En conversación con el Cardenal Patriarca de Jerusalén tras doscientos días de guerra: «Lo que ha sucedido ha mostrado claramente la inevitabilidad de la solución de los ‘dos Estados’. No hay más alternativa a los dos Estados que la continuación de la guerra».
Jerusalén, 24 de abril 2024.- «Cuando nos reunimos en noviembre para mantener una larga conversación 30 días después del comienzo de la guerra en Gaza, ciertamente no imaginábamos que seguiríamos encontrándonos aquí después de 200 días, y sin que entretanto hubiera madurado una posible solución al conflicto», comenzó diciendo el Patriarca de Jerusalén, cardenal Pierbattista Pizzaballa, con quien nos reunimos en el edificio del Patriarcado en Jerusalén al margen de su discurso por el Día de la Tierra.
En aquella larga entrevista expresó mucha tristeza por los acontecimientos que se estaban desarrollando, y mucha decepción por los «puentes» que parecían haberse derrumbado definitivamente.
Por desgracia, no ha cambiado mucho desde entonces: la incertidumbre sobre el desenlace de esta crisis sigue reinando. Lo que sí ha cambiado, frente a lo que entonces podía parecer un exceso de pesimismo, es nuestro -cuando digo nuestro me refiero al mío y al de la comunidad que dirijo- redescubrimiento de la brújula de la orientación y de la voluntad de no rendirnos, y de resistir a la tragedia que sigue desarrollándose ante nuestros ojos, cuando no tocando directamente a tantos de los nuestros. En aquel momento estábamos verdaderamente conmocionados. Llevo 34 años viviendo en esta tierra, que ahora es la mía, y he visto muchas guerras, intifadas, enfrentamientos, etc., pero no tengo ninguna duda: ésta es la prueba más difícil a la que hemos tenido que enfrentarnos. La incertidumbre ahora es cuánto durará esta guerra, y más aún qué ocurrirá después, porque una cosa es cierta: nada volverá a ser como antes. Y no hablo sólo de política; pienso en todos y cada uno de nosotros. Esta guerra nos cambiará a todos. Tardaremos mucho tiempo en metabolizarla. Pero también es cierto que aquí los tiempos largos son lo normal, la paciencia para lo bueno y para lo malo nunca falta. Si no, no se explicaría una guerra que, bajo diversas formas, dura ya 76 años.
¿Usted también se siente cambiado?
Sin duda. Siento, por ejemplo, mucho más que en el pasado la necesidad de escuchar. Saber leer los tiempos a la luz del Evangelio es la tarea prioritaria de un pastor. Y esto sólo puede hacerse a través de una escucha de 360 grados. También porque siento que mi pueblo, y no sólo él, expresa una gran necesidad de escuchar. Cada uno tiene su relato, su dolor, su sufrimiento, que lamenta no ser suficientemente escuchado, comprendido, consolado. Hoy más que nunca, la primera forma de caridad aquí es la escucha. Acabo de regresar de Galilea, de una visita pastoral a Jaffa de Nazaret, donde además de los míos he querido encontrarme con los líderes locales de otras religiones. Escuchar sus razones sin ideas preconcebidas no significa compartirlas. Pero sigue siendo muy importante, porque si la gente ve que los líderes hablan entre sí, se siente inclinada a hacer lo mismo y a superar la desconfianza. Ahora ha empezado Pésaj, y hace poco ha terminado el Ramadán: las fiestas religiosas son una ocasión importante para reconocerse y dialogar. No hacen falta grandes discursos, basta con comer y beber juntos para derribar los muros que nos separan. Una cena juntos puede hacer más que una conferencia o un documento sobre el diálogo interreligioso. Debemos intentar comprender lo que tenemos en común, más que lo que nos separa. Ciertamente tenemos dolor en común. Pero no podemos detenernos en el dolor. Lo que realmente nos preocupa a todos ahora es la ausencia de perspectivas. No se trata de plantear hipótesis abstractas sobre el futuro, sino de comprender cuáles son los componentes básicos de nuestras identidades. Y comprender cómo estas identidades pueden coexistir, si no interpenetrarse. Esto es válido para todos, pero también para nosotros, los cristianos. Nosotros también debemos replantearnos cómo habitamos esta tierra como cristianos. Ciertamente, como testigos de la historia y la geografía de la Salvación. Pero también hay algo más que entender, porque ser cristiano es ante todo una forma de vida. Orientado hacia el Evangelio.
