Hoy, 1 de marzo, el Cardenal Predicador de la Casa Pontificia ha pronunciado en el Aula Pablo VI el segundo sermón de Cuaresma, centrado en el tema «fe y razón»: hay muchas causas en el origen de la mundanidad, pero la principal es la crisis de fe. Un papel decisivo lo desempeña la «opinión pública»: hoy se la puede llamar «el espíritu que está en el aire», porque se difunde sobre todo «por el aire, a través de los medios de comunicación virtuales».
Los debates sobre fe y razón, más precisamente «sobre la razón y la revelación», se ven afectados por «una disimetría radical»: “el creyente comparte la razón con el ateo; el ateo no comparte la fe en la revelación con el creyente». Así lo ha subrayado el cardenal Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, durante el segundo sermón de Cuaresma, celebrado en el Aula Pablo VI esta mañana, 1 de marzo.
Profundizando en el tema de la reflexión, tomada del Evangelio de Juan – «Yo soy la luz del mundo» -, Cantalamessa observó que mientras “el creyente habla el idioma del interlocutor ateo; este no habla el idioma de su homólogo creyente».
Precisamente por eso, “el debate más convincente sobre el tema «fe y razón» es el que se produce dentro de una misma persona, entre su fe y su razón». Hay, recordó, “ejemplos famosos de esto en la historia del pensamiento humano, en hombres en los que no se puede dudar de una pasión idéntica por la fe y por la razón: Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Blaise Pascal, Søren Kierkegaard, John Newman”.
“La conclusión a la que llegó cada uno de ellos es que el acto supremo de la razón es reconocer que hay algo que la supera. Este es también el acto que más honra a la razón porque indica su capacidad de trascenderse a sí misma. La fe no se opone a la razón, sino que la presupone, exactamente como ‘la gracia presupone la naturaleza’».
Reflexionando sobre la expresión «luz del mundo», el cardenal señaló que “tiene dos significados fundamentales. El primer significado es que Jesús es la luz del mundo porque él es la revelación suprema y definitiva de Dios a la humanidad». “La novedad consiste en el hecho único e irrepetible de que el reveladores él mismo la revelación». Cantalamessa recordó que los profetas hablaban en tercera persona: «¡Así dice el Señor!», mientras que Jesús hablaba en primera persona: «¡Yo os digo!». En Cristo «el medio de transmisión es verdaderamente el mensaje; ¡El mensajero es él mismo el mensaje!».
“El segundo significado es que Jesús es la luz del mundo en el sentido de que ilumina al mundo, es decir, revela el mundo a sí mismo; muestra cada cosa en su verdad, tal como es ante Dios”. Desde este punto de vista, – dijo – la luz que es Cristo siempre ha tenido un feroz competidor: la razón humana.
De hecho, desarrollando el tema general de los sermones cuaresmales de este año -dedicados a meditar sobre el gran «Yo soy» (Ego eimi) pronunciado por Jesús en el Evangelio de Juan-, el cardenal se refirió a “otro malentendido que aclarar respecto del diálogo entre fe y razón. La crítica básica dirigida al creyente es que no puede ser objetivo, ya que su fe le impone, desde el principio, la conclusión a alcanzar y, por tanto, constituye una pre-comprensión y un prejuicio. No se tiene en cuenta que el mismo «prejuicio» actúa, en sentido contrario, también en el científico o filósofo no creyente, y de forma mucho más radical. Si se da por pacífico que Dios no existe, que lo sobrenatural no existe y que los milagros no son posibles, su conclusión sólo puede ser una, y ya dada desde el principio”.
Sólo hay – aclaró el purpurado – dos posibles soluciones a la tensión entre fe y razón: o reducir la fe «dentro de los límites de la razón pura», como propuso el filósofo Kant, o romper los límites de la razón pura para espaciar en un horizonte ilimitado. Según Cantalamessa, esta discusión “antes de ser un debate entre ‘nosotros y ellos’, entre creyentes y no creyentes, debe ser un debate ‘entre nosotros y nosotros’, es decir, entre los propios creyentes. De hecho, el peor tipo de racionalismo no es el externo, sino el interno”.
El predicador señaló que, especialmente en Occidente, la teología «se ha alejado cada vez más del poder del Espíritu, para aprovechar la sabiduría humana». “El racionalismo moderno exigía que el cristianismo presentara su mensaje de manera dialéctica, es decir, sometiéndolo completamente a la investigación y a la discusión, para que pudiera encajar en el marco general -también filosóficamente aceptable- de un esfuerzo común y siempre provisional de auto-comprensión del hombre y del universo. Sin embargo, al hacerlo, el anuncio de la salvación sobre Cristo muerto y resucitado quedó subordinado a una instancia diferente y supuestamente superior”.
El Fraile Menor Capuchino señaló el peligro inherente a esta forma de hacer teología: que Dios se objetivice, se convierta en «un objeto del que hablamos, no en un sujeto con quien (o en cuya presencia) hablamos. Un ‘él’ –o, peor aún, un eso-, nunca un ‘tú’”. “Es el contragolpe de haber hecho de la teología una «ciencia». El primer deber de quien hace ciencia es ser neutral frente al objeto de su investigación; pero ¿se puede ser neutral cuando se trata de Dios?». Así, “La consecuencia de esa manera de hacer teología, de hecho, es que se convierte cada vez más en un diálogo con la élite académica del momento, y cada vez menos en un alimento para la fe del pueblo de Dios. De esta situación sólo se puede salir acompañando el estudio con la oración, hablando con Dios, no hablando siempre y sólo de Dios”.
Antes de concluir, el cardenal retomó el segundo significado de la expresión «luz del mundo», destacando su sentido «instrumental», según el cual Jesús es la luz del mundo en cuanto que «ilumina todas las cosas; hace, para con el mundo, lo que el sol hace para con la tierra». Incluso en este sentido, “Jesús y su Evangelio tienen un competidor que es el más peligroso de todos, siendo un competidor interno, un enemigo en casa”: la mundanidad. El peligro de conformarse a ella, explicó, equivale, «en el ámbito religioso y espiritual, a lo que, en el ámbito social, llamamos secularización».
En el origen de la mundanidad, dijo el predicador, hay muchas causas, “pero la principal es la crisis de fe». En este sentido, el cardenal se refirió al «espíritu del mundo», considerado por el apóstol Pablo como el antagonista directo del «Espíritu de Dios». En él «la opinión pública juega un papel decisivo»: hoy se le puede llamar «el espíritu que está en el aire», porque se difunde sobre todo «a través de los medios de comunicación virtuales». La tentación es adaptarse «al espíritu de los tiempos». Y para describir «la acción corrosiva del espíritu del mundo», Cantalamessa lo comparó con la de un virus informático. Éste, advirtió, penetra «por mil canales, como el aire que respiramos, y una vez dentro, cambia nuestros modelos de funcionamiento: sustituye el modelo ‘Cristo’ por el modelo ‘mundo’».
L’OSSERVATORE ROMANO
Imagen: Segundo Sermón de Cuaresma 2024
(Foto: VATICAN MEDIA)
Traducción no oficial