Ciudad del Vaticano, (Vis).-La relación entre misericordia y justicia, a la luz de las Sagradas Escrituras, fue el tema de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia general del miércoles 3 de febrero que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro y contó con la presencia de más de diez mil personas.
»La Sagrada Escritura nos presenta a Dios como misericordia infinita pero también como justicia perfecta -dijo-…Parecerían dos realidades que se contraponen, pero no es así porque la misericordia de Dios es lo que hace que se cumpla la verdadera justicia. Si pensamos en la administración legal de la justicia, vemos que quien se considera víctima de una ofensa se dirige al juez del tribunal para pedir justicia: una justicia retributiva que inflige una pena al culpable, siguiendo el principio de que a cada uno se le da lo que se merece…Pero ese camino no lleva a la verdadera justicia porque en realidad no vence al mal, solamente lo limita. En cambio, solo respondiendo al mal con el bien se le derrota completamente».
Ese el modo de hacer justicia que propone la Biblia: la víctima se dirige al culpable para invitarlo a la conversión ayudándole a comprender lo que ha hecho mal e invitándolo a la conversión, apelando a su conciencia. »De esa forma -explicó el Papa- reconociendo su culpa, puede abrirse al perdón que la parte ofendida le ofrece…Esa es la forma de resolver los contrastes dentro de las familias, en las relaciones entre esposos o entre padres e hijos, allí donde el ofendido ama al culpable y no quiere perder la relación que los une. Ciertamente es un camino difícil : exige que quien ha sufrido la ofensa esté dispuesto a perdonar y desee la salvación y el bien de quien le ha hecho daño. Pero así solamente puede triunfar la justicia porque si el culpable reconoce el mal que ha hecho y deja de hacerlo, el mal ya no existe y el que era injusto se vuelve justo porque ha sido perdonado y ayudado a encontrar el camino del bien».
»Dios actúa con nosotros, pecadores, de la misma manera. Nos ofrece continuamente su perdón, nos ayuda a acogerlo y tomar conciencia de nuestro mal para poder liberarnos de él. Porque Dios no quiere nuestra condena, sino nuestra salvación. ¡Dios no quiere la condena de ninguno!… El Señor de la Misericordia quiere salvar a todos…El problema es dejarlo entrar en nuestro corazón.Todas las palabras de los profetas -recordó el Pontífice- son un llamamiento apasionado y lleno de amor que busca nuestra conversión».
El corazón de Dios es »un corazón de Padre que ama y quiere que todos sus hijos vivan en el bien y en la justicia y por eso vivan en plenitud y sean felices. Un corazón de Padre que va más allá de nuestro pequeño concepto de justicia para abrirnos a los horizontes inmensos de su misericordia. Un corazón de Padre que no nos trata según nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas, como dice el Salmo».
»Y precisamente -reiteró Francisco- es un corazón de padre el que queremos encontrar en el confesionario. Quizás nos dirá algo para entender mejor el mal, pero al confesionario todos vamos a buscar a un padre que nos ayude a cambiar de vida; un padre que nos de las fuerzas para salir adelante; un padre que nos perdone en nombre de Dios. Por eso ser confesor es una responsabilidad muy grande porque ese hijo, esa hija que viene a tí, busca solamente encontrar a un padre. Y tu, sacerdote, que estás allí en el confesionario-concluyó- tu estás en el lugar del Padre que hace justicia con su misericordia».