¿Cree que es un compromiso difícil?
Absolutamente. Es un compromiso difícil y sobre todo fatigoso. Es fatigoso cuestionarse y confrontarse sobre cómo cada uno de nosotros ha vivido este período. Porque a menudo el dolor tiende a ser «egoísta»: es mi dolor el que no puedes comprender, es mi dolor el que siempre es mayor que el tuyo. El esfuerzo consiste entonces en facilitar esta confrontación induciendo a cada uno de nosotros a reconocer el dolor del otro. Que quede claro, no lo digo por «buenismo» cristiano, sino simplemente porque no veo otra alternativa.¿Podemos salir de este drama de otra manera? En esta tierra, en el pasado, alguien más valiente ha intentado el camino político hacia la paz. Pero siempre han sido intentos que procedían de arriba abajo: acuerdos, negociaciones, compromisos. Todos han fracasado estrepitosamente. Pensemos, por ejemplo, en Oslo. Así que ha llegado el momento de invertir la dirección e iniciar un camino que vaya, en cambio, de abajo arriba. Repito: será agotador, pero no veo otro camino.
¿Influye también esta consideración suya en la lectura del conflicto en Occidente?
Desde luego que sí. Porque fuera de esta tierra prevalece una lectura polarizadora del conflicto. Y esto, además de ser perjudicial, es extremadamente insensato, porque las razones del conflicto son muy complejas, están estratificadas a lo largo de décadas. Tratar el conflicto israelo-palestino con el espíritu de un derbi futbolístico es un error. Incluso en Occidente es necesario hablar unos con otros, enfrentarse, documentarse. Además, por supuesto, de rezar insistentemente por la paz.
¿Y la Iglesia que usted dirige?
Nosotros también tenemos una gran necesidad de hablar entre nosotros. Después del 7 de octubre ha habido, y sigue habiendo, diferentes sensibilidades. Incluso radicalmente diferentes. Y no creo que ahora sea el momento de ponerlas en síntesis. Ahora es el momento de escucharlas. Y de hablar de ellas también dentro de las diferentes sensibilidades y posiciones que han surgido. Cada uno debe analizar con sinceridad y valentía la coherencia de sus posiciones. Y cuáles fueron los procesos mentales que las indujeron. Para ello hace falta valor. El valor de admitir que nosotros también hemos cambiado. Y comprender cómo y por qué. Es un proceso que sólo puede darse -como nos enseña San Francisco- mediante una apertura decisiva de la mente y del corazón. La mente sola no basta. Y el corazón solo no basta. Sólo en una relación sincera con el otro podemos definirnos mejor en la verdad. Evidentemente, se trata de un proceso que también me afecta personalmente. Nadie puede tener la presunción de seguir siendo el mismo. En este sentido, creo que también hay que revisar un poco el relato cristiano, que, como decía, sólo puede renacer desde la conciencia de lo que realmente constituye nuestra identidad, partiendo siempre de la realidad, de la experiencia concreta, de la realidad de nuestra fe. Que en quintaesencia es la esperanza que se funda en la experiencia de la Resurrección. Podemos entonces definir la constitución de nuestra identidad también mirando a nuestra rica historia pasada. En el pasado, nuestra presencia se concretaba en la construcción de iglesias, escuelas y hospitales. Hoy, ya no estamos llamados a construir estructuras, sino relaciones. Relaciones con nuestros «otros», sabiendo que somos sus «otros». Esto con respecto a otras religiones, pero también en relación con la rica diversidad de la composición de la comunidad católica en Tierra Santa, teniendo en cuenta el carácter árabe-cristiano como elemento insustituible.
