El sacerdote greco-católico ucraniano da testimonio de la dificultad de vivir en las zonas más afectadas por la guerra y más cercanas al frente. Su esposa Iryna relata la alegría de conocer, junto a un grupo de jóvenes, al Papa en Lisboa: «Compartiendo pan y agua con nosotros, Francisco sintió nuestro dolor, y fue precioso para todos nosotros».
12 de agosto 2023.- «Fue un encuentro en un ambiente sencillo y acogedor, y al mismo tiempo muy emotivo». Así describe Iryna Bilska a Radio Vaticano – Vatican News la conversación que el Papa mantuvo con un grupo de jóvenes ucranianos asistentes a la JMJ, que tuvo lugar en la Nunciatura Apostólica de Lisboa el pasado 3 de agosto. Bilska, que estaba presente, cuenta cómo «mientras nuestros jóvenes ucranianos contaban sus historias sin poder contener las lágrimas, el Papa Francisco escuchaba a todos con mucha atención, ofreciendo palabras de consuelo y apoyo. Nos aseguró sus oraciones por nuestro pueblo ucraniano».
Iryna, esposa del padre Oleksandr Bilskyi, sacerdote greco-católico, es uno de los cuatro adultos que acompañaron a los jóvenes desde distintas partes de Ucrania, devastada por la invasión rusa desde hace año y medio. «Llevamos al Santo Padre regalos simbólicos», cuenta la mujer, «espigas de trigo, agua y pan, para decirle que la guerra que continúa en Ucrania no sólo trae muerte y destrucción, sino que existe el riesgo de que también traiga hambre». Para los ucranianos, ofrecer una hogaza de pan a los invitados es un gesto tradicional de bienvenida y amistad, y por eso, como explica Iryna, los jóvenes apreciaron mucho que el Papa quisiera compartirla con ellos: «Junto con él comimos este pan y bebimos esta agua. Al compartir el pan con nosotros, compartió nuestro dolor, y eso fue muy valioso para todos nosotros».
La historia de Beryslav contada al Papa
Todos los presentes en el encuentro estaban marcados por la guerra, unos más, otros menos. Entre ellos había jóvenes de regiones y ciudades como Kharkiv, Zaporizhzhia, Kherson, lugares entre los más afectados. Iryna, acompañada de sus dos hijas, contó al Papa Francisco la historia de Beryslav, una pequeña ciudad de la región de Kherson, en el sur del país. Aunque la joven no nació allí, Beryslav se ha convertido en un lugar muy querido para ella porque su marido, el padre Oleksandr, ejerce su servicio sacerdotal en una pequeña comunidad greco-católica local, que ha llegado a ser como una familia para ellos. Beryslav está situada en la orilla derecha del río Dnipro y fue ocupada por los rusos durante las primeras fases de la invasión de Ucrania. Fue liberada por el ejército ucraniano en noviembre del año siguiente. Durante los nueve meses de ocupación rusa, esta pequeña comunidad greco-católica ofrecía diariamente comidas calientes a los necesitados en su cantina, instalada en el interior de la iglesia recién construida. Cuando empezó la guerra, el padre Oleksandr no estaba en la ciudad, lo que le impidió llegar a su comunidad durante la ocupación. Sin embargo, aunque a distancia, se las arregló para llevar la cantina. Volvió allí tras la liberación y ahora continúa su ministerio, a pesar de que Beryslav es bombardeada continuamente.
La situación humanitaria, cada vez más crítica
«Ahora en Beryslav y en los pueblos de los alrededores, a lo largo del río Dnipro», cuenta Don Oleksandr a Radio Vaticano-Vatican News, «la situación es muy difícil porque al otro lado del río, muy cerca, hay tropas enemigas. Sólo cuatro kilómetros separan Beryslav de los militares rusos, con otros pueblos la distancia baja a dos o tres kilómetros. «Esto significa que todo lo que tienen en su arsenal vuela hacia nosotros. La destrucción es considerable: cerca del 50% de las casas de Beryslav ya han sufrido daños. Hace quince días fue alcanzada la zona cercana a nuestra parroquia, un fragmento del misil atravesó la vidriera, rebotó en la pared y cayó sobre el trono del obispo, detrás del altar. Dentro de la iglesia estaban nuestras voluntarias, las mujeres, que preparaban el almuerzo para los necesitados y gracias a Dios nadie resultó herido. Otro trozo de metralla entró en la pared de la casa prefabricada que utilizamos como cocina, nuestros voluntarios también estaban trabajando allí y resultaron ilesos».
