Siguiendo las huellas de san Juan Pablo II y del Papa emérito Benedicto XVI , el Papa Francisco visitó la Sinagoga mayor de Roma para saludar a la comunidad judía de la capital, la más antigua del mundo. El Santo Padre fue recibido por la Presidenta de la Comunidad de Roma, Ruth Dureghello, por el Presidente de la Unión de las Comunidades Judías Italianas, Renzo Gattegna y por el Rabino Jefe de Roma, Riccardo Di Segni, que pronunciaron sendos discursos de bienvenida.
»Todà rabbà» (Gracias), dijo Francisco, después de escuchar sus palabras, y habló a los presentes de la importancia que ha atribuido siempre a la relación entre judíos y cristianos ya desde su vida en Buenos Aires cuando encontraba a la comunidad judía argentina y seguía muy de cerca sus fiestas y ceremonias. »En el diálogo judío-cristiano -señaló- hay un lazo único y peculiar, en virtud de las raíces hebreas del cristianismo. Judíos y cristianos por lo tanto deben sentirse hermanos, unidos por el mismo Dios y por un rico patrimonio espiritual común sobre el que basarse y seguir construyendo el futuro». A este propósito recordó que el 13 de abril de 1986 san Juan Pablo II en visita a la misma sinagoga, acuño la hermosa expresión “hermanos mayores» y , »de hecho, sois -afirmó- nuestros hermanos y hermanas mayores en la fe. Todos pertenecemos a una única familia, la familia de Dios, el cual nos acompaña y nos protege como su pueblo».
No dejó de recordar Francisco que en 2015, se conmemoró el 50 aniversario de la Declaración “Nostra aetate» del Concilio Vaticano II, que hizo posible el diálogo sistemático entre la Iglesia católica y el judaísmo, transformando la relación entre cristianos y hebreos. »De enemigos y extraños -subrayó- nos hemos convertido en amigos y hermanos… Sí, al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo: no a cualquier forma de antisemitismo, y condena de cualquier injuria, discriminación y persecución que de ello deriven». También resaltó el Papa la dimensión teológica de ese diálogo por el cual »los cristianos para entenderse a sí mismos no pueden por menos que referirse a las raíces judías y la Iglesia, si bien profesa la salvación a través de la fe en Cristo, reconoce la irrevocabilidad de la Antigua Alianza y el amor constante y fiel de Dios por Israel».
Pero junto con las cuestiones teológicas, el Papa habló de los desafíos que el mundo de hoy tiene que afrontar, comenzando por el de la ecología integral al que judíos y cristianos deben responder ofreciendo »a la humanidad entera el mensaje de la Biblia acerca del cuidado de la creación. Conflictos, guerras, violencias y injusticias abren heridas profundas en la humanidad que nos llaman a reforzar el compromiso por la paz y la justicia -advirtió- La violencia del hombre sobre el hombre está en contradicción con cada religión digna de este nombre y, en particular, con las tres grandes religiones monoteístas. La vida es sagrada, como don de Dios. El quinto mandamiento del Decálogo dice: “No matarás». Dios es el Dios de la vida y quiere promoverla y defenderla siempre; y nosotros, creados a su imagen y semejanza, estamos llamados a hacer lo mismo. Cada ser humano en cuanto criatura de Dios es nuestro hermano, independientemente de su origen y de su pertenencia religiosa… La violencia y la muerte nunca tendrán la última palabra frente a Dios, que es el Dios del amor y de la vida. Tenemos que rezar con insistencia para que nos ayude a poner en práctica en Europa, en Tierra Santa, en Oriente Medio, en África y en cada parte del mundo la lógica de la paz, de la reconciliación, del perdón y de la vida».
En la ceremonia estaban también presentes los últimos supervivientes italianos de la Shoah y el Obispo de Roma, habló ante ellos de cómo “el pueblo judío, en su historia, ha experimentado la violencia y la persecución, hasta el exterminio de los judíos europeos durante la Shoah. Seis millones de personas, solo porque pertenecían al pueblo judío, fueron víctimas de la barbarie más inhumana, perpetrada en nombre de una ideología que quería sustituir al hombre con Dios».
»El 16 de octubre de 1943, más de mil hombres, mujeres y niños de la comunidad judía de Roma fueron deportados a Auschwitz -rememoró – Hoy deseo recordarlos en mi corazón de modo particular: sus sufrimientos, sus angustias, sus lágrimas no deben jamás ser olvidadas. Y el pasado nos debe servir de lección para el presente y para el futuro. La Shoah nos enseña que es necesaria siempre la máxima vigilancia para poder intervenir tempestivamente en defensa de la dignidad humana y de la paz. Quisiera expresar mi cercanía a cada testigo de la Shoah todavía vivo y me dirijo en particular a vosotros que hoy estáis aquí presentes».
»En los últimos cincuenta años -finalizó el Santo Padre- han crecido y han profundizado entre nosotros la comprensión y la confianza recíprocas y la amistad. Recemos juntos al Señor para que conduzca nuestro camino hacia un futuro bueno, mejor. Dios tiene para nosotros proyectos de salvación».