En la era en la que el poder creador del hombre se traslada a una máquina a través de un algoritmo, merece la pena contemplar esta joya nacida de la inteligencia y la pasión humanas, cuya arquitectura emula un palio gigante que pareciera portar a Dios mismo.
«Un hombre excepcional, artífice sublime, nacido por disposición divina y para que la gloria de Roma ilumine el siglo». Así se refería el Papa Urbano VIII al escultor y arquitecto Gian Lorenzo Bernini, autor del baldaquino más famoso del mundo, el de la basílica de San Pedro del Vaticano. En poco más de diez años, el artista preferido por los Pontífices del siglo XVII esculpió en bronce, por encargo de este Papa, esta majestuosa pieza del Barroco, de casi 30 metros de altura, que cobija en el subsuelo sobre el que se posan sus columnas la tumba de san Pedro.
En la era en la que el poder creador del hombre se traslada a una máquina a través de la alimentación repetitiva y programada de un algoritmo, merece la pena pararse y contemplar esta joya nacida de la inteligencia y la pasión humanas, cuya arquitectura emula una grandiosa pérgola y un palio gigante que pareciera como si, al procesionar, portara a Dios mismo. Las cuatro columnas de bronce de 20 metros de altura están labradas de ramas de laurel, entre las cuales vuelan abejas y corren lagartos, símbolos, respectivamente, de la pasión por la poesía de Urbano VIII, del sello de su familia, los Barberini, y de la Resurrección. Sobre las columnas, una tela de bronce coronada por cuatro ángeles; en la cornisa, dos querubines que sostienen la tiara papal y las llaves de san Pedro y, coronando todo el conjunto, un globo terráqueo y una cruz que representan el papel del cristianismo en la redención de la tierra.
Es imposible, al entrar en el templo, no quedar deslumbrados ante este imponente monumento imaginado y pensado por un artista, «cuyo talento es de los mejores que jamás haya formado la naturaleza, ya que, sin haber estudiado, tiene casi todas las ventajas que las ciencias dan al hombre», como llegó a decir de él el coleccionista y mecenas francés Fréart Chantelou, pese a los recelos que suscitaba en la época por su escasa formación. Fue el trabajo al lado de su padre, un escultor florentino trasladado a Roma, el que le dio la virtuosidad y la destreza para pasar a la historia como el autor, junto a un grupo de artistas —entre ellos, el que era considerado su rival, Francesco Borromini—, de una de las obras más famosas y visitadas del mundo.
Cerca de 50.000 personas desfilan cada día ante este enorme baldaquino, que alberga entre sus columnas el altar de la Confesión, situado justo encima de la tumba de san Pedro, donde se celebran la mayoría de las liturgias presididas por el Papa. Pero, quienes en los próximos meses quieran visitarlo, se lo encontrarán así, cubierto de andamios, ya que está siendo sometido a una profunda restauración con el objetivo de paliar las huellas que el trasiego y el paso de los años han ido dejando en su superficie.
Un gran desafío para los encargados de esta tarea, tanto por sus dimensiones, equivalente a cualquier edificio de diez plantas de Roma, como por el grado de corrosión y acumulación de polvo y partículas a lo largo de este tiempo. Ello hacía «improrrogable» su rehabilitación, según Alberto Capitanucci, responsable del área técnica de la Fábrica de San Pedro. De hecho, la última labor de estas características no se realizaba desde hacía 250 años, casi dos siglos después de que el genio creativo de Bernini quedara esculpido en uno de sus trabajos más conocidos.
Se prevé que estos trabajos de embellecimiento, cuyo coste asciende a los 700.000 euros, se prolonguen durante diez meses, para finalizar en noviembre, antes de la apertura de la Puerta Santa con motivo del Jubileo 2025. Un año santo que convertirá la Ciudad Eterna en el centro de peregrinación del mundo para buscar en la sede de Pedro el perdón y la misericordia. Los 32 millones de peregrinos que se esperan para este acontecimiento podrán entonces disfrutar de la mejor versión de esta obra colosal.
SANDRA VÁREZ
Publicado en Alfa y Omega el 29.2.2024.