27 de noviembre 2022.- Tres personas dejaron que esta directora de cine belga filmara sus últimos días. El resultado es Tocando el infinito, un documental que muestra que «morir es parte de la vida»
¿Qué hay detrás de su decisión de rodar una película tan particular?
En mi anterior documental, Feel my love (Siente mi amor), seguí a unas cuantas personas con demencia que vivían juntos en una residencia pequeña, bastante única en la forma en la que trabajan: aunque en la demencia hay muchas cosas que ya no se pueden hacer, se centran en lo que queda. En los dos años que pasé allí algunas personas fallecieron, y fue la primera vez que me enfrenté a eso. Me conmovió cómo las acompañaron de forma paliativa, con tanta atención y dignidad no solo hacia ellas sino hacia las demás personas que vivían allí, la familia, el personal… Me ayudó a entender que morir es parte de la vida y no deberíamos tenerle miedo.
Los cuidados paliativos son una estructura de cuidado muy importante. Había una señora con una gran necesidad de contacto, y llevaron su cama a la sala de estar con las demás. Sus amigas y su familia podían estar con ella y era algo normal, no incómodo. Esa imagen me hizo pensar por qué es tan difícil hablar de esta última etapa.
¿Cuál fue la respuesta?
Creo que nos falta el lenguaje para ello. En Bélgica además la mayor parte de la gente muere en los hospitales, lejos de casa. La muerte es algo que ocurre en una habitación al final del pasillo, tras unas puertas cerradas. Esto crea una distancia y genera miedo a lo desconocido, así que cuando alguien fallece el shock de enfrentarse a ello es enorme. Mi misión en esta película es mostrar cómo puedes hacer que tu historia única acabe de forma consciente y tenga significado.
¿Cómo darle significado por ejemplo en el caso de una persona con demencia?
En ese caso el sentido estaba en el respeto y el amor con el que los cuidaban, en ese acompañamiento.
Junto a la muerte, ¿no se teme también, o casi más, esa vulnerabilidad que usted muestra sin tapujos?
Es algo existencial. Al final, eres tú. Tu casa, tu coche y tus cosas ya no importan. Cada uno tiene su propia manera de lidiar con ello. La familia de Rebecca lo hizo de forma muy abierta, implicando mucho a sus hijas. Ella tuvo cáncer durante cinco años, y tuvo tiempo de crecer y aceptarlo, y generar la confianza en su marido y sus hijas de que todo iba a ir bien incluso sin ella. Pero otros deciden no hacerlo así, y tienes que respetarlo.
En cines bajo demanda
No hay fechas cerradas para que Tocando el infinito llegue a las salas españolas. Quien desee verla, puede pedir a Bosco Films, a través de la página web tocandoelinfinito.com, que se proyecte en su localidad. Una vez se reciba un número determinado de peticiones desde una misma localidad, se organizará un pase en el que se intentará que también participe Teck.
¿Esta película no es en cierto sentido hacer trampas, mostrando una forma muy hermosa de afrontar la muerte cuando usted misma reconoce que la mayor parte de las veces no es así?
Por eso digo que puede ser un momento bonito. Pero claro que no siempre es así. Y yo misma lo experimenté después. Mi abuela murió por COVID-19. Cuando la vimos ya estaba inconsciente, nos tuvimos que poner EPI, tocarla a través del plástico… No pudimos despedirnos y fue muy antinatural y doloroso. Esto muestra la necesidad que tenemos de decir adiós con dignidad. Y un mes después también falleció mi hermano.
¿También sin despedirse?
Tuvo una vida difícil, era muy inteligente, pero tenía síndrome de Asperger y mucho sufrimiento mental. No era capaz de funcionar en el mundo y había empezado a desarrollar dolores en el cuerpo y migrañas insufribles. Los médicos no sabían qué hacer. Había contactado con una organización que ayuda a obtener la eutanasia en casos de sufrimiento psicológico. Mi madre intentó detenerlo. Decía: «Soy su madre, me gustaría que me escucharan a mí también». Mi hermano se estresó mucho y rompió todo el contacto con mi madre y nos pidió que no volviéramos a hablar de ello. Un día su novia nos escribió diciendo que había muerto como quería y que por favor llamáramos al enterrador. Fue bastante traumático y surrealista. Había estado trabajando sobre la belleza y el poder de decir adiós tantos años, y no pude hacerlo con mi hermano. Es la primera vez que hablo de ello.
Habrá tenido su propio proceso.
Era demasiado duro y necesitaba ayuda. Se la pedí a la misma terapeuta que sale en el documental. Al principio estaba enfadada con mi hermano. Pero le perdoné. Nos escribió una carta a cada uno y preparó regalos, también para mi madre. Ha sido un proceso largo de sanación. Lo bonito es que nos ha unido mucho. Y hay una belleza consoladora. Fue su deseo y tenemos que respetarlo. Pero esta es mi historia y fue lo opuesto al tema de la película, que es la belleza y el poder de decir adiós.
¿Cuál cree que es la clave para lograrlo?
