Somos sínodo, pueblo que camina enviado a anunciar la paz que surge del Reino de nuestro Dios. Vamos acompañados por el propio Cordero que quita el pecado del mundo. No salimos a dar una vuelta, sino a anunciar el reinado de Dios, que comienza con su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Y caminamos por una historia donde la muerte y el pecado perviven en nosotros, aunque hayan sido vencidos en Cristo.
Esta Iglesia, que va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, es denominada Iglesia militante, pues sabe, en palabras de Pablo en la Carta a los Efesios, que vivimos un permanente combate espiritual, pues «el mundo, el demonio y la carne» se oponen al reinado de Dios y quieren implantar el de la soberbia y el poder desde la mentira tentadora de creernos dioses.
La militancia surge al encarnar en nuestra vida el amor de Jesús y vivir sus virtudes de obediencia, humildad, pobreza y sacrificio, que desarticulan ya en nosotros las energías que quieren dominar el mundo. En ellas fundan su poder de dominación los imperios, pues «el dragón pasa su poder —arrancado del corazón humano— a la bestia», como dice el Apocalipsis. Este amor encarnado es ofrecido a la polis, esto es, a familias, ambientes e instituciones de la economía, la política y la cultura. Por eso, la Iglesia llama a este amor caridad social o política, que constituye la identidad y espiritualidad propia de la vocación laical o militancia cristiana.
Contemplemos algunos rasgos de esta forma de amar:
• Presencia del amor de Dios en el mundo a través de su cuerpo de bautizados en pro de la instauración del Reino de Dios. Este supone salida y plaza pública, testimonio de obras y palabras.
• Amor que responde a todo lo que el hombre es —no solo individuo aislado, sino persona en relación que constitutivamente vive en ambientes afectivos y culturales y florece en instituciones— y a todo lo que el hombre necesita; lo urgente de los hechos de fragilidad y pobreza y lo importante de las causas políticas, económicas, sociales y espirituales que están detrás de los hechos y de las personas a quienes queremos amar.
• Compromiso activo y operante en ambientes e instituciones, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo justo y fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres. Este compromiso surge de la acción de gracias por haber experimentado en el propio corazón la victoria de Cristo, que impulsa a confesar esa victoria en la plaza pública, con un plan que marca la orientación de la vida y un compromiso que sitúa en el espacio y en el tiempo la acción agradecida.
• Combate espiritual por la justicia del Reino en favor de los pobres, pues el militante descubre que los mecanismos más profundos de la dominación y el empobrecimiento son espirituales. Así, la gracia de Dios es arma imprescindible para vivir y convocar a la conversión, sin la cual, las malas hierbas del corazón rebrotan.
• Acción sacramental que sea signo e instrumento, paradigma y primicia, germen y diseño que renueva personas, ambientes e instituciones. La visión progresista propia de la modernidad puede hacernos pensar que si no se consigue éxito total no merece la pena la lucha. Las acciones pequeñas merecen la pena, y en la historia vamos abriendo brechas en los muros, sabiendo que la plenitud del Reino no es de este mundo. Eso sí, las pequeñas acciones han de afectar a todo lo humano: corazón, ambientes e instituciones.
El ejercicio de la caridad política tiene una triple dimensión:
• Vivencia del amor cristiano en la plaza pública. Promoción de la amistad social y de una cultura inspirada en los principios y valores de la doctrina social de la Iglesia. Coherencia de fe y vida de la persona en todas sus dimensiones. Cultivo de la conciencia de ser hijos, pecadores perdonados y hermanos. Esto ha de llevar a la objeción de conciencia cuando sea necesario, pero, sobre todo, a la promoción de conciencia de nuestros conciudadanos.
• Presencia en los diversos ambientes y sectores de la vida pública promoviendo conciencia, generando cultura y estando presentes de manera activa y confesante en la acción institucional. Las formas de vida personales y familiares, la manera de entender y vivir las relaciones y la capacidad de ofrecer una mirada integral de hechos y causas son muy importantes para que la presencia sea significativa.
• Acción política institucional a través de los instrumentos de acción política existentes y promoviendo nuevos.
Guillermo Rovirosa y Julián Gómez del Castillo descubrieron el gozo dramático de la militancia cristiana y consagraron su vida a la formación de militantes cristianos pobres. Hicieron suyo el grito de los pobres del siglo XIX: ¡Asociación o muerte! y descubrieron que sin la gracia trinitaria no es posible entregar la vida.
El autor participó el fin de semana pasado en Madrid en unas jornadas sobre Rovirosa y Gómez del Castillo.
LUIS ARGÜELLO GARCÍA
Arzobispo de Valladolid