Las Naciones Unidas celebran hoy el Día Internacional de Nelson Mandela, una jornada para recordar al líder sudafricano que luchó y derrotó al apartheid. Para Guterres, Mandela es un ejemplo que nos inspira a mejorar el mundo. Un aspecto central de su batalla civil fue el perdón, un tema que lo pone en particular sintonía con el magisterio del Papa Francisco.
«La única forma permitida de mirar a alguien por encima del hombro es cuando se le tiende la mano para ayudarle a levantarse». Esta frase, repetida muchas veces por el Papa Francisco, describe con especial eficacia lo que presenció un gran hombre de nuestro tiempo, cuyo Día Internacional las Naciones Unidas celebran hoy -en el día de su nacimiento-: Nelson Mandela. En su batalla civil no violenta, en su compromiso de «soñador que nunca se rindió», como le gustaba describirse a sí mismo, Mandela demostró precisamente que nadie es superior a los demás porque todos tenemos la misma dignidad. Y precisamente por eso, en palabras de Jorge Mario Bergoglio, «nadie se salva solo». Para el líder sudafricano, que había pagado con 27 años de cárcel sus ideas de justicia e igualdad, la dominación de los blancos sobre los negros no era aceptable, pero tampoco lo contrario. Por eso, cuando finalmente volvió a ser un hombre libre el 11 de febrero de 1990 y, unos años más tarde, fue elegido presidente de su país, rechazó radicalmente cualquier tentación de venganza por parte de los negros y, en cambio, se embarcó en un valiente proceso de reconciliación y curación de las profundas heridas que el apartheid había infligido al pueblo sudafricano. Este compromiso le valió el Premio Nobel de la Paz y sigue siendo, nueve años después de su muerte, una de las figuras más inspiradoras para las nuevas generaciones.
Como señaló el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, en un mensaje con motivo del Día de Nelson Mandela de este año, el líder sudafricano «demostró que cada uno de nosotros tiene la capacidad -y la responsabilidad- de construir un futuro mejor para todos». Para todos. No sólo para un lado. Porque, como recuerda una de sus declaraciones más citadas, «es fácil derribar y destruir». Los verdaderos héroes son los que hacen la paz y construyen». Pero, ¿qué permitió a Mandela soportar la privación de libertad durante casi treinta años de su vida y luego ser ese constructor de la paz que todo el mundo admiraba y sigue admirando? El perdón.
Ciertamente, Madiba, como le llamaban en su tribu natal, no llegó a perdonar a sus torturadores sin esfuerzo, no fue una conquista «barata». Él mismo confesó que, en los primeros momentos tras su salida de la cárcel, la ira era el sentimiento predominante en él. Pero fue en ese momento clave de su vida (y de la historia de Sudáfrica) cuando, según relató, escuchó esta advertencia del Señor: «Nelson, mientras estabas en prisión eras libre; ahora que eres libre, no te conviertas en su prisionero». Así, Mandela decidió no quedarse atrapado en el pasado, dejar pasar el rencor. Era consciente, como declaró más tarde, de que «el perdón libera el alma, elimina el miedo». Por eso el perdón es un arma poderosa».
Quién sabe qué diría hoy Mandela sobre la afirmación del Papa Francisco de que el perdón debe ser considerado «un derecho humano, porque todos tenemos derecho a ser perdonados». Su hija Makaziwe ya nos dio una indicación de ello en una entrevista con los medios de comunicación del Vaticano el pasado mes de diciembre. A una pregunta nuestra sobre cuál fue la mayor enseñanza que recibió de su padre, respondió: «Que nadie nace odiando a otro por el color de su piel, su cultura o su fe religiosa. Se nos enseña a odiar, y si se nos enseña a odiar, también se nos puede enseñar a amar, porque el amor es algo natural en el espíritu humano».
Alessandro Gisotti
Vatican News
Imagen: En 1993, Mandela fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz,
“por su labor en pro del fin pacífico del régimen del apartheid
y por sentar las bases de una nueva Sudáfrica democrática”.