Ciudad del Vaticano, (Vis).-En la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha tenido lugar la presentación del Mensaje del Santo Padre para la 50 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Han intervenido mons. Dario Viganò, Prefecto de la Secretaría para la Comunicación, Paolo Ruffini, director de TV2000 y Marinella Perroni, del Pontificio Ateneo San Anselmo (Roma)
En su intervención el Prefecto recordó que esta Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales -que la Iglesia celebra el 8 de mayo 2016- es la quincuagésima en orden cronológico; un dato importante porque se relaciona con la clausura del Concilio Vaticano II que hace cincuenta años emanó el Decreto sobre los Instrumentos de Comunicación Social »Inter mirifica». Es ,además, la única jornada mundial establecida por el Concilio y esta vez se sitúa en el centro del Jubileo Extraordinario de la Misericordia al que hace referencia directa el tema de la Jornada. Por último, es la primera Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebra después de la creación de la Secretaría de Comunicación por el Papa Francisco.
Después de este preámbulo, mons. Viganò subrayó que la misericordia es el sello distintivo del actuar y del ser Iglesia, ya que la relación entre Iglesia y misericordia no es extrínseca, ni muchos menos accidental sino intrínseca, constitutiva, y atañe directamente a la identidad misma de la Iglesia. »Es -dijo- la experiencia de Pentecostés, el inicio de la experiencia histórica de la Iglesia. La Iglesia es portadora de la memoria de Jesús y por lo tanto no puede declinar las palabras de su anuncio excepto en relación a la misericordia. Son palabras esperadas por los que piensan que están alejados del Dios de la misericordia, del que a menudo tenemos una imagen distorsionada, como Dios juez despiadado e incapaz de involucrarse con los límites del sufrimiento…Para los hombres y mujeres de hoy, y para la Iglesia de Jesús, estas son las palabras que ofrecer como antídoto a las duras palabras de los preceptos, pronunciadas por los que acusan al relativismo imperante y la irrevocabilidad de los valores …La Iglesia llamada a participar en la misión mesiánica debe ser capaz de vivir en la verdadera y auténtica humanidad, debe aprender de Jesús a declinar la misericordia en palabras de esperanza y de vida y en gestos de emoción, dejándose tocar por las vivencias humanas y, sabiendo, como recuerda tantas veces el Papa Francisco, tocar la carne de los últimos».
La relación entre silencio y escucha, fue el segundo punto de la intervención del prelado que citó las palabras del filósofo suizo Max Picard para explicar cómo el ser humano se haya convertido en nuestra época en un apéndice del ruido, atrofiándose en un contexto de palabras gritadas en vez de habladas, lo que reduce al mínimo su capacidad de escuchar y favorece la falta de atención. »Escuchar -dijo mons. Viganò- es un acto necesario para el desarrollo de la comunicación y prevé ante todo el silencio, condición indispensable para recibir cada palabra pronunciada y entender su significado… Hablamos sólo porque – y al mismo tiempo – escuchamos y la atención que presta el Papa Francisco a esta dicotomía es constante». También el Papa Benedicto XVI, dedicó gran atención a ese argumento -recordó- cuando en el Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2012 escribía que cuando los mensajes y la información son abundantes, el silencio se convierte en esencial para distinguir lo que es importante de lo que es insignificante o secundario’.
El Prefecto concluyó con una cita del teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer sobre la misericordia: «Los misericordiosos tienen un amor irresistible por los humildes, los enfermos, los pobres, los que han sido humillados y sufrido violencia, los que sufren injusticias y son dejados de lado, por los que se atormentan y afligen; buscan a los que han caído en el pecado y la culpa. Ninguna miseria es demasiado profunda, ningún pecado tan horrible cómo para no aplicar la misericordia». »Es la bienaventuranza de la misericordia que la Iglesia está llamada a vivir ante todo en sus relaciones -observó- porque la comunidad cristiana no es un grupo elitista ni está constituida por perfectos. San Pablo .. invita a cada uno de nosotros a reconocer el punto de partida de la vida cristiana y eclesial que es el amor de Dios y, por la gracia,la participación en su santidad».
Al final, mons. Viganó retomó el tema del silencio : »De esta Jeena de ruido, que es nuestra vida cotidiana, de este «túnel de viento de los chismes» y las habladurías -dijo- brota espontáneamente la nostalgia de silencio, el deseo de silenciar las palabras manipuladas y descubrir las palabras del silencio. El hombre contemporáneo, aunque sea sin saberlo, está gritando con Verlaine: Dadme el silencio, y el amor de misterio «.
