Si en España decimos que conviene que la teología esté en la universidad, recibiremos una mirada irritada de los laicistas más duros y otra de amable conmiseración de una mayoría que nos tomará por locos. Pero podemos alegar, amablemente, que los que están locos son los que no piensan en Dios. Porque han perdido la dimensión más profunda del mundo y de sus personas. Por lo menos, un teólogo debería sentirlo así. Debería darle una pena inmensa, como a Jesucristo, ver tantos «como oveja sin pastor». Y esa pena sincera es un estímulo enorme para su tarea.
En su hermoso libro sobre santo Tomás de Aquino, dice Chesterton: «Cada generación es convertida por el santo que más la contradice». Ortega y Gasset declaró que la misión de un intelectual es, precisamente, «oponerse y seducir»: oponerse a lo equivocado e injusto de una cultura, y cautivarla con la razón y la hermosura. Se atribuye también a Chesterton (nadie lo ha encontrado) que «el que no cree en Dios está expuesto a creer en cualquier cosa». Así es. Durante decenios, la universidad europea ha creído masivamente y con auténtica devoción en el marxismo. Porque Dios no ocupaba el sitio que debía en los saberes.
Lo explica John Henry Newman en su genial La idea de una universidad: «Si elimináis una ciencia del círculo del conocimiento, no podréis conservar vacío su puesto. Se olvidará esa ciencia y las demás se empujarán unas a otras, saliéndose de sus límites y entrando donde no deben». Si eliminamos la teología, la reflexión sobre la causa última y la salvación cristiana, ese enorme hueco se llenará de trivialidades incapaces de dar sentido a la vida y fundamentar la moral, la convivencia y la dignidad de las personas. Hasta hace bien poco han ocupado ese hueco ideologías criminales y hoy lo ocupan, por defecto (defecto de teología), las ciencias positivas: a falta de otra cosa, muchos creen que todo es física y evolución.
Pero una persona que cree que es fruto de la evolución de la materia a partir de la nada y por pura casualidad, ha perdido literalmente la razón. Como argumentó Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona en 2006, ¿cómo puede una razón pretender que es razón si está sustentada en un proceso caótico?
Casi en bloque la universidad europea está hoy atrapada por el materialismo y cree (no se puede demostrar) que el fundamento de la realidad es solo material y que todo se explicará un día por la física, la química y la evolución. Así no podemos fundamentar la moral y la justicia. El valor de las personas no es el mismo si somos combinación casual de la materia o imagen de un Dios creador. Hoy el progreso formidable de las ciencias es, en sí mismo, tropezarse con la inmensa inteligencia que llena el universo. El big bang es, sobre todo, una formidable explosión de inteligencia. Por eso, la probabilidad de que haya una inteligencia creadora es altísima, como defendió el filósofo Anthony Flew.
Los retos actuales de la teología en la universidad son, en primer lugar, ocupar su sitio y defender que la causa última del universo es inteligente y personal; para luego afrontar el problema del mal (teodicea) y de la salvación en Cristo y exponer la salvación como buena nueva a los cristianos y a los demás. A continuación, defender que el ser humano es imagen de Dios y no de la materia. También mantener viva la inmensa aportación humanista de la tradición cristiana; defender el Estado de derecho, que amenaza ruina y, por último, fomentar un clima de amistad social y solidaridad que no se puede basar en la química e integrar en esa convivencia a los desfavorecidos.
Conviene recordar el prólogo de la Declaración de Independencia de Estados Unidos: «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos». Nuestra cultura y nuestra convivencia están basadas en estas convicciones. Y no hay mejor explicación para la maravilla del cosmos y de lo que es un ser humano.
JUAN LUIS LORDA
Profesor de Teología en la Universidad de Navarra
Publicado en Alfa y Omega el 13.5.2024