Es el único eslabón todavía abierto que le queda al sanchismo para cerrar su particular círculo de poder. Algunos de sus principales edecanes que le susurran en temas económicos le han aconsejado intervenir con dinero público las grandes empresas del Ibex, que resultan decisivas para sus intereses personales, verbigracia, el caso paradigmático de Telefónica.
Es decir, volver a los tiempos de Franco, que montó un poder económico estatal considerable, básicamente, aunque no sólo, en torno a las siglas del Instituto Nacional de Industria (INI), controlado por el omnímodo poder político. En esencia es lo que se propone hacer Sánchez y los aprovechateguis que le rodean.
Dedicar miles de millones de los impuestos ciudadanos a controlar los consejos de administración de las principales compañías españolas no parece, en el mejor de los casos, una medida ni moderna ni europea; algo tendría que decir Bruselas a tal efecto. De Sánchez podemos esperarnos cualquier cosa, hace tiempo que navega rumbo a lo desconocido.
Lo que sorprende es el silencio cómplice del empresariado, que se queja por lo bajini constantemente, pero calla genuflexo ante las tropelías cometidas contra sus intereses desde el poder político. El Gobierno, consciente de ello, se ha dado cuenta de ese estado de opinión y los arrolla inmisericorde. La ministra Ribera es la más activa, marido incluido, en ese aspecto, aunque tampoco Calviño fue manca, sobre todo, cuando se barría para casa. Frenar la ambición del poder económico extranjero ante las joyas empresariales españolas es sólo un pretexto, un argumento vacuo y falsario. El capital español está presente mayoritariamente en compañías estratégicas de otros países y no pasa nada; no deja de ser el signo de un mundo globalizado.
Sánchez necesita controlar esas empresas, tras Telefónica vendrán otras, para colocar a los suyos y pagarles su fidelidad perruna. ¿Qué hacen los afectados? ¡Tocar la cítara!
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 31.3.2024.