A pesar de su escaso número, las comunidades cristianas tienen objetivamente reconocida una presencia fuerte y protagonista. Toda intervención pública es siempre escrutada, discutida, tal vez criticada, por unos y otros…
Es cierto. Yo tengo poco que ver con ello. Quizá el hecho mismo de que seamos una pequeña minoría, que suma el 2 o el 3 % de la población, y no podamos alistarnos de facto en ningún bando, nos confiere ese peso específico superior. Mucho depende también del hecho de que, por pequeños que seamos, formamos parte sin embargo de una institución mundial que tiene la universalidad como carácter principal. También está el que siempre y en todo caso nos pongamos del lado de los que sufren, lo que nos hace calar entre todos aquellos -que son la mayoría- que, independientemente de sus creencias religiosas, se inspiran en los valores del humanismo. Y luego está el Papa Francisco.
¿Qué valor han tenido los discursos del Papa Francisco en estos seis meses aquí en Tierra Santa?
La palabra del Papa Francisco en esta guerra ha tenido hasta ahora un gran peso. Incluso cuando ha sido objeto de críticas por ambas partes, de hecho quizás precisamente cuando ha sido objeto de críticas, ha manifestado la gran autoridad de la que goza. Sus repetidos llamamientos a la liberación de los rehenes y a un alto el fuego inmediato en la Franja han entrado con peso en la historia de esta guerra. Quisiera recordar que hoy son tantos los que piden un alto el fuego, pero en noviembre sólo lo pedía la solitaria y valiente voz del Papa Francisco. Esto también es cierto para nuestro pueblo, y para los cristianos de Gaza. El alivio que han supuesto las llamadas telefónicas casi diarias del Papa ha sido enorme, y también ha significado mucho para quienes, fuera de Gaza, seguían con ansiedad su suerte.
¿Cómo es la situación de los cristianos de Gaza según las noticias que ahora obran en su poder?
Ayer llegaron dos contenedores llenos de comida y por fin pueden comer algo más sustancioso. La situación sigue siendo difícil debido al equilibrio psicológico, que obviamente se tambalea tras seis meses de cautiverio en los locales de la iglesia. Todos tienen que participar en algún tipo de trabajo por el bien de toda la comunidad, y esto es importante porque así se distraen de pensar en su estado actual, en los peligros a los que se enfrentan y en el recuerdo de los que no lo consiguieron. Que no son sólo los que murieron asesinados por las bombas y las armas, sino también los que no sobrevivieron a la falta de medicinas y cuidados. Ahora quedan algo más de 500 dentro de la iglesia. Algunos, en los últimos días, no han podido aguantar más y, tras llegar a Rafah, han abandonado la Franja. Han tenido que endeudarse mucho para poder salir. El valor y la dedicación, especialmente de las tres monjas de la Madre Teresa, que nunca han dejado de atender a los niños discapacitados, son conmovedores. Espero que pronto podamos llegar a estos hermanos y hermanas nuestros y llevarles personalmente la ayuda que necesitan.
¿Cuáles han sido sus momentos más difíciles en estos 200 días?
Sin duda, los primeros. Estábamos conmocionados, no podía centrarme en cuál debía ser mi prioridad, porque al principio ni siquiera podíamos comprender cuál era el verdadero alcance de los acontecimientos, a qué enorme tragedia nos enfrentábamos. Y luego, ciertamente, los días de Navidad. La privación de la alegría navideña, de la fiesta del nacimiento de Cristo para traer la paz, fue terrible para nuestros cristianos. Sobre todo para los más pequeños. Las imágenes de la desolación en Belén en Navidad no se olvidarán fácilmente en los años venideros. No niego nada de lo que se ha hecho. Los errores también forman parte de la realidad. En un asunto tan complejo, no se puede no cometer errores. Pero creo que puedo afirmar que nuestra posición ha sido siempre muy clara, transparente y honesta.
