Ciudad del Vaticano, (Vis).-La Congregación para el Clero, cuyo prefecto es el cardenal Beniamino Stella, es la promotora del congreso conmemorativo celebrado en la Universidad Urbaniana con ocasión del 50° aniversario de la promulgación de los decretos del Concilio Vaticano »Optatam totius» y »Presbyterorum ordinis», dedicados a la formación de los sacerdotes. Con motivo de la clausura del congreso el Papa ha recibido en audiencia en la Sala Regia a sus participantes, a los que ha dirigido un discurso del que reproducimos amplios párrafos.
»Dado que la vocación al sacerdocio es un don que Dios da a algunos para el bien de todos -ha dicho- permitidme compartir con vosotros algunas reflexiones, a partir de la relación entre los sacerdotes y las demás personas, siguiendo el no. 3 de »Presbyterorum ordinis» en el que hay un pequeño compendio de teología del sacerdocio, procedente de la Carta a los Hebreos: «Los sacerdotes están tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los hombres en las cosas que pertenecen a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por el perdón de los pecados, por lo tanto viven en la tierra con otros hombres como hermanos entre hermanos». Consideremos estos tres momentos: «tomados de entre los hombres», «constituidos en favor de los hombres,» presentes «en medio a los otros hombres.»
»El sacerdote es un hombre nacido en un determinado contexto humano. Allí comienza a aprender sus primeros valores, absorbe la espiritualidad del pueblo, se acostumbra a las relaciones….Los sacerdotes también tienen una historia: no son «setas» que brotan repentinamente en la catedral el día de su ordenación. Es importante que los formadores y los mismos lo recuerden y sepan tener en cuenta esta historia personal a lo largo del camino de la formación…Un buen sacerdote, por lo tanto, es ante todo un hombre con su propia humanidad, que conoce su propia historia, con sus riquezas y sus heridas, y ha aprendido a hacer las paces con ella, llegando a la serenidad de fondo, propia de un discípulo del Señor. De ahí que la formación humana sea una necesidad para los sacerdotes, para que aprendan a no dejarse dominar por sus límites, sino a aprovechar sus talentos».
»Nosotros, los sacerdotes somos apóstoles de la alegría, anunciamos el Evangelio, es decir la «buena noticia» por excelencia; ciertamente no somos nosotros los que damos fuerza al Evangelio, -algunos lo creen- pero podemos favorecer u obstaculizar el encuentro entre el Evangelio y las personas. Nuestra humanidad es la «vasija de barro» en la que guardamos el tesoro de Dios, un recipiente del que debemos cuidar para transmitir así su precioso contenido».
»Un sacerdote no puede perder sus raíces, sigue siendo un hombre del pueblo y de la cultura que lo han generado; nuestras raíces nos ayudan a recordar quienes somos y donde Cristo nos ha llamado. Nosotros, los sacerdotes no caemos del cielo, somos llamados por Dios, «entre los hombres», para constituirnos «en favor de los hombres.» Este es el segundo paso».
»Respondiendo a la llamada de Dios, nos hacemos sacerdotes para servir a nuestros hermanos y hermanas. Las imágenes de Cristo que tomamos como referencia para el ministerio de los sacerdotes son claras: Él es el «Sumo sacerdote», del mismo modo cerca de Dios y cerca de los hombres; es el «Siervo», que lava los pies y se acerca a los débiles;es el «Buen Pastor», cuyo fin siempre es el cuidado del rebaño».
»Son las tres imágenes que tenemos que observar cuando pensemos en el ministerio de los sacerdotes, enviados para servir a los hombres, para hacerles llegar la misericordia de Dios, para anunciar su Palabra de vida. No somos sacerdotes para nosotros mismos, y nuestra santificación está estrechamente ligada a la de nuestro pueblo, nuestra unción a su unción. Tú has sido ungido para tu pueblo. Saber y recordar que estamos «constituidos para el pueblo», pueblo santo, pueblo de Dios, ayuda a los sacerdotes a no pensar en sí mismos, a ser autorizados y no autoritarios, firmes pero no duros, alegres pero no superficiales; en resumen, pastores, no funcionarios… Me viene en mente la frase de San Ambrosio, siglo IV: »Donde hay misericordia está el espíritu del Señor, donde hay rigidez, están solo sus ministros». El ministro sin el Señor se vuelve rígido y esto es un peligro para el pueblo de Dios».
»Por último, lo que nace del pueblo, debe permanecer con el pueblo ; el sacerdote está siempre «en medio de otros hombres», no es un profesional de la pastoral o la evangelización, que llega y hace lo que tiene que hacer – a lo mejor bien, pero como si fuera un trabajo – y luego se va a vivir una vida independiente . Nos hacemos sacerdotes para estar entre la gente. El bien que los sacerdotes pueden hacer nace sobre todo de su proximidad y de un tierno amor por las personas. No son filántropos ni funcionarios, sino padres y hermanos».