Mi madre es modista. En su juventud aprendió el oficio y no ha dejado de empujar el dedal desde hace décadas. Ha hecho arreglos imposibles; ha creado desde cero vestidos de novia —el mío, entre otros—. Ha adaptado americanas con un giro matemático de tijera.
De niña me gustaba sentarme a su lado, en la mesa de la cocina, y observar cómo, tiza en mano, calcaba patrones. Hasta llegué a hacer mis primeros pinitos y alguna falda lleva mi sello. Pero las manos de mi madre tienen magia y esa magia no se hereda; se construye a base de horas de trabajo. Ahora es ella, mi madre, Milagros, la que mira embelesada a otra utilizar las manos. En este caso las de su nieta, que con 5 años ya lleva intrínseco en su ser la capacidad de desbloquear un smartphone. «Ay, la niña, la niña». Dice ella. Con admiración y algo de desconsuelo. «Hija, márcame a la tía, que no sé cómo llegar hasta su número». «Hijo, mira a ver si me puedes borrar los mensajes». Mi madre de las manos mágicas de años de costura no se adapta a las nuevas exigencias. Me tiene a mí. Pero cuántas como ella se quedan incomunicadas por no saber marcar un número. Si hemos regulado la IA en Europa, por qué no reducir también la temible brecha digital.
CRISTINA SÁNCHEZ AGUILAR
Directora de ‘Alfa y Omega’
Publicado en Alfa y Omega el 25.3.2024