Los cuidados paliativos son una parte importante. Esos trabajadores que salen preguntando qué tal están, hablando de cómo aliviar su dolor pero abordando también el existencial.
Una vez que decidió hacer este documental, ¿cómo encontró a familias dispuestas a exponerse así y cómo las grabó para respetar su intimidad?
Trabajé tres años con equipos de paliativos. Al principio solo iba a las reuniones para hacerme una idea. Luego con delicadeza me pusieron en contacto con pacientes que podían estar abiertos a colaborar. Tenían dos motivaciones: les parecía un tema social muy importante por el tabú, y para dejar algo a sus familias. Seguí a más gente pero en muchos casos la colaboración paró porque ambas partes nos teníamos que sentir cómodas. No es ficción, eran personas de verdad. A veces la gente se iba demasiado pronto. Las historias que saqué fueron las que tenían más matices, en las que puedes ver una evolución.
Iba a sus casas sola con mi cámara, para proteger su intimidad. Siempre partía de sus rutinas diarias. También les preguntaba si había momentos que quisieran que grabara, era más bien una colaboración.
Hay conversaciones asombrosamente íntimas y profundas. Se podría decir que por ejemplo el marido de Rebecca es el mejor guionista que uno podría tener para subrayar cómo «ha sido un viaje maravilloso y la alegría y el amor superan el dolor». Incluso aunque estuvieran de acuerdo en dejarse grabar, no debió de ser fácil que se sintieran tan cómodos.
¡No había ningún guion escrito! Y yo estaba en la habitación, no detrás de una ventana. Igual cuando Rebecca va a hablar a los niños del colegio. Pero la conversación era tan intensa y los niños estaban tan metidos que se olvidaron de la cámara. Esas escenas tan íntimas surgieron de forma orgánica, por supuesto no les dije que hicieran nada de eso.
¿Dejó de incluir algo demasiado privado? Por ejemplo, no hay ninguna referencia al perdón o al arrepentimiento.
En realidad no. Creo que como entré en sus vidas en las últimas semanas, había habido todo un proceso antes en el que ya habrían podido hablar de esas cosas.
Uno de los aspectos más impactantes de la cinta es la naturalidad con la que tanto las hijas de Rebecca como sus compañeros de clase viven y hablan del tema de la muerte, aunque cada una con sus propias reacciones.
Fue una experiencia maravillosa. Los niños tienen un sistema de protección que hace que no puedan permanecer en la tristeza como los adultos. Están tristes, y luego juegan, y van saltando de una a otra. Es muy sano. Mucha gente quiere protegerles de estos temas tan serios. No les subestimemos. Pueden percibir mucho más de lo que pensamos incluso si no les hablamos de ello.
Dan ganas de saber más sobre cómo estas personas viven el duelo después.
Definitivamente habrá otra película. En Bélgica está habiendo una revolución sobre cómo la gente se enfrenta al duelo y la pérdida. Están intentando encontrar un nuevo lenguaje, y hay personas trabajando para crear rituales. Como en España, la gente ya no va a la iglesia y la gente necesita rituales para dar significado a estas transiciones. Por ejemplo en torno a la fiesta de Todos los Santos en algunos lugares hay conciertos en los cementerios. Fui a uno en el cementerio donde está mi hermano y fue muy bonito. Todo estaba iluminado con velas, y había pequeños grupos tocando música muy serena. La gente se juntaba y todo te invitaba a compartir tu historia. Muchas veces quieres compartir pero no quieres que sea una carga para los demás.
¿De dónde cree que surge esta revolución?
Creo que hay una necesidad de un enfoque más personal de las despedidas. En mi país cuando alguien muere dices algo así como «mucha fuerza». Y cuando falleció mi hermano la gente me lo decía, lo escribía… Y yo pensaba «no quiero ser fuerte, quiero llorar, es natural».
La película se llama Tocando el infinito. Pero en la película no se habla mucho del más allá, y todos estos rituales a los que se refiere son muy inmanentes, muy centrados en quien se queda. ¿A qué infinito se refiere?
El amor. Tocar el infinito es tocar algo que es mucho más grande que nosotros. Eso es el amor, que trasciende el sufrimiento. Y en ese amor hay un lado espiritual. A Rebecca a veces venía a verla un sacerdote, pero no quería que lo filmara. Y el texto que recita Delphine en un momento dado sobre el dolor silencioso es una oración que rezaba cada noche. El amor es la esencia de todo.
¿Fue importante para estas personas el pasar por todas las etapas del largo proceso de la enfermedad y experimentar que el final no era solo un esperar la muerte?
¡Claro que no lo es! El marido de Rebecca le decía que había sido el tiempo más bonito de su vida. Tal como yo lo veo, en la vida hay distintas etapas de crecimiento. Pero la última etapa también creces como ser humano por cómo le das significado.
MARÍA MARTÍNEZ LÓPEZ
Alfa y Omega
Imagen: Las caricias entre Fernand y su mujer
ocupan casi todo su tiempo en pantalla.
(Foto: Bosco Films).