El testimonio de una voluntaria que se trasladó desde Polonia a las ciudades más devastadas por la guerra, como Kherson, para hacer frente a las necesidades urgentes de los habitantes gracias al apoyo de un centro humanitario dirigido por los dominicos: «Varias veces tuvimos que huir de los tiroteos, pero cuando sabes que el destino de esas personas depende de tu ayuda, no puedes dejar de ayudar».
Ciudad del Vaticano, 22 de febrero 2024.- «La ayuda de los polacos a los ucranianos es como un nuevo milagro de la multiplicación de los panes, tenemos con ellos una deuda de gratitud de por vida». El padre Misza Romaniv, dominico ucraniano responsable del centro San Martín de Porres de Fastiv, se expresa con claridad. Situado a 70 km de Kyiv, el centro dominicano se convirtió en el mayor centro humanitario de Ucrania durante la guerra. Sus actividades muestran la otra cara del conflicto, la de la misericordia, el servicio, el coraje y la determinación.
«Nos hemos convertido en una gran familia de guerra y experimentamos que Dios Nuestro Señor bendice fuertemente nuestro trabajo», subraya por su parte Marzena Michałowska. La voluntaria polaca acaba de regresar de Kherson, donde, poco después de que la ciudad fuera liberada de los rusos, el equipo de Fastiv abrió un comedor social, apoyado por el Papa Francisco a través de la Limosnería Apostólica. «Las necesidades son enormes, cada día servimos hasta mil comidas que también se entregan a ancianos y enfermos», explica la voluntaria. El año pasado se prepararon 100.000 comidas calientes. La ciudad, devastada por la ocupación y las inundaciones causadas por la destrucción de la presa de Kajovka el año pasado, sigue bajo el fuego del ejército ruso apostado en la otra orilla del Dnipro. Varias veces -reconoce Michałowska- tuvimos que huir de los disparos, pero cuando sabes que el destino de esas personas depende de tu ayuda, no puedes dejar de ayudar. Cuando llegamos, la esperanza se ilumina en sus ojos y esto es quizás más importante que llevar comida enlatada, harina o azúcar».
Dios llama en Ucrania
Al escuchar su historia, uno se da cuenta de que Dios la quería en Ucrania en estos tiempos oscuros. Michałowska es educadora y logopeda de profesión. Hace unos diez años se involucró en la pastoral dominicana de Varsovia, en la calle Freta, que organiza la ayuda al centro Fastiv. Al principio conoció el centro de lejos. Se ocupó de la búsqueda de benefactores y de la logística. Con el tiempo, llegó a conocer a los ucranianos que acudían a estudiar a Polonia gracias al apoyo de los dominicos e intentó ayudarles con sus problemas cotidianos. «A medida que pasaba el tiempo -dice – surgió en mi corazón una especie de urgencia por ir a Fastiv personalmente y conocer el lugar desde dentro». En otoño de 2021 estuvo allí tres meses. Vio cómo funciona el Centro, cuáles son las mayores necesidades y elaboró un plan para los retos más urgentes. Para poner en marcha este trabajo, decidió ir a Ucrania durante un año. «Solicité un visado de voluntario y lo retiré el día antes del estallido de la guerra», recuerda. Los tres meses siguientes los pasó organizando intensamente la ayuda en Varsovia. Los camiones con ayuda humanitaria paraban constantemente delante del monasterio dominico. A veces ocurría que despertaban a los padres dominicos por la noche porque había que descargar los camiones de ayuda. «Esta reacción fue increíble. Por un lado, demostró la enorme generosidad de los corazones polacos y, por otro, nos hizo darnos cuenta de la reputación que los dominicos se habían labrado a lo largo de los años. La gente quería ayudar a través de ellos porque sabían que nada se desperdiciaría y que todo iría a los necesitados». Al cabo de tres meses, la voluntaria se puso al volante de un camión lleno a rebosar de ayuda y partió hacia Fastiv: «Era la primera vez que conducía un vehículo tan grande, había que recorrer 2.000 km y cruzar la frontera del país devastado por la guerra. Pedí a mis difuntos padres que intercedieran por mí desde el cielo y recé durante todo el camino».