¿Ha experimentado momentos de soledad durante estos meses?
La oración es un gran alivio para la soledad porque te hace sentir la presencia permanente del Señor. Pero no sería sincero si lo negara. Por supuesto, la soledad es inevitable cuando se tienen responsabilidades, y cuando éstas son tan graves que afectan también a la vida de las personas que te rodean y a las que quieres. Pero la soledad también tiene una ventaja. La de preservar una posición de libertad. Disfruto del don de la amistad de muchos, pero un cierto distanciamiento me permite no dejarme influir emocionalmente en mis decisiones. De nuevo, es un estilo que he tomado prestado de las enseñanzas de San Francisco.
¿La relación constante durante estos meses con el Papa Francisco ha sido importante para aliviar esta soledad de la responsabilidad?
Sin duda. No sólo los cristianos de Gaza, sino también el Patriarca se han beneficiado de la colaboración activa del Papa. Soy un bergamasco de pocas palabras, pero siento que debo agradecérselo de corazón y por la confianza que me ha expresado. No es sólo una cercanía de palabras y afecto lo que el Papa Francisco ha querido transmitir a nuestras comunidades, sino también de ayudas concretas que nos han llegado directamente y con las visitas de los cardenales Krajewski, Filoni y en los últimos días Dolan.
La prioridad ahora es ciertamente el fin de la guerra. Pero después se abrirá una fase aún más difícil, tanto en Gaza como en Palestina e Israel.
Sí. Las secuelas serán muy duras. Mientras tanto, espero que los que se han ido de Gaza puedan y quieran volver. Reconstruir Gaza llevará décadas. No queda nada: casas, carreteras, infraestructuras. Será necesario un enorme esfuerzo internacional. Es inimaginable que la gente duerma en una tienda de campaña durante años. Pero creo que, en general, habrá que reconstruirlo todo, no sólo allí, sino también en Palestina e Israel. Realmente tenemos que poner fin a la historia y empezar de nuevo y sobre una base nueva y diferente a la del pasado. Mientras tanto, creo que todo lo que ha sucedido en los últimos seis meses ha demostrado claramente la inevitabilidad de la solución de los «dos Estados». No hay más alternativa a los dos Estados que la continuación de la guerra. Pero los dos Estados deben cambiar desde dentro, deben replantearse a sí mismos. Las dos sociedades, que han cambiado radical y rápidamente en los últimos años, deben tener el valor de repensar su propia sociedad. Esto no será fácil porque ambas sociedades tienen un alto grado de heterogeneidad en su interior, son multifacéticas. Ambas sociedades necesitan dotarse de un nuevo horizonte de valores, porque no puede ser que el único aglutinante social de ambas sea defenderse del enemigo. Si no lo hacen, pondrán en serio peligro su futuro. Ciertamente, el aire no es bueno en todo el mundo, en muchos países vemos una fragmentación de intereses, un crecimiento del egoísmo social, un delirio de poder y dominación que genera conflictos. Esto, desde luego, no ayuda. Se me podrá acusar de partidismo, pero en sentido contrario hoy sólo escucho la voz del Papa Francisco».
En este sentido, el Patriarca también desempeña una función de relación con las instituciones de los dos bandos, un papel político.
Depende de lo que se entienda por un papel político. La Iglesia no juega un papel mediador, no está dentro de sus funciones y competencias. Más bien, la Iglesia puede desempeñar un papel facilitador. Facilitar el diálogo y el reconocimiento mutuo. Y esto lo realizamos ante todo en la sociedad, y también entre las instituciones como expresiones de las sociedades.
El ominoso estruendo de los aviones militares israelíes sobrevolando Jerusalén en su camino hacia la «línea de confrontación» en el norte fue el telón de fondo de gran parte de la conversación. El cardenal Pizzaballa se ajustó el solideo y se puso en pie. Una comunidad de cristianos le espera en Galilea.
ROBERTO CETERA