Las tecnologías pueden reportar beneficios a los ancianos, aunque falta formación y no deben sustituir siempre a la presencialidad.
25 de marzo 2024.- Consuelo tiene 80 años y vive en el Barraco, un pueblo abulense de 2.000 habitantes. Le gusta cocinar escuchando música de una Alexa que le regalaron sus hijos porque «me hace compañía». «Una mañana me estaba yendo a Misa y le dije: “Dentro de media hora apágame las lentejas”», narra a Alfa y Omega. Cuando regresó, el fuego seguía encendido, aunque como estaba «muy bajito» no hubo ningún incendio que lamentar. «Entonces me enfadé, pero cuando lo pienso me digo: “¡Qué bruta!”», confiesa.
Emilio, su marido, explica que su casa es de las pocas con conexión en el pueblo. «Si por nosotros fuera no tendríamos nada, pero nos agrada que llegue una foto de nuestros doce nietos o nuestra bisnieta», presume. El matrimonio encaja a la perfección en Desigualdad digital y vejez: la brecha digital que todavía está por cerrar, una reciente investigación de la UOC, la Universitat Oberta de Catalunya. Centrándose en esa región, el documento señala que tan solo el 42 % de los mayores de 79 años son usuarios de internet. Mireia Fernández Ardèvol, una de sus autoras, define este fenómeno como «interseccional». Es decir, cuanto más rural y envejecida es una comunidad, menos conciencia tiene de los beneficios que le pueden reportar las nuevas tecnologías, lo que cronifica su situación. «El desarrollo tecnológico ha estado y está en manos de unos pocos», explica a este semanario su compañera Sara Suárez-Gonzalo, investigadora del grupo CNSC-IN3 y profesora de Comunicación en la UOC. Lamenta que estas innovaciones suelen recaer en «grandes empresas privadas, donde trabajan personas con características poco diversas, que desarrollan tecnología pensando en sus intereses económicos».
Entre las medidas que Suárez-Gonzalo propone para coser esta fisura destaca «la necesidad de mantener programas de sensibilización» combinados con «formación y redes de apoyo mutuo». Pero no lo confía todo a lo digital y exige «garantizar alternativas analógicas» para las personas mayores, pues «utilizar tecnologías digitales no debe ser una obligación».
Gloria González, miembro de Economistas sin Fronteras, lleva adelante una iniciativa de este tipo para que los mayores puedan realizar con un ordenador sus trámites bancarios. Se llama Econos: finanzas para mayores y «son talleres de unas tres horas» que está impartiendo por los centros de mayores de Madrid. Tras repasar los conceptos clave más importantes, a cada anciano se le facilita para la sesión un ordenador con un simulador de las aplicaciones bancarias en el que, sin emplear datos reales ni dinero de verdad, puede «consultar el saldo, ver los movimientos, descargar un extracto o hacer una transferencia» ficticia hasta pillar el tranquillo.
Óscar Sierra, otro de los profesores, añade que la formación proporciona estrategias contra «la contratación de productos no deseados» ante la insistencia de vendedores, previene con un minijuego contra la suplantación de identidad y recomienda a los asistentes «ser muy conservadores en sus inversiones» para no caer en ninguna estafa.
Verónica López Sabater, consultora de economía aplicada de Analistas Financieros Internacionales, recomienda que este tipo de talleres tengan «sesiones no muy largas», «prescindan de terminología compleja» y apliquen «principios de lectura fácil» para hacer sus contenidos atractivos «y no sean un tostón». Pide también a los bancos «mantener, aunque sea de forma restringida, los servicios que han ofrecido siempre, de persona a persona, en un lugar físico».
Esa ha sido una de las principales exigencias del movimiento Soy mayor, no idiota, capitaneado por el jubilado Carlos San Juan. Una campaña que consiguió 647.900 firmas a través de la plataforma Change.org en dos meses y que arrancó «como logros palpables, la restauración de las libretas de ahorro, el aumento del horario» para atender físicamente a los clientes de los bancos hasta las once de la mañana y el reconocimiento de los ancianos como clientes vulnerables. Su ideólogo llegó incluso a reunirse en 2022 con la vicepresidenta del Gobierno Nadia Calviño y con representantes del IBEX35 para transmitirles sus demandas. «No me atribuyo ningún mérito, llegué en un momento en el que había una indignación muy grande», sentencia.
RODRIGO MORENO QUICIOS
Alfa y Omega