Desde el día 11 de mayo, ya ha llovido abundantemente desde entonces, el Congreso de los Diputados no ha tenido la ocasión de llevar a cabo una de sus funciones esenciales: el control del y al Gobierno que, aunque se encuentre en funciones, no deja por ello de recibir el dinero de los contribuyentes.
Y, que se sepa, ninguno de los 350 diputados ha dejado de percibir su sueldo, sus dietas, sus coches oficiales y sus taxis gratis. Es una vergüenza democrática que no tiene parangón en el mundo libre.
Al frente de la institución parlamentaria tras las elecciones del 23 de julio se encuentra Francina Armengol, una señora que viene de ser repateada (democráticamente) por los ciudadanos que mejor la conocen, es decir, los habitantes de las Islas Baleares con derecho a sufragio. Fue cooptada por Pedro Sánchez para mimetizar el Poder Legislativo con el Ejecutivo y, si se tercia, con el Judicial. Escrito por corto y por derecho: para controlar manu militari y por la vía de los hechos nada menos que el Parlamento. Digo el Parlamento, sí, porque aunque en el Senado el Partido Popular tiene mayoría absoluta, Moncloa lo ningunea el lunes sí, y el martes también.
Es comprensible el cabreo inmenso, o inmenso cabreo, que tiene la oposición democrática, es decir, todos aquellos grupos que no forman parte del pasteleo para disfrutar el poder por un puñado de votos a su favor. ¡Tan solo un puñado de votos, oiga!
La señora Armengol, vapuleada por sus conciudadanos isleños y en permanente sospecha en casos de presunta corrupción política, está cumpliendo a rajatabla las órdenes que le remite su jefe. Ni hay sesiones de control, ni comisiones de investigación, ni siquiera fecha para que ese jefe inicie su sesión de investidura, que por lo que se malicia no las tiene todas consigo pese a su permanente triunfalismo (da exactamente igual el tema del que se trate).
Tengo para mí que la oposición en su conjunto debería dejar de llorar como plañideras y, como les asiste la razón democrática y parlamentaria, encabezar de una vez acciones más contundentes que sean capaces de denunciar una aberración democrática de tal calibre. Ni el corajudo presidente ucraniano, Zelensky, se ha ha atrevido a tanto con su país invadido por una gran potencia. Ni el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en medio de una guerra sin cuartel contra el terror, se atreve a poner sordina a la Kness. Pero esto, ¿qué es? El PP como principal partido de la Cámara debería ir sin tardanza a Bruselas y a Estrasburgo y denunciar estas prácticas intolerables en un Estado miembro de la Unión. Y citar en primer lugar a Sánchez y en segundo lugar a su recadera Armengol.
¡Sin pérdida de tiempo! Jueguecitos, los justos. Ya está bien de satrapías caribeñas.
GRACIANO PALOMO
Publicado por OKdiario.
28 de octubre 2023.