Sobresaltados, como estamos aún por el atentado brutal que ha sufrido Alejo Vidal-Quadras, nos queda abundar en que la situación política española del momento engorda cualquier hipótesis. Incluso las más aparentemente disparatadas que no lo son tanto probablemente aquí y ahora. Lo escribo así porque durante toda la primera tarde del jueves y todo el resto del día, el teléfono se llenó de llamadas con este mensaje: «Aquí sólo nos faltaba un muerto». Afortunadamente, no ha llegado el caso, aunque hemos estado muy cerca de ello en unas fechas en las que asistimos al acto final de la tragicomedia que han representado Sánchez y Puigdemont durante meses (se abrió el telón la noche del propio 23 de julio). El doble escenario elegido del bodrio sanchi-separatista fue más bochornoso y humillante que el texto, plagado de irregularidades semánticas, y presentado en tablas diferentes por un primer actor, Puigdemont, y Santos Cerdán, un secundario, mejor, un gregario de formación cultural ínfima.
Este desdichado hombre, que ya ha pasado a la historia como uno de los lacayos más infames de Fernando VII, es el mozo de espadas de un líder sectario, un perfil a lo Clemente Domínguez, que ya ha suscrito un documento con su interlocutor de semanas que le va a valer al jefe de la secta para recaudar siete votos para seguir ocupando el sillón de La Moncloa.
Felipe González, con una agudeza veterana que es de agradecer, lo ha relatado adecuadamente, pero le ha faltado algo fundamental en este trance desquiciado al que estamos asistiendo: la proclamación de una rebeldía general, nacional, contra uno de los sujetos más despreciables de la historia de España. ¿Rebeldía? Pues sí, pero ¿qué tipo de rebeldía? Pues para pedir a los parlamentarios de su partido que voten no o se abstengan en los dos momentos cruciales que siempre recordarán, y para mal, ya lo verán. En uno de esos instantes, la presidenta Armengol, perdedora y ahora abducida por simple interés, acuciará a los diputados para que se pronuncien a favor o en contra de la investidura de Sánchez. Si quieren estos congresistas del PSOE llegar a sus casas envueltos en la decencia y no en el ultraje a todos los principios básicos de la democracia, que aprieten el botón del no, es el de la dignidad. Tras la investidura, y no antes, como se ha venido desinformando con toda consciencia, llegará la ley de amnistía que, de antemano, se puede resumir en dos palabras: absoluta perversión. La venta que ha hecho Sánchez de la unidad de España.
Son tan mentirosos -acabamos de denunciarlo- los firmantes de este bodrio escrito por corruptos, que han falsificado incluso, tal y como lo denunció la presidenta Ayuso, la fecha del texto; lleva la del martes pasado cuando el Gobierno de Sánchez, singularmente el procaz Bolaños, aseguraba que había flecos que resolver. Falso, lo tenían todo pactado y lo han presentado dos días después. O sea, que hasta en el dato del acuerdo se encierra en un embuste más. Éste no es baladí, pero palidece ante la mayor trapisonda: durante meses, los secesionistas rabiosos han venido asegurando que sin una ley de amnistía no habría investidura para Sánchez. Más mentiras.
La semana que viene la fiel perdedora Armengol, derrotada como Sánchez en las pasadas elecciones, extenderá la alfombra roja para que el jefe de la secta, un Clemente Domínguez sin tiara, atolondre a sus pobres súbditos y éstos, abducidos por la facundia tramposa del líder, voten exactamente dos cosas: la desaparición de España como nación y la conversión de la Justicia en una dependencia del Gobierno. Todos los intervinientes que han reaccionado tras el conocimiento del bodrio bilateral están concluyendo en que esta situación supone una voladura del Estado de Derecho. Así es. Por ceder, este tramposo monumental ha cedido hasta las vías del tren, de forma que, cuando se formalice el acuerdo, los raíles catalanes se teñirán con la señera para distinguirlas de la pérfida España. Ridículos, ¿cabe mayor estupidez, mayor infamia?
La rendición ante el prófugo ya se ha cumplimentado, por tanto, la gente se pregunta: y ahora, ¿qué?, ¿qué hacemos?, ¿basta con las manifestaciones y concentraciones de estos días? Pues naturalmente que no; pese a las nuevas y posibles irrupciones de los radicales, este tipo de actuaciones son absolutamente imprescindibles como respuesta al atentado a la democracia que están perpetrando Sánchez y sus socios golpistas.
La gran pregunta, ¿qué hacer?, se la han planteado ahora mismo Felipe González y el propio Núñez Feijóo. El primero ha apelado a las urnas y a la repetición de elecciones generales; nada más lógico para resolver el endiablado proceso en que andamos metidos, pero esta posibilidad es una utopía en la mente de un degenerado político como Pedro Sánchez, al que lo único que le interesa es detentar (escribo con toda consciencia detentar) el poder al precio que sea. Feijóo, por su lado, tampoco ha ido más allá en la respuesta: ha propuesto naturalmente la presencia masiva en la calle, la apelación a los tribunales que encierran una gran carga de seguridad jurídica, pero trabajan con unos tiempos muy dilatados, y la llamada a los muchos socialistas, tampoco son tantos, que no se lo crea nadie, que seguramente, piensa honradamente el presidente popular, están como el resto del país en estado de estupor, de horror soportando los que este grupo de vasallos de la dictadura están realizando hasta ahora sin ataduras de especie alguna.
El cronista desconoce si el Partido Popular, a quien pertenece sin duda el gran protagonismo de la oposición, está realizando en estas fechas catas por todas las instituciones de España para conocer el grado de colaboración que puede encontrar en la labor de imposibilitar la voladura de España que ha acordado Sánchez con sus cómplices separatistas. El presidente de una de las Academias más prestigiadas del país ya informó a este cronista que no está por promulgar manifiestos, es decir, que no tiene la menor intención de convencer a sus colegas de las otras entidades para que salgan a la palestra pública a denunciar la gravedad de la situación. Es lo que tenemos. Nadie hubiera pensado hace unos pocos años que el presidente del Gobierno de una de las naciones más antiguas de Europa, tan libre como la española, pudiera rendirse, humillarse ante unos forajidos sólo para lograr sus siete votos y permanecer en la poltrona. Pero también es lo que tenemos.
Un periodista muy conocedor de lo que se fabrica en La Moncloa me concluye: «En el fondo, lo que piensan allí es que todo esto pasará y él, Sánchez, y todos los que le apoyan, seguirán mandando en España». Es lo que tenemos, es lo que somos sin despertar, a los que quiso alentar Miguel Hernández: «Despierta toro: esgrime, desencadena, víbrate. Levanta, toro: truena, toro, abalánzate…». Pues eso.
CARLOS DÁVILA
Publicado en OKdiario.
10 de noviembre 2023