Desde llevar una carta a Gorbachov a preparar con Castro el encuentro en La Habana, las memorias de Joaquín Navarro-Valls desvelan episodios inéditos.
23 de abril 2023.- Acaba de publicarse el libro Mis años con Juan Pablo II, que recoge las memorias de Joaquín Navarro-Valls —fallecido en julio de 2017—, quien fuera portavoz y director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede durante 22 años, con san Juan Pablo II desde 1984 a 2005, y con Benedicto XVI durante 2005 y 2006.
Cuando Juan Pablo II —antes de nombrarlo— le preguntó su punto de vista sobre el proyecto de reestructurar la Oficina de Prensa del Vaticano, el futuro portavoz, sin tener ni idea de lo que se escondía detrás de aquella pregunta, emitió su sincera opinión : «No hace falta una reestructuración, sino una revolución». Un tiempo después, con la natural sorpresa por su parte, fue nombrado jefe de esa oficina dedicada a la comunicación vaticana. Durante los años siguientes dedicó su vida a poner en marcha esa «revolución». Mis años con Juan Pablo II, publicado por Espasa, es, en parte, la historia de ese empeño, aunque el gran protagonista del texto sea san Juan Pablo II.
Navarro-Valls bregó durante casi un cuarto de siglo con los 400 periodistas acreditados establemente ante el Vaticano y con los miles que esporádicamente cubrían los grandes eventos del Papa polaco: canonizaciones, jornadas mundiales de los jóvenes, sínodos de los obispos y toda una larga sucesión de acontecimientos —muchos no conocidos— que culminaron con la enfermedad y muerte del Pontífice y la elección de Benedicto XVI.
Acompañando a Juan Pablo II —y luego a Benedicto XVI— dio varias veces la vuelta al mundo en sus más de 100 viajes a 128 países. Narra el portavoz en sus memorias, recogidas de forma póstuma, centenares de anécdotas de esos viajes. Baste esta poco conocida. Cuando llegaron a Misuri (Estados Unidos) al Papa le informaron de que, pocos días después, iba a ser ejecutado Darrell J. Mease, un veterano de la guerra de Vietnam, por asesinato. El Papa intercedió ante el gobernador de entonces, Carnahan. El jefe de prensa de dicho gobernador le preguntó a Joaquín si era posible que el Papa se lo pidiera directamente. Así, al acabar una solemne ceremonia en la catedral de San Luis en la que estaban sentados en la primera fila Clinton y el gobernador, el Papa se detuvo ante el segundo y, con toda sencillez, le pidió: «Have mercy on Mr. Mease» («tenga misericordia del señor Mease»). Con idéntica brevedad, el gobernador contestó: «I will do it», («lo haré»). Cumplió su palabra y Mease fue sacado del corredor de la muerte.
También se desvelan en el texto las experiencias del portavoz Navarro-Valls en las misiones especiales que realizó en momentos estelares del pontificado. Por ejemplo, un viaje a Moscú para entregar, junto con el secretario de Estado, una carta personal para Gorbachov. O cuando visitó La Habana, donde preparó junto con Fidel Castro la visita de Juan Pablo II a Cuba. También fue un enviado especial a las conferencias internacionales de la ONU en El Cairo (1984), Copenhague (1995), Pekín (1995) y Estambul (1996).
Llegó a tener una confianza inusual con el Pontífice polaco. Muchos calificaron esa relación como una verdadera amistad. Joaquín lo negaba citando a Platón, que decía que para haber amistad entre dos personas debe haber igualdad, y entre Juan Pablo II y él la distancia era enorme. Pero estas memorias demuestran lo contrario: entre ambos había una verdadera complicidad y Platón no tenía razón; cabe la real y sincera amistad entre desiguales.
Le fascinaba el lado humano del santo polaco: su alegría profunda, nada temperamental, sino fruto de sus sólidas convicciones; su capacidad de escuchar; su valentía y coraje; su gusto por la poesía y el teatro; su capacidad de seguir tratando a sus amigos y su reciedumbre y armonía de espíritu, entre otras cualidades. Naturalmente, le deslumbraba el aspecto sobrenatural: cómo rezaba, como si no hubiera otra cosa en la tierra. Notaba que era un hombre enamorado de Dios. Le parecía trabajar con un santo. Un ejemplo de ello sucedió durante un viaje a un país sudamericano; Joaquín entró un momento en la capilla de la Nunciatura y se encontró con el Papa postrado en el suelo, con la cabeza hacia el sagrario. El tiempo pasaba. Después de una hora, Navarro-Valls salió sigilosamente. A la mañana siguiente preguntó a las religiosas y le dijeron que el Papa había pasado toda la noche en oración.
Desde mi punto de vista, estas memorias son una auténtica lección de periodismo y seleccionan capítulos fascinantes —grandes y pequeños— de los más de 20 años pasados junto a san Juan Pablo II. Hay un aspecto absolutamente inédito que narra con soltura: sus veranos en la montaña con el Papa polaco, buen esquiador y montañero audaz. En estos textos —como observa en el prólogo del libro el coordinador de los mismos, el periodista Diego Contreras— «se cambia de escenario» y aparece un Juan Pablo II que duerme bajo un árbol, sufre por la situación del Líbano, habla de filosofía, contempla la naturaleza desde la cima de un bosque y revela un espíritu aventurero que, para algunos, rayaba en la temeridad. Aporta también Navarro-Valls toda una serie de fotografías —que se insertan en el texto— absolutamente inéditas, pues bastantes de ellas están realizadas por él mismo.
Finalmente, toda la larga enfermedad de san Juan Pablo II está descrita con transparencia y delicadeza. Fueron especialmente emotivas las lágrimas derramadas ante millones de personas cuando emitió ante las televisiones de todo el mundo la extrema gravedad de Karol Wojtyla. Joaquín Navarro-Valls fue un gran luchador, pero también una persona de mucho corazón, algo que estas memorias muestran en varias ocasiones. Esta última anécdota fue una de ellas.
RAFAEL NAVARRO VALLS
Alfa y Omega
Imagen: Juan Pablo II junto a Joaquín Navarro-Valls en el avión durante un viaje apostólico.
(Foto: ABC).