«Id y predicad el Evangelio: si fuera necesario, también con palabras». De este modo Francisco, el santo de Asís, exhortó a sus frailes a extender el mensaje de Jesús. Esta misma expresión la utilizó el Papa homónimo el 31 de marzo de 2019 en su viaje apostólico a Marruecos. Encajó esta encomienda en el transcurso del encuentro que mantuvo en la catedral de Rabat con sacerdotes, religiosos, consagrados y el Consejo Ecuménico de las Iglesias. Desde su elección en 2013, este Pontífice de espiritualidad ignaciana ha hecho suyo también este emblema de la marca franciscana a la hora de relacionarse con la parroquia global de la que es cabeza visible. Y en el caso de África no iba a ser menos.
El primero de los cinco viajes que Francisco ha realizado al continente africano tuvo a Kenia, Uganda y República Centroafricana como destinos. Fue a finales de 2015. En el tradicional encuentro con los medios de comunicación durante el viaje de regreso a Roma, Mumo Makau, un colega de la emisora keniana Capital FM, pidió al Papa que eligiera «el momento más memorable» de la triple visita. «Para mí, África ha sido una sorpresa. He pensado: Dios nos sorprende, pero también África nos sorprende», respondió.
El Papa llegado casi «del fin del mundo» se dejó cautivar desde el primer momento por «la fe y la resiliencia de esos pueblos», por el «don que constituyen las familias íntegras, que se percibe con particular vitalidad en África» y, sobre todo, por las personas con las que ha ido compartiendo tiempo y espacio.
El Papa de las periferias, las humanas y las existenciales, ha encontrado en el continente africano, a lo largo de estos primeros diez años de pontificado, gasolina para su motor. De otro modo no se entiende su insistencia en llegar a tierra centroafricana cuando el país se desangraba —«si no pueden llevarme, denme un paracaídas», se ha escrito que le dijo al comandante del vuelo de Alitalia que lo llevaba al continente en 2015—. Ni el impulso de arrodillarse ante los líderes políticos sursudaneses como forma de rogarles que hicieran la paz en su país después de años de guerra —«el gesto de la reunión de 2019 no sé cómo ocurrió, no estaba pensado, y las cosas que no están pensadas no se pueden repetir. Es el Espíritu el que te lleva ahí, no se puede explicar y punto», dijo a la vuelta del todavía reciente viaje a Yuba—. O la novedad de abrir la puerta santa del Año de la Misericordia en Bangui, a miles de kilómetros de Roma, por citar solo tres ejemplos.
África y sus gentes han animado e inspirado, en buena medida, algunos de los mensajes de calado social que ha pronunciado o rubricado Francisco en esta década como Sucesor de Pedro. La «revolucionaria» propuesta de las «tres tes», tierra, techo y trabajo, para saldar la deuda social y ambiental que las grandes ciudades se cobran a través de los empobrecidos. La cuadratura de los cuatro verbos, acoger, proteger, promover e integrar, que recita de corrido como receta para abordar el drama migratorio del que los africanos son coprotagonistas. La diligencia en señalar realidades como «la pobreza del agua social». O el drama de un sistema intrínsecamente egoísta e injusto al servicio del capital en detrimento de la misma humanidad —en su primer discurso en Kinsasa, resumió esta última idea en unas pocas frases: «No toquen el África. Dejen de asfixiarla, porque África no es una mina que explotar ni una tierra que saquear»—.
Desde que fue elegido Sucesor de Pedro, el Papa se ha referido en cerca de 450 ocasiones al continente africano; la última este domingo, después de dirigir el rezo del Regina Coeli, cuando aludió a la situación del pueblo sudanés y pidió a la comunidad internacional «que no escatime esfuerzos para hacer prevalecer el diálogo y aliviar el sufrimiento de la población». En este tiempo, y en distintos contextos, Francisco nos ha brindado un magisterio en el que ha puesto encima de la mesa la realidad del continente del olvido, la tierra de la que nadie quiere acordarse, pero de la que él no está dispuesto a prescindir. Ha puesto sobre el tapete, ante todo, a las mujeres y hombres víctimas de violencias caleidoscópicas que, como consecuencia de la injusticia, acosan a África.
Kangemi es uno de los numerosos suburbios que motean Nairobi, la capital keniana. Esa fue la primera «villa miseria africana» que pisó Jorge Mario Bergoglio. Fue el 27 de noviembre de 2015. En aquel escenario, Francisco reconoció sentirse «como en casa» y añadió: «No me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y opciones. Estoy aquí porque quiero que sepan que sus alegrías y sus esperanzas, sus angustias y sus tristezas, no me son indiferentes». Se lo dijo a los habitantes de Kangemi aunque, en realidad, se lo estaba diciendo a todo un continente. Y este jueves, 25 de mayo, Día de África, es el momento propicio para recordárselo «si fuera necesario, también con palabras».
El autor acaba de editar con Mundo Negro Habari za Francisco, una recopilación de los textos del Papa sobre el continente africano.
JAVIER FARIÑAS MARTÍN
Redactor jefe de ‘Mundo Negro’.