Por su parte el director de TV2000, Paolo Ruffini habló de la necesidad de hacer una televisión que fuera capaz de mirar al mundo con los ojos de la misericordia, sin tener miedo de estar calada en la realidad, sin cerrarse en sus estudios y »eligiendo la proximidad como criterio para comprender, entender, sorprender y sorprenderse, para actuar y elegir…Una televisión que se acerca a las personas de carne y hueso en el mundo real, no en el virtual… y que cuenta la realidad sin renderse a los estereotipos o a los círculos viciosos de las condenas y las venganzas que -como escribe el Papa- nos siguen atrapando».
Comunicación y misericordia: Mensaje del Santo Padre para la L Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
»Comunicación y misericordia», es el título del Mensaje del Papa Francisco para la 50 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebra el 8 de mayo. El mensaje está firmado simbólicamente por el Santo Padre el domingo 24 de enero de 2016, festividad de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas. Sigue el documento:
»El Año Santo de la Misericordia nos invita a reflexionar sobre la relación entre la comunicación y la misericordia. En efecto, la Iglesia, unida a Cristo, encarnación viva de Dios Misericordioso, está llamada a vivir la misericordia como rasgo distintivo de todo su ser y actuar. Lo que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y cada gesto debería expresar la compasión, la ternura y el perdón de Dios para con todos. El amor, por su naturaleza, es comunicación, lleva a la apertura, no al aislamiento. Y si nuestro corazón y nuestros gestos están animados por la caridad, por el amor divino, nuestra comunicación será portadora de la fuerza de Dios.
Como hijos de Dios estamos llamados a comunicar con todos, sin exclusión. En particular, es característico del lenguaje y de las acciones de la Iglesia transmitir misericordia, para tocar el corazón de las personas y sostenerlas en el camino hacia la plenitud de la vida, que Jesucristo, enviado por el Padre, ha venido a traer a todos. Se trata de acoger en nosotros y de difundir a nuestro alrededor el calor de la Iglesia Madre, de modo que Jesús sea conocido y amado, ese calor que da contenido a las palabras de la fe y que enciende, en la predicación y en el testimonio, la »chispa» que los hace vivos.
La comunicación tiene el poder de crear puentes, de favorecer el encuentro y la inclusión, enriqueciendo de este modo la sociedad. Es hermoso ver personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz y armonía. Las palabras pueden construir puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos. Y esto es posible tanto en el mundo físico como en el digital. Por tanto, que las palabras y las acciones sean apropiadas para ayudarnos a salir de los círculos viciosos de las condenas y las venganzas, que siguen enmarañando a individuos y naciones, y que llevan a expresarse con mensajes de odio. La palabra del cristiano, sin embargo, se propone hacer crecer la comunión e, incluso cuando debe condenar con firmeza el mal, trata de no romper nunca la relación y la comunicación.
Quisiera, por tanto, invitar a las personas de buena voluntad a descubrir el poder de la misericordia de sanar las relaciones dañadas y de volver a llevar paz y armonía a las familias y a las comunidades. Todos sabemos en qué modo las viejas heridas y los resentimientos que arrastramos pueden atrapar a las personas e impedirles comunicarse y reconciliarse. Esto vale también para las relaciones entre los pueblos. En todos estos casos la misericordia es capaz de activar un nuevo modo de hablar y dialogar, como tan elocuentemente expresó Shakespeare: »La misericordia no es obligatoria, cae como la dulce lluvia del cielo sobre la tierra que está bajo ella. Es una doble bendición: bendice al que la concede y al que la recibe».
