El Parlamento Europeo entregó el 12 de diciembre el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia a Jina Mahsa Amini y al Movimiento Mujer, Vida y Libertad, de Irán.
Amini, joven iraní de origen kurdo, fue detenida y torturada hasta la muerte por no llevar correctamente colocado el velo con el que las mujeres iraníes deben cubrir su cabeza. Muchas de ellas, en el ejercicio de su libertad y a riesgo de perder su vida, han decidido no usarlo. Entre ellas, las dos mujeres iraníes que, gracias a vivir en el exilio, recogieron personalmente el premio concedido. Quien no pudo estar presente fue Mojgan Eftekhari, la madre de Mahsa Amini. En su nombre, el abogado de la familia leyó la carta que, desde el Kurdistán iraní, una mujer musulmana deseaba dirigir al Parlamento Europeo y a todos los ciudadanos de la Unión. Su hija, una joven de 22 años, era homenajeada en el mismo país en el que nació, vivió y murió Juana de Arco. La Doncella de Orleans y Mahsa Amini, escribió la madre de esta, representan la aspiración humana a la emancipación y a la libertad. La vida de ambas mujeres fue injustamente arrebatada. El asesinato de Amini movilizó a millones de seres humanos en todo el mundo. Los asesinos de Juana de Arco creyeron que quemando su cuerpo acabarían con sus sueños. Mientras escuchaba a la madre de Jina a través de la voz de su abogado pensaba en cuántos de los diputados presentes en Estrasburgo y de los ciudadanos a los que estos representan conocen a Juana de Arco. La Doncella de Orleans fue condenada a la hoguera acusada de herejía, cuando en realidad las motivaciones eran políticas. Mahsa Amini fue torturada hasta la muerte porque el retorno del uso obligatorio del velo en Irán es una decisión política que se legitima con razones religiosas. Ni Juana de Arco ni Mahsa Amini sabían que su nombre pasaría a la historia. Y, sin embargo, ambas «encarnan el espíritu de su época y, al mismo tiempo, la realización de valores humanos que se elevan por encima de las fronteras, el tiempo y el lugar: justicia, libertad, paz, coexistencia e igualdad de todos los seres humanos». Una mujer cristiana y una mujer musulmana, que no dejaron de serlo, separadas por seis siglos de historia, comparten el mismo símbolo de libertad. No todo está perdido.
MARÍA TERESA COMPTE GRAU
Publicado en Alfa y Omega el 22.1.2024