Ha circulado, casi de mano en mano y causando verdadero interés, la hermosa carta firmada por los obispos de las diócesis de Escandinavia sobre la sexualidad humana. Quién nos iba a decir que, desde el frío norte de Europa, moldeado primero por la Reforma protestante y conquistado después, aparentemente, por el relativismo absoluto, pudiese llegar una luz tan clara y cálida sobre un asunto que, en la mayoría de los casos, se prefiere eludir. La acogida en nuestros lares habla también de una necesidad del momento.
En Escandinavia los católicos son una exigua minoría que no pretende defender ningún espacio, pero donde tienen el empuje de una fe experimentada como novedad radical que ofrece una esperanza imbatible. Es verdad que entre los firmantes descuellan dos notables figuras, el anciano cardenal de Estocolmo, Anders Arborelius, y el joven obispo de Trondheim, Erik Varden. El texto es claro y amable, firme y acogedor, arraigado en la tradición católica y en diálogo con la cultura actual.
Al referirse al debate sobre la sexualidad y el género señalan que la Iglesia condena toda forma de discriminación injusta, pero rechaza una visión de la naturaleza humana separada de la integridad corporal de la persona, como si el género físico fuera accidental. Y protestan ante la imposición de esa visión a los niños, presentándola como si fuese una verdad probada. «Resulta llamativo —observan—, que una sociedad tan atenta al cuerpo lo trate con superficialidad», al no considerarlo decisivo para la identidad de cada persona.
Reconocen que la enseñanza cristiana sobre la sexualidad causa hoy perplejidad en muchos y eso es un desafío que la Iglesia debe acoger con estima hacia esas personas, con inteligencia y con fidelidad a lo que Cristo nos ha confiado. «No hemos recibido el orden sagrado para predicar ideales pequeños de nuestra propia fabricación», observan estos obispos. La Iglesia es fraterna y hospitalaria, no excluye a nadie, pero fija un ideal elevado. En cualquier caso, lo que busca esta enseñanza es «posibilitar el amor, no impedirlo». Inteligencia, coraje y amor verdadero. Tres notas de una valiosa carta para este tiempo nublado.
JOSÉ LUIS RESTÁN