La recuerdan siempre sonriente, misionera de frontera, animada por la fuerza que sólo el Evangelio puede dar, enamorada de los pobres y de los leprosos. El pasado 29 de marzo cumplió 70 años sor María José Carregosa, de las Maestras Pías Venerinas, que llegó a África desde Brasil en 1987.
Ciudad del Vaticano, 21 de abril 2024.- La recuerdan siempre sonriente, misionera de frontera, animada por la fuerza que sólo el Evangelio puede dar, enamorada de los pobres y de los leprosos. El pasado 29 de marzo cumplió 70 años sor María José Carregosa, de las Maestras Pías Venerinas, que llegó a África desde Brasil en 1987. Las hermanas recuerdan su gran sentido de la responsabilidad, sobriedad, incansable dedicación en el apostolado y su gran amor por los más vulnerables, que la llevaron primero en su país y luego en Camerún a dedicarse sobre todo a los leprosos, aquellos considerados socialmente inaccesibles.
El milagro de Rosa Venerini
Gracias a sus estudios de enfermería, nada más llegar a Ebolowa, en el sur del país africano, pudo dedicarse al cuidado de tres aldeas de leprosos, ofreciendo a los enfermos una acogida digna, un entorno sociable y sobre todo la ayuda de muchos, voluntarios, a los que reunió en una red incansable que con el tiempo apoyó sus proyectos de gran calado tanto social como educativo. Su iniciativa de reunir a todos los enfermos de la leprosería de Ngalan en oración por la curación de un niño confiado a la intercesión de la fundadora Rosa Venerini, condujo al segundo milagro considerado suficiente para la canonización de la monja italiana, proclamada santa por Benedicto XVI en 2006.
Romper el estigma
«No se dejaba impresionar», recuerda la hermana Maria Testa, que llegó con ella a Ebolowa, «en aquellos años había muchos leprosos, había casos realmente dolorosos, los compartía con nosotras cuando estábamos todas en casa y algunas cosas nos impresionaban de verdad». De María José, la Hna. Testa recuerda la fortaleza, la generosidad, las horas de cuidado continuo de las heridas, el dolor de las amputaciones, el trabajo duro, pero ella «nunca se preocupó por las consecuencias, a pesar del peligro, la fatiga y el sacrificio». Sus enfermos eran los de la leprosería y también los de fuera, en los pueblos, aquejados de otras enfermedades, pero a los que nunca les faltaron cuidados, gracias a la creación de un dispensario. Fue ella quien consiguió romper el estigma de la lepra llevando al leprosario a jóvenes sanos de la zona, que se unían a los enfermos. «Hizo un gran trabajo -continúa sor María-, tan reacios eran los jóvenes al principio a ir, que llegó un momento en que pidieron ir a animar la misa en la leprosería, consiguiendo incluso intercambiar el signo de la paz, algo que nunca se había hecho antes».
El legado de Sor María José
Su vivacidad y perseverancia la llevaron a organizar la celebración del Día Mundial de la Lepra, que tiene lugar cada año el último domingo de enero. «Lo organizaba muy bien, tanto que todo el pueblo venía a la leprosería a traer regalos, sacos de arroz, ropa y muchas cosas. Todos los leprosos de la zona se reunían allí y hacíamos una fiesta, como hacemos en África, era realmente una alegría para nosotros». Sor María José falleció la mañana del 11 de abril en su comunidad de Ebolowa, aquejada de una grave enfermedad que le infligió dolor y sufrimiento durante meses. Está enterrada en Ngalan, entre sus amigas leprosas, donde se alza el santuario que quiso dedicar a la Fundadora Santa Rosa. Su legado como misionera en África es grande, y lo que hizo, concluyó conmovida la Hermana María Testa, «fue todo por la gloria de Dios».
FRANCESCA SABATINELLI