta. Entre tanto ha publicado cartas pastorales cada vez más pontificias. Hasta que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe le citó a juicio para el 20 de junio. Su respuesta fue excomulgar al Papa.
JUAN VICENTE BOO
Publicado en Alfa y Omega el 11.7.2024