Los documentales y series que narran casos de asesinatos reales se han puesto de moda, pero la legislación no deja claros sus límites.
30 de mayo 2024.- Al otro lado del teléfono, la voz de Patricia Ramírez suena rota. Han pasado ya más de seis años desde el asesinato de su hijo a manos de Ana Julia Quezada —expareja del padre—, pero esta madre todavía tiene que estar luchando para que dejen a su pequeño descansar en paz. La historia del pescaíto, como llamaban a su hijo Gabriel, podría convertirse en el próximo estreno del true crime, un tipo de producción artística que aborda crímenes reales y que está de moda.
Ramírez quiere paralizar el documental. No entiende que alguien intente lucrarse con el asesinato de su hijo. Incluso denuncia la supuesta participación en el mismo de la autora del crimen. «Tengo una fuente directa que me asegura que dentro de prisión tiene un teléfono móvil» que habría utilizado para participar en la grabación, denunció Patricia en una rueda de prensa en la que, bajo el lema Nuestros peces no están en venta, convocó una manifestación que se celebró en Almería el 11 de mayo.
La lucha de Ramírez ha generado un intenso debate en los medios de comunicación sobre los límites de este género, que no están fijados de forma rotunda en la legislación española. A priori, cualquier obra estaría amparada por la libertad de expresión; pero la Ley de Infancia y Adolescencia de Andalucía, en su artículo 46, establece que «la difusión de la imagen de la persona o personas menores deberá autorizarse expresamente por sus progenitores o sus herederos», incluso «en los casos de fallecimiento o desaparición traumática».
Sin certeza legislativa, tanto la madre de Gabriel como los expertos apelan a la ética. En un texto remitido a El País, el productor y guionista de series como El caso Asunta o El caso Alcàsser —Ramón Campos—, recordaba recientemente una conversación que tuvo en una ocasión con un ejecutivo del sector audiovisual, que le decía que «“para hacer true crime hay que tener tragaderas”. Yo le respondí que no, que para hacer true crime hay que tener, por encima de todo, ética».
Honrar a las víctimas
El catedrático de Criminología de la Universidad de Valencia, Vicente Garrido, va un paso más allá y habla de la necesidad de un código ético, basado en cuatro puntos, que debería regir las producciones de este género. «El criminal no debería ser enaltecido», tendrían que «honrar la memoria de las víctimas» y, por supuesto, respetar «la verdad de los hechos». Asimismo, Garrido propone que las producciones contribuyan a la «educación del espectador», para que dirijan «su mirada a las cuestiones humanas y sociales que se deriven del caso criminal analizado», insta el también autor de True crime: la fascinación del mal (Editorial Ariel).
El catedrático, sin embargo, sí que defiende las entrevistas a los asesinos, en contraposición con la opinión de Campos y de la propia Ramírez. «Es una de las vías que tenemos los investigadores para analizarlos». Cita, por ejemplo, el caso de Charles Manson, que fue el líder de una secta que perpetró una serie de crímenes en la década de los años 60 del siglo pasado. Él «nunca reconoció haber ordenado matar a aquellas personas», pero gracias a las entrevistas que le hicieron «aprendimos mucho sobre la capacidad de liderazgo que los psicópatas pueden ejercer sobre personas vulnerables». En cualquier caso, Vicente Garrido entiende perfectamente la postura de Patricia Ramírez y sostiene que «un criminal nunca debería lucrarse por hablar o publicar su caso». Si hay un pago, «el juez debería requisarlo para pagar la indemnización a la familia de la víctima», un dinero «que casi nunca reciben porque los condenados se declaran insolventes», concluye Vicente Garrido.
Genéticamente preparados
El caso Sancho. Episodio cero, producido por HBO, es la última producción de un género que se ha puesto de moda. En la historia del true crime aparecen títulos como Jack, el destripador; Impulso criminal o El estrangulador de Boston. «La expansión actual se debe a la aparición de las plataformas digitales y la necesidad de rellenar miles de horas de contenido», explica Vicente Garrido, autor del libro True crime: la fascinación del mal. El experto, sin embargo, también asegura que «estamos genéticamente preparados para prestar atención a las situaciones que puedan amenazar nuestra vida».
JOSÉ CALDERERO ALDECOA
Alfa y Omega