Es deseable que también el lenguaje de la política y de la diplomacia se deje inspirar por la misericordia, que nunca da nada por perdido. Hago un llamamiento sobre todo a cuantos tienen responsabilidades institucionales, políticas y de formar la opinión pública, a que estén siempre atentos al modo de expresase cuando se refieren a quien piensa o actúa de forma distinta, o a quienes han cometido errores. Es fácil ceder a la tentación de aprovechar estas situaciones y alimentar de ese modo las llamas de la desconfianza, del miedo, del odio. Se necesita, sin embargo, valentía para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación. Y es precisamente esa audacia positiva y creativa la que ofrece verdaderas soluciones a antiguos conflictos así como la oportunidad de realizar una paz duradera. »Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia…Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Cómo desearía que nuestro modo de comunicar, y también nuestro servicio de pastores de la Iglesia, nunca expresara el orgullo soberbio del triunfo sobre el enemigo, ni humillara a quienes la mentalidad del mundo considera perdedores y material de desecho. La misericordia puede ayudar a mitigar las adversidades de la vida y a ofrecer calor a quienes han conocido sólo la frialdad del juicio. Que el estilo de nuestra comunicación sea tal, que supere la lógica que separa netamente los pecadores de los justos. Nosotros podemos y debemos juzgar situaciones de pecado – violencia, corrupción, explotación, etc. –, pero no podemos juzgar a las personas, porque sólo Dios puede leer en profundidad sus corazones. Nuestra tarea es amonestar a quien se equivoca, denunciando la maldad y la injusticia de ciertos comportamientos, con el fin de liberar a las víctimas y de levantar al caído. El evangelio de Juan nos recuerda que »la verdad os hará libres». Esta verdad es, en definitiva, Cristo mismo, cuya dulce misericordia es el modelo para nuestro modo de anunciar la verdad y condenar la injusticia. Nuestra primordial tarea es afirmar la verdad con amor. Sólo palabras pronunciadas con amor y acompañadas de mansedumbre y misericordia tocan los corazones de quienes somos pecadores. Palabras y gestos duros y moralistas corren el riesgo hundir más a quienes querríamos conducir a la conversión y a la libertad, reforzando su sentido de negación y de defensa.
Algunos piensan que una visión de la sociedad enraizada en la misericordia es injustificadamente idealista o excesivamente indulgente. Pero probemos a reflexionar sobre nuestras primeras experiencias de relación en el seno de la familia. Los padres nos han amado y apreciado más por lo que somos que por nuestras capacidades y nuestros éxitos. Los padres quieren naturalmente lo mejor para sus propios hijos, pero su amor nunca está condicionado por el alcance de los objetivos. La casa paterna es el lugar donde siempre eres acogido. Quisiera alentar a todos a pensar en la sociedad humana, no como un espacio en el que los extraños compiten y buscan prevalecer, sino más bien como una casa o una familia, donde la puerta está siempre abierta y en la que sus miembros se acogen mutuamente.
Para esto es fundamental escuchar. Comunicar significa compartir, y para compartir se necesita escuchar, acoger. Escuchar es mucho más que oír. Oír hace referencia al ámbito de la información; escuchar, sin embargo, evoca la comunicación, y necesita cercanía. La escucha nos permite asumir la actitud justa, dejando atrás la tranquila condición de espectadores, usuarios, consumidores. Escuchar significa también ser capaces de compartir preguntas y dudas, de recorrer un camino al lado del otro, de liberarse de cualquier presunción de omnipotencia y de poner humildemente las propias capacidades y los propios dones al servicio del bien común.
Escuchar nunca es fácil. A veces es más cómodo fingir ser sordos. Escuchar significa prestar atención, tener deseo de comprender, de valorar, respetar, custodiar la palabra del otro. En la escucha se origina una especie de martirio, un sacrificio de sí mismo en el que se renueva el gesto realizado por Moisés ante la zarza ardiente: quitarse las sandalias en el »terreno sagrado del encuentro con el otro que me habla». Saber escuchar es una gracia inmensa, es un don que se ha de pedir para poder después ejercitarse practicándolo.
También los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales, los foros pueden ser formas de comunicación plenamente humanas. No es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica o no, sino el corazón del hombre y su capacidad para usar bien los medios a su disposición. Las redes sociales son capaces de favorecer las relaciones y de promover el bien de la sociedad, pero también pueden conducir a una ulterior polarización y división entre las personas y los grupos. El entorno digital es una plaza, un lugar de encuentro, donde se puede acariciar o herir, tener una provechosa discusión o un linchamiento moral. Pido que el Año Jubilar vivido en la misericordia »nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación. También en red se construye una verdadera ciudadanía. El acceso a las redes digitales lleva consigo una responsabilidad por el otro, que no vemos pero que es real, tiene una dignidad que debe ser respetada. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una sociedad sana y abierta a la puesta en común.
La comunicación, sus lugares y sus instrumentos han traído consigo un alargamiento de los horizontes para muchas personas. Esto es un don de Dios, y es también una gran responsabilidad. Me gusta definir este poder de la comunicación como »proximidad». El encuentro entre la comunicación y la misericordia es fecundo en la medida en que genera una proximidad que se hace cargo, consuela, cura, acompaña y celebra. En un mundo dividido, fragmentado, polarizado, comunicar con misericordia significa contribuir a la buena, libre y solidaria cercanía entre los hijos de Dios y los hermanos en humanidad».