PRIMERA LECTURA
No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33
El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: – «judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.” Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción, hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.»
SALMO RESPONSORIAL
Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11
R. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
SEGUNDA LECTURA
Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 17 – 21
Queridos hermanos:
Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
EVANGELIO
Lo reconocieron al partir el pan
Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: – «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: – «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: – «¿Qué?» Ellos le contestaron: – «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: – «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: – «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: – «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: – «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
COMPARTIR EL PAN
La celebración de la Pascua nos pone en contacto con los testigos de la Resurrección del Señor. Contemplamos cómo aquellos discípulos, las mujeres, como María Magdalena, los apóstoles, Pedro, Juan, Tomás… de forma y en lugares distintos tienen primero noticia de la Resurrección y, después, la experiencia personal de encuentro con Cristo resucitado. Y estos grandes testigos (María Magdalena, Pedro, Juan…) pueden crear en nosotros la sensación de que esas experiencias de encuentro con el Resucitado son el privilegio de unos pocos, mientras que el resto, todos nosotros, debemos conformarnos con noticias de segunda mano.
El Evangelio de hoy viene a deshacer esa impresión y a sacarnos de ese equívoco. En el episodio de los discípulos de Emaús, tal vez el más elaborado de los textos pascuales, los protagonistas no son los “grandes” de la comunidad, sino dos discípulos cualquiera. No podemos decir que sean anónimos, porque se nos informa del nombre de, al menos, uno de ellos: Cleofás, aunque no sepamos nada más de él. El otro, del que ni siquiera sabemos el nombre, bien pudiera ser su mujer, como han pensado muchos.
He aquí, por tanto, a dos personas cualquiera, posiblemente un matrimonio. Por medio de ellos Lucas dibuja un icono que, con su perspectiva invertida, quiere invitarnos a entrar en el cuadro y hacer nuestra esa experiencia. En realidad, también la primera lectura parece querer empujarnos en ese sentido. En su discurso de Pentecostés Pedro no se dedica sólo a predicar y anunciar, sino que apela directamente a sus interlocutores: “vosotros conocéis los signos y prodigios que hizo”; “vosotros lo matasteis en una cruz”, “vosotros estáis viendo y oyendo” (los frutos de Pentecostés). Pedro implica a sus oyentes, porque, realmente, las noticias sobre la existencia histórica de Jesús son de dominio público; respecto de su muerte, es claro que la responsabilidad de la misma, en toda la profundidad de su significado, no se limita a los que participaron directamente en ella, pues esa responsabilidad es “el pecado del mundo”, que Jesús toma sobre sí, y en el que todos participamos. Respecto de los frutos de la acción del Espíritu Santo, se crea o no se crea, es algo también accesible a todos, especialmente si los que llamamos a Dios Padre nos tomamos en serio nuestro proceder.
Esta implicación personal, que también se dirige a nosotros, es el preámbulo para vincularnos con la experiencia de encuentro con el Resucitado, que, ahora sí, requiere como condición la fe que nos hace discípulos. Cuando Pedro llama a la fe, está llamando a hacer la experiencia real (en la fe) de encuentro personal con el Cristo Resucitado. Estos discípulos “cualquiera”, Cleofás y mujer, nos hacen de guía.
Lo primero que nos llama la atención (y nos ayuda a identificarnos con ellos), es que van de camino. Todos estamos de camino de un modo u otro. Y en este camino cargamos con nuestras tristezas, frustraciones y desilusiones. Es muy frecuente que tras los grandes sueños y los grandes ideales, la realidad nos golpee y nos diga que las cosas no son como soñábamos. También es así en la experiencia religiosa, en la experiencia con la Iglesia, en el matrimonio… Las limitaciones de la vida, los sueños incumplidos, las experiencias traumáticas que tienen incluso el sabor de la muerte, nos invitan a renunciar a los sueños, a despertar de ellos, a estar de vuelta. Cleofás y su acompañante estaban de vuelta, y por eso habían decidido adaptarse y volver a su pequeño mundo sin ideales, con preocupaciones grises y horizontes estrechos.
Pero eran discípulos. Y, por eso, en su conversación triste y apesadumbrada se fue introduciendo, de modo misterioso y casi imperceptible, una presencia que les hizo descubrir dimensiones nuevas: el sufrimiento, la frustración, incluso la muerte, pueden tener sentido, lo tienen realmente, si se consideran desde la perspectiva de Dios. Dios no nos deja tirados, no dejó tirado a Jesús. En el trágico final de Jesús, pese al aparente triunfo del mal y de la muerte, en realidad, visto desde Dios, había triunfado el amor, la entrega sin reservas de Jesús. La evidencia de la muerte seguía ahí, aplastándoles, pero la iluminación de su conversación con el recuerdo de las Escrituras que conocían tan bien, les hizo sentir la extraña sensación de un corazón ardiente en el que empezaba a nacer la esperanza.
Queriendo conservar esta extraña sensación, que se les antojaba una verdadera aunque invisible presencia, al llegar a su destino repitieron el gesto que Jesús les había dejado “en memoria suya”, la fracción del pan. Y entonces se les abrieron los ojos, los ojos de la fe, y comprendieron que Jesús mismo los acompañaba, les explicaba las Escrituras y partía para ellos el pan.
Cada uno de nosotros, no importa cuál sea nuestra condición o estado de vida, en el camino de nuestra vida, con sus pesares, frustraciones y desilusiones, podemos encontrar luz y sentido en la escucha de la Palabra: Dios nos habla, Dios quiere conversar con nosotros, pero nosotros tenemos que abrir nuestros oídos, prestarle atención, dedicarle tiempo, dejar que nos explique las Escrituras. Es este un proceso, un verdadero camino, que requiere paciencia y perseverancia. Incluso cuando ya “nos sabemos” la Biblia, no siempre la entendemos de verdad ni del todo. Hay que dejarse acompañar por Jesús, que camina con nosotros, aunque no lo reconozcamos.
Y lo mismo con la fracción del pan. “Ir a Misa” no es una obligación litúrgica (o no sólo una obligación litúrgica), sino una necesidad para encontrar sentido en los momentos oscuros, difíciles y tristes de nuestra vida, para experimentar que, a pesar de los muchos pesares, Dios no nos abandona, sino que nos acompaña por el camino, y nos da la posibilidad de empezar una nueva vida.
Este modo concreto, pero bien real, de escuchar la Palabra y compartir el pan (eso que llamamos “ir a Misa”), nos pone en relación con la comunidad de los apóstoles. Los discípulos de Emaús, pese a todas las desilusiones experimentadas, decidieron abandonar sus estrechos horizontes y retornar a la Iglesia, recibiendo la confirmación de que lo que habían sentido en el camino y visto en la fracción del pan no era una mera alucinación, y contribuyendo a construir la comunidad con su propio testimonio.
Desde San Petersburgo (Rusia)
JOSÉ MARÍA VEGAS
Sacerdote claretiano español y filósofo