Ciudad del Vaticano, (Vis).- Manifestar la maternidad de la Iglesia, ser conscientes del deseo de perdón y de la vergüenza de los que acuden a confesarse y no servirse del palo del juicio, sino del manto de la misericordia, fueron los consejos que el Papa Francisco dio a los Misioneros de la Misericordia, procedentes de todos los continentes, a los que encontró en la Sala Regia del Palacio Apostólico Vaticano y a quienes durante la misa del Miércoles de Ceniza, confirió el mandato de »misioneros» de la Misericordia en el ámbito del Jubileo.
»Os encuentro con gran placer antes de daros el mandato de ser misioneros de la Misericordia. -dijo el Papa- Es un signo de especial importancia porque caracteriza el Jubileo, y permite que todas las Iglesias locales vivan el misterio insondable de la misericordia del Padre. Ser misionero de la Misericordia es una responsabilidad que se os ha confiado porque requiere de vosotros que seáis en primera persona testigos de la cercanía de Dios y de su forma de amar. No a nuestra manera, siempre limitada y, a veces contradictoria, sino a su manera de amar y a su manera de perdonar que es, precisamente, la misericordia».
A continuación Francisco recordó a los presentes que en su ministerio están llamados a manifestar la maternidad de la Iglesia. »La Iglesia es Madre -afirmó- porque genera siempre nuevos hijos en la fe; la Iglesia es Madre porque alimenta la fe; y la Iglesia también es Madre porque ofrece el perdón de Dios, regenerando a una nueva vida, fruto de la conversión. No podemos correr el riesgo de que un penitente no perciba la presencia maternal de la Iglesia que lo acoge y lo ama. Si fallase esta percepción, a causa de nuestra rigidez, acarrearía un grave daño en primer lugar a la fe en sí misma, porque impediría al penitente verse insertado en el cuerpo de Cristo. Además, limitaría mucho su sentirse parte de una comunidad. En cambio, nosotros estamos llamados a ser expresión viva de la Iglesia que como madre acoge a cualquiera que se le acerque, sabiendo que a través de ella nos insertamos en Cristo. Al entrar en el confesionario, recordemos siempre que es Cristo el que acoge, es Cristo el que escucha, es Cristo,el que perdona, es Cristo el que da la paz. Nosotros somos sus ministros y los primeros que necesitamos que nos perdone. Por lo tanto, cualquiera que sea el pecado que se confiesa – o que la persona no se atreve a decir, pero que hace entender, es suficiente – cada misionero está llamado a recordar su existencia de pecador y a hacerse humildemente «canal» de la misericordia de Dios»
Otro aspecto importante es saber »mirar el deseo de perdón presente en el corazón del penitente. Es un fruto de la gracia y de su acción en la vida de las personas, que les permite sentir la nostalgia de Dios, de su amor y de su casa. No hay que olvidar que existe este deseo al comienzo de la conversión. El corazón se dirige a Dios reconociendo el mal hecho, pero con la esperanza de obtener el perdón. Y este deseo se fortalece cuando se decide cambiar de vida y no querer pecar más. Es el momento en que uno se confía a la misericordia de Dios, y se tiene plena confianza en que nos entienda, nos perdone y nos sostenga. Concedamos gran espacio a este deseo de Dios y de su perdón; hagamos que brote como una verdadera expresión de la gracia del Espíritu que conduce a la conversión del corazón».
Por último el Santo Padre citó un componente del que no se habla mucho, pero que en cambio es crucial: la vergüenza. »No es fácil ponerse ante otro hombre sabiendo que representa a Dios, y confesar el pecado. Se siente vergüenza tanto por lo que se ha hecho, como por tenerlo que confesar a otro», dijo el Papa, subrayando que la Biblia, ya en sus primera páginas habla de cómo Adan y Eva, después de pecar sintieron vergüenza y se escondieron de Dios. Y también Noé, considerado un hombre justo, no estaba libre de pecado. Su borrachera es un signo de su debilidad hasta el punto de perder la dignidad desnudándose mientras sus hijos, Sem y Jafet, intentan taparle.
»Este relato -prosiguió Francisco- me hace entender lo importante que es nuestro papel en la confesión. Ante nosotros hay una persona «desnuda», y también una persona que no sabe hablar y no sabe que decir… con la vergüenza de ser un pecador, y tantas veces no consigue decirlo. No lo olvidemos: ante nosotros no está el pecado, sino el pecador arrepentido…Una persona que siente el deseo de ser aceptada y perdonada… Por lo tanto, no estamos llamados a juzgar, con actitud de superioridad, como si estuvieramos inmunes del pecado. Al contrario, estamos llamados a actuar como Sem y Jafet…que tomaron una manta para reparar a su padre de la vergüenza. Ser confesor según el corazón de Cristo equivale a cubrir al pecador con el manto de la misericordia para que no se avergüence más, para que recupere su dignidad y sepa donde se encuentra.»
Por lo tanto, »no es el palo del juicio el que nos sirve para traer de vuelta al redil a la oveja perdida, sino la santidad de vida que es el principio de renovación y reforma en la Iglesia. La santidad se nutre de amor y sabe cómo llevar sobre sí el peso de los más débiles. Un misionero de la misericordia lleva sobre sus hombros al pecador, y lo consuela con el poder de la compasión…. Se puede hacer mucho daño, tanto daño a un alma si no se escucha con corazón de padre, con el corazón de la Madre Iglesia». »Hace unos meses -reveló el Pontífice- hablaba con un sabio cardenal de la curia romana sobre las preguntas que algunos sacerdotes hacen en la confesión y me dijo: «Cuando una persona empieza y veo que quiere decir algo, y me doy cuenta y se de que va le digo: »Ya lo he entendido. Tranquilo»…Eso es un padre».
»Os acompaño en esta aventura misionera -finalizó el Obispo de Roma- dejandoos el ejemplo de dos santos ministros del perdón de Dios, San Leopoldo y San Pío.. junto con tantos otros sacerdotes santos que en su vida han dado testimonio de la misericordia de Dios. Os ayudarán. Cuando sintáis el peso de los pecados que os confiesan y las limitaciones de vuestra persona y vuestras palabras, confiad en la misericordia que sale al encuentro de todos con amor y no conoce fronteras. Y decid como tantos santos confesores: «Señor, yo perdono, cárgalo en mi cuenta» Y seguid adelante»