Resulta divertido y aleccionador el espectáculo, a nivel de mera observación, que ofrece la extrema izquierda española heredera a partes iguales del ancestro comunista de hace casi un siglo.
Se repiten miméticamente comportamientos históricos entre Podemos y Sumar en una lucha fratricida en la que cuenta exclusivamente el poder y su disfrute.
Nada nuevo que no hayamos comprobado antes por estos lares y otros. En 2015, aprovechando el detritus social que provocó la gran crisis económica, un grupo de jóvenes desarrapados (dentro de un orden) que abrevaban en universidades y consultorías caribeñas bien pagadas, liderados por Pablo Iglesias, supo ver y entender la oportunidad que se les presentaba de abandonar la marginalidad personal y colectiva. Fueron unos genios: con cuatro lemas supieron llegar a millones de españoles y levantar un muro de cinco millones de votos. El sueño se convirtió en espejismo fatuo que saltó por los aires a las primeras de cambio. Por un lado, la lucha interna, descarnada y ad hominem por el poder. Por otro, que la prédica no se correspondía con los comportamientos personales. Galapagar, coches oficiales, mamandurrias… Todo eso lo cambió todo.
Las traiciones personales, con tanto ancestro en el comunismo español, hicieron el resto. Hasta llegar al día de hoy. Irene Montero junto a su pareja, indignados y encorajinados, no sin razón, contra Yolanda Díaz, que les birló el gobierno (junto con Sánchez, obviamente), les sacó los ojos y se ciscó dentro. La situación, a mi modesto entender, es reversible en el espacio de este espectro político. Garzón liquidó el histórico PCE que ahora recoge Maíllo, persona respetada y respetable.
Por eso es tan interesante el resultado del 9J. Si Montero es capaz de doblar el pulso a Yolanda, ocurrirá lo que siempre ha ocurrido, que la política es una autopista de ida y vuelta. Los fervores de ayer se convertirán en negaciones de hoy.
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 2.6.2024.