Michałowska subrayó que sin el grupo de voluntarios vinculados a Fastiv, que llevaban años prestando ayuda y sabían cómo reaccionar ante las distintas necesidades, esta maquinaria humanitaria no habría funcionado tan bien. «Cuando llegué a Fastiv, en las primeras casas de los alrededores de Kyiv, arreglamos los tejados que habían quedado destruidos por los bombardeos. Al mismo tiempo, miles de refugiados pasaban por el centro, madres con niños, ancianos y discapacitados se refugiaban con nosotros. Inmediatamente dimos a los niños clases, juegos y apoyo psicológico. De la mañana a la noche horneábamos pan para los que lo necesitaban». Cuando los rusos comenzaron a retirarse, los voluntarios se desplazaron inmediatamente para ayudar a los pueblos liberados. Los recuerdos de la voluntaria son vívidos: «Nunca olvidaré la escena: decenas de kilómetros de tierra quemada, enormes cráteres de bombas en las carreteras y el conocimiento de que todos los lugares estaban llenos de minas dejadas por los invasores. Volvieron a mi mente imágenes de Varsovia arrasada durante la Segunda Guerra Mundial y nació la esperanza de que algún día la vida volvería también aquí». Michałowska recuerda que, el Día del Niño, se hacía un recorrido por los pueblos del frente con una máquina de algodón de azúcar y palomitas. «Algunos de esos niños pasaron más de tres meses en el sótano. Cogían los regalos, pero no sonreían en absoluto, tenían miedo de cualquier extraño. Esto nos llevó a prestarles apoyo psicológico para ayudarles a recuperar su infancia». La mujer confiesa que no será fácil: «Con cada alarma, los niños tienen que bajar al refugio. En nuestra guardería de Fastiv, veo a niños de dos y tres años que caminan arrastrando un osito de peluche. Así recordarán su infancia».
Héroes entre bastidores
La voluntaria recuerda a una indigente que conoció en Borodianka (a unos 60 km de Kyiv), que durante la ocupación rusa se paseaba por la ciudad con un carrito de la compra y una horda de perros a su alrededor. «Los soldados rusos la trataban como a una loca inofensiva e incluso le daban de comer, y ella llevaba agua y comida a la gente que vivía bajo los escombros con el pretexto de alimentar a los animales. Los chicos ucranianos que volvían del frente la llamaban heroína», relató. También dijo que en muchas ocasiones el equipo de Fastiv experimentó que Dios Nuestro Señor cuida de ellos: «Una vez se nos averió el coche y nos enfadamos porque no llegábamos a tiempo. Resultó que el puesto de socorro donde debíamos distribuir alimentos había sido atacado. Habían matado a muchos civiles, incluidos los voluntarios». La voluntaria asegura que es consciente de los riesgos e intenta ser lo más prudente posible: «En la guerra siento con más fuerza que nuestras vidas están en manos de Dios». Basta pensar en un soldado ucraniano que había regresado con su familia tras un año de lucha en el frente. Lviv había sido bombardeada por primera vez en muchos meses y lo mataron en el almacén de Cáritas donde había empezado a trabajar.
«Antes de ir a cualquier parte empezamos el día con misa, aunque la salida sea a las 5 de la mañana», dijo Michałowska. Subrayó que el centro Fastiv tiene un carácter propio porque en él ayudan cristianos de distintas confesiones e incluso no creyentes. «Recuerdo que uno de nuestros ayudantes fue a una adivina para preguntarle por el futuro de Ucrania. Cuando regresó le dije apenada que aquí confiamos en Jesús. Me contestó con lágrimas en los ojos: ‘Pero a mí nadie me había hablado nunca de Dios’. Me avergoncé de haberlo juzgado y quedé conmocionado por los estragos causados durante el régimen comunista en los territorios de Ucrania».
BEATA ZAJACZKOWSKA
Imagen: Voluntarios de Fastiv.