En los últimos años se ha escrito mucho sobre los escándalos de abusos contra menores en la Iglesia. Una de las reflexiones que, en su día, aportó luz fue la pregunta que lanzaba Amedeo Cencini en su libro ¿Ha cambiado algo en la Iglesia después de los escándalos sexuales?.
El texto original es de 2014, un momento en el que ya se habían activado algunas alarmas, pero todavía no existía una conciencia clara de lo que había pasado y estaba pasando. En 2015, la película Spotlight se alzaba con la victoria en los Óscar y eso contribuyó a generar debate social. Pero aún faltaba mucho por venir: publicación de informes nacionales ad intra y ad extra de la Iglesia; el movimiento #MeToo, que abriría aún más la perspectiva; investigaciones de medios de comunicación que revelaban nuevos casos; los primeros pasos para la creación de protocolos de prevención y actuación, aunque con velocidades y compromisos diferentes; el viaje del Santo Padre a Chile y la posterior implicación de la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe. Así llegamos hasta febrero de 2019, cuando el Papa Francisco convocaba el encuentro La protección de los menores en la Iglesia, una cita sin precedentes que evidenciaba la importancia del tema. Pocos meses después, el 7 de mayo del mismo año, se publicaba la carta apostólica en forma de motu proprio Vos estis lux mundi, con una posterior actualización y confirmación en marzo de 2023.
La pregunta de Cencini puede servirnos de guía para preguntarnos, a los cinco años de Vos estis lux mundi, qué ha cambiado en la Iglesia y qué falta para conseguir lo que Luis Manuel Alí, secretario de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, define como las cuatro A: aprender de nuestros errores, afrontar el problema, asumir protocolos de protección y prevención y atender a las víctimas y sobrevivientes. En todo este camino, Vos estis lux mundi supuso un gran avance en muchos ámbitos, entre los que podemos destacar en primer lugar el establecimiento de normas y procedimientos específicos (no solo orientaciones) para abordar los delitos de abuso sexual dentro de la Iglesia. También la ampliación del alcance con normas de aplicación no solo a los clérigos o religiosos, sino también a laicos con responsabilidades; la definición de delitos contra menores o adultos vulnerables —en la revisión de 2023—, lo cual amplía el concepto de vulnerabilidad y supone todo un reto para su tratamiento canónico; la propuesta de mecanismos claros para la recepción de informes, insistiendo en el tratamiento confidencial; la concreción de los procedimientos para denunciar y llevar a cabo investigaciones imparciales y completas, asegurando la presunción de inocencia y la tutela de la buena fama de los investigados, y las pautas para la atención pastoral a las víctimas, destacando la acogida, escucha y acompañamiento, así como la asistencia médica, terapéutica y psicológica según sea necesario.
Entre julio de 2020 y junio de 2022 se publicaron dos versiones del vademécum sobre algunas cuestiones procesales ante los casos de abuso sexual a menores, la reforma del Libro VI del Código de Derecho Canónico y las normas sobre los delitos más graves reservados a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero las normas no valen de nada si no acompañamos su aplicación y si, fundamentalmente, no ponemos a la persona en el centro.
La perspectiva a medio y largo plazo pasa por implementar medidas concretas de rendición de cuentas y transparencia, reconociendo y aprendiendo de los errores y, por supuesto, valorando la proactividad y el trabajo de prevención que se está realizando. Quizá sea este campo en el que más pasos hayamos dado, pero, ¿no será que nos hemos quedado solo con la prevención y nos hemos olvidado de atender a las personas, reparar integralmente y aprender de lo vivido para que no se repita?
Hoy nos hace falta equilibrar varias balanzas: hemos pasado de que nada sea abuso a que todo sea abuso, y es importante profundizar en este tema desde la formación; se constatan ritmos diferentes, tanto a nivel geográfico y cultural como entre instituciones y líderes que han asumido su responsabilidad con la prevención y reparación, y otros que no; es importante, además, no pretender hacerlo todo nosotros, sino acudir a expertos de ámbitos extraeclesiales que nos orienten. Y, especialmente, recordemos que detrás de cada denuncia hay una persona, no una cifra. Y si esa persona viene hasta nosotros, independientemente de sus motivaciones, argumentos o reticencias, merece ser escuchada. El Sínodo sobre la sinodalidad es además una oportunidad que debemos aprovechar para revisar una de las claves que está detrás de los abusos en entornos eclesiales: nuestro modelo de Iglesia, la manera de relacionarnos y de tomar decisiones, la forma de acompañar, ejercer la autoridad, la obediencia o la corrección fraterna y caminar juntos.
ANTONIO CARRÓN, OAR
Instituto de Antropología. Pontificia Universidad Gregoriana.
Publicado en Alfa y Omega el 20.5.2024.