En las calles de Beryslav y también en el patio de la parroquia hay muchos fragmentos y metralla de los misiles o morteros, signos tangibles de la intención de segar vidas. Iryna llevó algunos de ellos a Lisboa, para que la gente pueda tocar con sus propias manos el sufrimiento real de la gente. También le regaló un par al Papa Francisco. Durante un año y medio», prosigue el padre Oleksandr, «Beryslav y los pueblos de los alrededores, a orillas del Dnipro, han estado sin gas. En muchos pueblos no hay electricidad y, por tanto, tampoco agua. En algunos pueblos, el agua se bombea de los pozos una o dos veces por semana y la gente intenta abastecerse. Por lo tanto, hay una gran necesidad de kits de higiene y agua potable. En Beryslav hay un poco, pero no siempre, porque si hay bombardeos, se va la electricidad y por tanto no hay agua. Vivir en estas condiciones es muy difícil. De los 12.500 habitantes que vivían en Beryslav antes de la invasión rusa, ahora quedan unos 3.000, 120 de los cuales son niños. «Pedimos a los padres que se lleven a sus hijos, les animamos a hacerlo, pero tienen sus propias convicciones y se quedan», dice el padre Oleksandr con pesar, «e intentamos ayudarles en la medida de lo posible. Ahora estamos iniciando una campaña para comprar a estos niños kits escolares, porque siguen estudiando, aunque en esa zona la enseñanza es online, cuando hay internet, necesitan cosas para la escuela».
El mayor temor es verlos pasar hambre
Tras el relato del sacerdote sobre los fragmentos de misiles que llegaron a la iglesia, que cada día se «transforma» en un gran comedor para los necesitados, surge la pregunta de si la gente no tiene miedo de ir a comer. «La gente tiene miedo, pero tiene hambre», responde el párroco, «cuando la situación en la ciudad es tranquila, viene más gente, cuando hay bombardeos, vienen menos, pero siguen viniendo». El miedo es un concepto del que no se habla mucho en Ucrania. Es natural que la gente lo tenga, porque todo el mundo quiere vivir. La cuestión es que la gente consiga superarlo para poder ayudar al prójimo. La familia del P. Oleksandr vive en Ternopil, al oeste del país, pero él va a Beryslav todas las semanas durante tres o cuatro días y luego se marcha en busca de fondos y ayuda para llevar a la población.
A veces se queda en su parroquia una o dos semanas, según la situación y las necesidades de los habitantes. Parte del camino que recorre hasta Beryslav pasa junto al río Dnipro, y es muy arriesgado viajar por allí. ¿Tengo miedo? Claro que tengo miedo», explica, «pero tengo más miedo de no poder llevar comida a la gente de los pueblos; es mucho más aterrador mirarles a los ojos y ver la esperanza defraudada. No temo tanto por mí como por nuestros voluntarios, que están allí todos los días». El padre Oleksandr, junto con sus feligreses y los voluntarios del comedor, cree firmemente en el poder de la oración. Sólo el Señor nos sostiene», subraya, «en la oración nos da la fuerza para seguir adelante y hacer buenas obras, para que la gente con la que nos encontramos pueda sentir la presencia de Dios y la presencia de la Iglesia en sus vidas en estos tiempos oscuros».
El llamamiento a no permanecer indiferentes
Mientras el padre Oleksandr estaba en Roma, visitada de paso durante un breve viaje por Europa, su esposa Iryna, con sus dos hijas, regresaba de Lisboa, donde había tenido lugar aquel inolvidable encuentro con Francisco en el marco de la JMJ.»Para mí fue una gran sorpresa», dice, «porque nos informaron del encuentro con el Papa el día antes de que tuviera lugar.Lo veo como una gran gracia de Dios, que quizás el Señor nos ha querido conceder para recompensarnos por nuestros pequeños esfuerzos, por convertirnos en instrumentos en sus manos para ayudar a los necesitados».Dirigiéndose a los católicos de todo el mundo, el padre Oleksandr da las gracias a todos los que han rezado, rezan y seguirán rezando por Ucrania.»También me gustaría decir que seguimos sufriendo», subraya, «tenemos grandes heridas en el alma y en el cuerpo y que todo el pueblo ucraniano está sufriendo, desde el más grande al más pequeño.
La guerra no cesa y seguimos sufriendo. Y por eso os pedimos que habléis de nuestras heridas, de nuestro dolor, para que todos, toda la comunidad mundial, haga todo lo posible para detener al agresor que ha entrado en nuestra tierra y que quiere destruir al pueblo ucraniano.Pedimos a todos los católicos que no permanezcan indiferentes y pedimos, ante todo, oración.Todos somos una Iglesia y somos un solo cuerpo.Y si algo nos hiere, todo el cuerpo sufre.Por eso, el mundo entero no debe alejar nuestro dolor, sino ayudarnos a curar nuestras heridas mediante la oración y haciendo todo lo posible para detener al agresor que ha venido a destruirnos».
SVITGLANA DUKHOVYCH
Vatican News
Imagen: Comedor de Beryslav.