El 3 de agosto de este año celebraremos el centenario de la ordenación del beato Stefan Wyszynski, un personaje fundamental para comprender la historia de Polonia, de Europa y de la Iglesia. El estreno en España de la película El primado de Polonia nos invita a revisar su figura y preguntarnos si el «primado del milenio» —como le llaman los polacos— puede aportar también algo a la Iglesia y la sociedad actuales.
Stefan Wyszynski nace el 3 de agosto de 1901 en Zuzela, diminuta aldea en el noreste de Polonia. Tiene cinco hermanos y sus padres, Stanisław y Julianna, intentan crear un ambiente cristiano y patriótico dentro de su hogar. El Estado polaco no existía y el pueblo natal de Wyszynski se encontraba bajo el régimen de los zares de Rusia. Stefan pronto pierde a su madre. Su padre, organista de profesión, le inculca un amor profundo a la Virgen, similar al que años después aprendería también un joven Karol Wojtyła. Se ordena sacerdote el 3 de agosto de 1924 en el santuario de Jasna Góra, en Czestochowa. Stefan continúa sus estudios profundizando en doctrina social de la Iglesia y doctorándose en Derecho Canónico. La Segunda Guerra Mundial le sorprende en Włocławek. El joven sacerdote es testigo del martirio de compañeros y superiores, especialmente en el campo de concentración nazi de Dachau. Se refugia en Laski, cerca de Varsovia, donde se encuentra con la beata Róza Czacka. El Papa Pío XII lo nombra obispo de Lublin y tres años después es designado arzobispo de dos archidiócesis: Varsovia y Gniezno, esta última unida al título de primado de Polonia. En la época, esta dignidad no es solo protocolaria: pone bajo su responsabilidad una Iglesia donde la fe cristiana peregrina desde hace 1.000 años.
Wyszynski se encuentra con un Gobierno que lucha contra esta fe. ¿Cuál es su actitud? Se esfuerza para evitar más derramamiento de sangre y comenzar el diálogo y el mutuo entendimiento, incluso ante la negativa del Vaticano a cualquier acuerdo con las autoridades comunistas. A pesar de todo, es nombrado cardenal en 1953, aunque no puede recibir sus insignias. Le espera una peculiar investidura cardenalicia: sin acusación ni condena es apresado por el Gobierno comunista durante tres años (1953-1956) en distintos conventos convertidos en prisiones. Sabe vivir esos años como un tiempo de gracia. Aunque alejado de sus responsabilidades, traza las líneas maestras de su futura actividad, que centra en preparar a la Iglesia que peregrina en Polonia para celebrar el milenio de su bautismo.
Los años en la cárcel no provocan en él deseo de venganza ni enfrentamiento con el Gobierno. Sabe que la Iglesia tiene algo que ofrecer a la nación, que entonces no cree posible derrotar al régimen comunista, y tiende su mano para aportar la luz del Evangelio a todas las personas que valientemente, en secreto o con cierto miedo, intentan profesar su fe. Para el milenio, propone un plan de renovación nacional y eclesial, bajo el amparo de la Virgen de Jasna Góra.
No le asustan los asuntos de la Iglesia universal. Participa activamente en la preparación y desarrollo del Concilio Vaticano II. En sus cuatro sesiones se da a conocer como enemigo de la polarización y gran defensor de la doctrina sobre libertad religiosa. En él encuentran a un eclesiástico que con solicitud pastoral intenta cuidar la herencia del pasado, juzgando con criterios adecuados el presente y proyectando el futuro con esperanza arraigada en la realidad.
En varios momentos nuestro cardenal no es entendido ni por los fieles ni por el Gobierno, ni por las estancias vaticanas. Se presenta como un sacerdote celoso por la salvación de las almas, por la cooperación con los mandatarios estatales y con solicitud filial al Santo Padre y a la Iglesia. Es él quien abre paso a Karol Wojtyła, quien después le abraza con un gesto más que de cariño en la inauguración del pontificado.
La Iglesia y nuestro continente deben mucho al beato Wyszynski. En años en que experimentamos tanta polarización, debemos mirarle y aprender: es posible ser totalmente fieles a nuestros principios sin dejar de tender la mano incluso a aquellos que se autoproclaman nuestros enemigos. Quizá para ello tenemos los santos, para que nos enseñen lo heroico en medio de la realidad.
El autor defendió recientemente su tesis sobre Wyszynski y el Vaticano II en la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
MATEUZ DOBRZYCKI
Sacerdote de la diócesis de Łomza (Polonia)
Publicado en Alfa y Omega el 27.5.2024.