La base de la agricultura en el mundo sigue siendo familiar. Este modelo, apoyado por el Papa, evita la despoblación en muchos pueblos de España.
28 de marzo 2024.- Es domingo y Ventura nos atiende desde su tractor color verde oscuro. «Yo lo llamo la máquina de pensar, porque paso tantas horas aquí metido que me da tiempo a pensar mucho», dice, riendo. Todos los días se levanta a las 4:30 horas para, una hora después, ya estar subido al tractor y no bajarse de él hasta las 21:00 horas, exceptuando una hora para comer. Aun siendo festivo la maquinaria no para, porque el campo no entiende de calendarios laborales. Ventura González, aparte de compartir nombre con su padre y su hijo de 3 años, también comparte con ellos pasión por la agricultura familiar. «Siento que siempre he pertenecido a esto. Mis primeros recuerdos son ayudando a mi padre en las labores agrarias», cuenta. Junto con su padre y su tío cultivan cereales, hortícolas y viñedos durante todo el año en Madrigal de las Altas Torres, en la provincia de Ávila.
Ellos son un ejemplo de lo que, según la FAO, es la forma agrícola que más predomina en el mundo dentro del sector de la producción de alimentos. Incluso en Europa, a pesar de la agroindustria y las grandes multinacionales, la base de la agricultura sigue siendo familiar, un modelo que fomenta la preservación de los alimentos tradicionales y que salvaguarda la biodiversidad. En el último informe de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) y la Fundación de Estudios Rurales se indica que en España el 87 % de las explotaciones son de carácter familiar. «Es un modelo de producción en el que las decisiones empresariales se toman en la mesa de la cocina», explica Montse Cortiñas, vicesecretaria general de la UPA. «La agricultura familiar es el seguro de soberanía alimentaria de un país; es la que sostiene mercados locales y cercanos». González lo tiene claro: «Si un pueblo como este, con 1.400 habitantes, se mantiene vivo es gracias a las explotaciones familiares que estamos aquí. Si no, probablemente el pueblo habría desaparecido». Este tipo de agricultura es un pilar fundamental para fomentar el empleo en medios rurales, que alcanzan el 83 % de los municipios de España según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
El apoyo del Papa Francisco a las familias con este estilo de vida es rotundo. A ellos les dedicó unas palabras en la VIII Conferencia Global del Foro Rural Mundial celebrado en Vitoria hace unos días. En el mensaje afirmó que «son la clave para hacer que los sistemas agroalimentarios sean más inclusivos, resilientes y eficientes», y reconoció además «su protagonismo en el progreso de los pueblos». También hizo especial hincapié en el papel de las mujeres rurales que, aseguró, «representan esa brújula segura para sus familias y son las verdaderas impulsoras del progreso de las sociedades».
Un reflejo de esas palabras es Natalia Lainez, que, con 46 años y madre de dos hijas, se dedica a la cría y a la selección genética de la abeja ibérica negra en Talamantes, un pueblo de Zaragoza de menos de 100 habitantes. Junto con su socia Lucía Ibáñez han puesto en marcha la empresa Abejas del Moncayo, con la que venden material vivo apícola como enjambres o abejas reinas. «Al propio trabajo se le añaden todas las dificultades de ser mujer y madre», dice Lainez para Alfa y Omega; «la guardería más cercana está a 40 minutos». Asegura que ambas socias han aprendido a ser eficientes con el tiempo que tienen, siendo además la única actividad económica en un entorno casi abandonado.
La agricultura familiar es un modelo que se debe cuidar y mimar. También desde las instituciones. «Solo pedimos vivir de forma digna con nuestros productos, que no valgan menos que los costes de producción», pide Ventura González, que se siente impulsado por la generación de su padre, que le abrió paso y que, a su vez, se lo abrirá también a la de su hijo, que tiene hoy 3 años. «La virtud y la grandeza de una explotación familiar es hacer las cosas juntos».
ESTER MEDINA
Alfa y Omega