El cardenal prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos abrió en la Universidad Lateranse el congreso «Modelos de santidad y canonizaciones a 40 años de la constitución apostólica Divinus Perfectionis Magister», que concluirá el viernes: el Concilio despojó el concepto de perfección evangélica de toda forma de individualismo, dándole un carácter eclesial.
Ciudad del Vaticano, 9 noviembre 2022.- A lo largo de los siglos ha cambiado el modo en que los cristianos miran la santidad, pero hoy es la constitución dogmática Lumen Gentium el punto de referencia para los creyentes: que a la santidad es una vocación de todos en la Iglesia, porque la Iglesia misma está toda llamada a la santidad. Así lo ha explicado el cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, que ha intervenido en el congreso «Modelos de santidad y canonizaciones a 40 años de la constitución apostólica Divinus Perfectionis Magister», organizado junto con el Pontificio Comité para las Ciencias Históricas, que se ha inaugurado hoy en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma y finalizará el próximo viernes. Hablando de la «vocación universal a la santidad y de la santidad canonizada», el cardenal Semeraro señaló que, como dice el documento conciliar, puesto que «todos los que miran con fe a Jesús» son la Iglesia constituida por Dios y el sacramento visible de la salvación «a los ojos de todos y de cada uno», toda santidad «no es nunca santidad individual, sino siempre santidad eclesial, que afecta a la vida de la Iglesia y repercute como santidad para todos».
El carácter eclesial de la santidad
El Concilio, aclara el cardenal, despojó en la práctica «la noción de santidad de toda forma de individualismo» dando «a toda santidad personal el carácter de eclesialidad», que debe entenderse, sin embargo, como comunión, donde «lo personal y lo comunitario se armonizan». Y, de hecho, la Lumen Gentium subraya que «la Iglesia… es a los ojos de la fe indefectiblemente santa… Por tanto, todos en la Iglesia, tanto si pertenecen a la jerarquía como si son gobernados por ella, están llamados a la santidad», que «se manifiesta y debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu produce en los fieles» y «se expresa de diversas formas en cada uno de los que tienden a perfeccionar la caridad en su propia línea de vida y a edificar a los demás». Este es el magisterio de los últimos Papas, recuerda el Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, que cita la Gaudete et exsultate de Francisco: «Para ser santo no es necesario ser obispo, sacerdote, religioso o monja. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada a quienes son capaces de mantenerse alejados de las ocupaciones ordinarias, de dedicar mucho tiempo a la oración. Esto no es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo cada uno su testimonio en las ocupaciones cotidianas». En la exhortación apostólica, el Papa añade que «la santidad, al fin y al cabo, es fruto del Espíritu Santo», pero que «en la Iglesia, santa y compuesta de pecadores», es posible encontrar todo lo necesario «para crecer hacia la santidad».
La santidad canonizada
A propósito de la santidad canonizada, el cardenal Semeraro precisa que «la finalidad de la Iglesia al beatificar y canonizar», es «a través de la autoridad del Papa, ofrecer a la imitación de los fieles, a su veneración e invocación a aquellos hombres y mujeres» juzgados «distinguidos por el esplendor de la caridad y de todas las demás virtudes evangélicas». Sin embargo, se plantea la cuestión de la relación entre la llamada universal a la santidad y la declaración oficial de la Iglesia en las beatificaciones y, en particular, en las canonizaciones. Como respuesta, el cardenal Semeraro propone algunas reflexiones de Romano Guardini, que en su libro «El Señor» describe la santidad como el efecto de la entrada de Cristo en la vida del creyente. Tanto es así que un santo en la época del cristianismo primitivo «es simplemente alguien para quien, en Cristo y por Cristo, todo se ha hecho nuevo. Aunque «hacerse cristiano y vivir como tal en la primera época ya era en sí mismo algo extraordinario» y quien tomaba «esta decisión se desprendía del contexto de la existencia llevada hasta entonces», «se convertía en un extraño para su propio mundo». Pero en ese contexto, recuerda el cardenal, «algunos que aceptan dar su vida por el Señor de forma cruenta (los mártires) adquieren una estima especial», y también los que «reaccionando a la ‘mundanización’ del cristianismo» eligen el desierto, «espacios en los que la figura del santo adquiere ya la fisonomía de la excepcionalidad y la ‘heroicidad'».
Los santos guías de la Iglesia
Rastreando la historia, el cardenal Semeraro señala que la integración de la fe cristiana en el sistema socio-político y estatal «dio lugar a la idea de los santos como mensajeros de la fe, guías de la Iglesia, penitentes y orantes, maestros de conocimiento en las materias y descubridores del amor divino» y más tarde se desarrolló el concepto de elección y juicio cristiano. Guardini señala que así «se empieza a destacar también la dimensión «heroica» en el ejercicio de las virtudes, de modo que el «santo» es el perfecto: el hombre como Dios lo quiere». «En muchos aspectos sigue siendo el ‘santo’ de nuestros procesos de beatificación y canonización», dice el Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos.
La santidad de la puerta de al lado
Pero si durante mucho tiempo al mirar a los santos surgía un contraste entre lo ordinario y lo extraordinario, hoy asistimos a un cambio de época, como repite Francisco, y «la figura del santo empieza a tener nostalgia de sus orígenes». Juan Pablo II, en la Novo Millennio Ineunte, escribe que el ideal de perfección al que se refiere el Concilio Vaticano II «no debe ser malinterpretado como si implicara una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos ‘genios’ de la santidad» y que «los caminos de la santidad son múltiples y adaptados a la vocación de cada uno». Se hace eco de él el Papa Francisco, que en Gaudete et exsultate habla de «la santidad en el paciente pueblo de Dios»: En los padres que educan a sus hijos con tanto amor, en los hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a casa, en los enfermos, en los religiosos ancianos que no dejan de sonreír» y de nuevo de «santidad de la Iglesia militante» en la constancia de ir «adelante día tras día», la llamada «santidad ‘de la puerta de al lado’, de los que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, por usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad'».
TIZIANA CAMPISI
Vatican News