El país se encamina hacia una guerra civil a la espera de la ayuda internacional. «No hay comida ni agua, ni medicamentos», dice una laica misionera.
14 de marzo 2024.- Los gusanos trepan por los pliegues de la herida hasta la carne putrefacta expuesta. El olor es insoportable en el sencillo habitáculo donde el joven está encamado desde hace dos semanas por culpa de una bala perdida. A su lado, su madre cabecea cuando empieza a oír disparos. Otra vez las bandas que han convertido las calles de Puerto Príncipe en una trinchera infinita. No puede llevarlo al hospital. Dos pandillas que aspiran a controlar el área han montado un campo de batalla a las puertas de su casa. La escena la ha presenciado el sacerdote Richard Frechette, fundador de Nuestros Pequeños Hermanos (NPH), que asegura con resignación que los criminales «controlan el 90 % de la capital». «Han vandalizado e incendiado comercios, escuelas, universidades y centros de salud. Arrasan con todo lo que se les pone por delante», explica. Nadie recuerda un caos como el de las dos últimas semanas, ni siquiera tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, en julio de 2021. Según el recuento de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH), desde el 29 de febrero las dos grandes coaliciones de «las gangas», como llaman a las pandillas los hispanohablantes de la capital haitiana, G-9 Familia y Aliados y G-Pèp, han devastado más de 30 edificios. Entre ellos, la Facultad de Agronomía y Veterinaria (FAMV); los ministerios de Cultura y Agricultura; la Academia Nacional de Policía o el hospital católico de San Francisco de Sales. «Todo el personal tuvo que abandonarlo el pasado fin de semana. No pudieron sacar a todos los heridos», relata Frechette sobre este último terrible ataque antes de languidecer en un silencio desolado.
Pandillas activas identificadas
Haití es un país moribundo que vive un estado de sitio. Ya estaba agonizando antes de que más de 3.600 presos escaparan —gracias a la liberación por parte de las bandas— de varias cárceles. Sus habitantes viven aterrorizados ante las continuas batallas a balazos entre militares, policías y bandidos. Solo salen para buscar desesperadamente algo que llevarse a la boca. En tanto, los saqueos, asaltos y violaciones no cesan. Una espiral de violencia descarnada insuflada por el capo criminal Jimmy Chérizier, alias Barbecue, que ha echado un órdago al Gobierno amenazando con causar un genocidio si el primer ministro y jefe de Gobierno en funciones, Ariel Henry, no dimitía. Lo hizo, finalmente, la mañana del pasado martes.
El presidente de los obispos haitianos, Max Leroy Mésidor, advirtió en un comunicado de la peligrosa deriva «hacia la guerra civil». «Hay secuestros por todas partes… Seas rico o pobre, intelectual o analfabeto, cualquiera puede ser secuestrado», aseguró.
Muchos han intentado huir arrastrando sus pertenencias entre las barricadas hechas de basura y llantas viejas. No la laica misionera Gena Heraty, que atiende desde hace tres décadas a niños con necesidades especiales —muchos de ellos abandonados por sus familias— en dos centros de rehabilitación y fisioterapia. Uno está situado en Kenscoff, un pueblecito en las montañas y otro en Tabarre, a unos 15 minutos del aeropuerto, una de las zonas calientes en este momento. «Los que escapan no tienen dónde ir. Las familias con niños con discapacidades graves lo tienen mucho más difícil», asegura. Su principal temor es el futuro de estos pequeños en una ciudad donde reinan el caos y la anarquía. «No hay comida ni agua, ni medicamentos. Los criminales se dedican a registrar sus fechorías con el teléfono. Graban escenas dantescas, por ejemplo, mutilando a policías y luego lo cuelgan en redes sociales como TikTok», describe horrorizada.
Las puertas de los colegios de Puerto Príncipe llevan cerradas más de dos semanas y las principales embajadas han evacuado con operaciones militares a su personal en la isla. «La Policía haitiana está menos preparada y tienen menos efectivos que las bandas», lamenta por su parte la portavoz de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, Marta Hurtado. La organización internacional ha solicitado un despliegue militar que apoye a las fuerzas de seguridad del país y un embargo efectivo de armas. Sin embargo, el grito de ayuda de Haití a la comunidad internacional sigue sin ser escuchado. En octubre el Consejo de Seguridad aprobó una resolución para llevar al país 1.000 agentes bajo la dirección de Kenia, pero, de momento, esta decisión sigue bloqueada.
VICTORIA ISABEL CARDIEL C.
Alfa y Omega