Los 25 años del secuestro y asesinato del joven concejal han reavivado una herida que nunca debió abrirse. «¿Es que al Gobierno no le chirría pactar con los herederos de ETA?», lamenta la directora de la fundación que lleva su nombre.
14 de julio 2022.- España entera se ha conmovido estos días recordando los 25 años del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, ejecutado de dos disparos en la cabeza tras un ultimátum de la banda terrorista ETA pidiendo el acercamiento de sus presos a las cárceles del País Vasco. Quien más quien menos ha tirado estos días de la memoria para recordar cómo pasó aquellas 48 horas antes de que las balas rompieran el silencio en un descampado en Lasarte, el 12 de julio de 1997. Lo que se vivió entonces –el Espíritu de Ermua, las manifestaciones de las manos blancas, los gritos de «¡basta ya!», los ertzainas que se quitaban el pasamontañas, el miedo que desaparecía de golpe en las calles de toda España– ha pasado a la historia como una de las mayores muestras de unidad y conciencia cívica de la democracia en nuestro país.
«Recuerdo muy bien que ese día volvía del hospital porque me habían operado de una lesión menor, y mis amigos me dieron la noticia del secuestro», afirma Cristina Cuesta, directora de la Fundación Miguel Ángel Blanco desde el año 2000. Por entonces, Cuesta estaba muy implicada en el grupo Entre Todos, un movimiento cívico contra el terrorismo y en defensa de los derechos de las víctimas de ETA. Los días siguientes los pasó «pegada al televisor, con tensión e incertidumbre, pero también con esperanza», hasta que el 12 de julio, cuando se cumplía el ultimátum, «decidí salir a manifestarme a la calle, aun sin fuerzas, porque quería estar con todos en el momento en que se anunciara el desenlace».
Allí vivió esa mezcla de decepción e indignación que recorrió España de una punta a otra en apenas unas horas: «Pensaba que con tantos millones de personas en la calle pidiendo la libertad de Miguel Ángel lo liberarían, pero al final los terroristas acabaron haciendo lo único que sabían hacer», lamenta Cristina Cuesta.
Todo aquello lo recuerda «como si fuera ayer» y, aunque no conocía a Blanco personalmente, años después no deja de valorar el testimonio de «aquel chico valiente que un día decidió meterse en política como un concejal anónimo».
Aquellas 48 horas de julio fueron el embrión de «un oasis de fuerza democrática común» que cristalizó en el Espíritu de Ermua. Millones de españoles «nos unimos por la vida y por la libertad, y dimos lo mejor de nosotros mismos como sociedad y como individuos. Ese fue el legado de Miguel Ángel: la capacidad de estar juntos en torno a unos principios comunes», afirma Cuesta.
Sin embargo, aquello duró muy poco tiempo y sus consecuencias perviven hasta el día de hoy. Basta observar la polémica suscitada por la participación del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el homenaje a Miguel Ángel en Ermua el domingo pasado.
«Fuera de ese círculo de unidad se quedaron entonces los que justificaban y apoyaban la violencia, pero hoy ya no es así», lamenta la directora de la Fundación Miguel Ángel Blanco, para quien ese actuar común «se quebró cuando el nacionalismo vasco pactó con ETA y cuando Rodríguez Zapatero decidió dejar de lado la mejor política antiterrorista que hemos tenido en España». A día de hoy, el Partido Socialista ha cruzado una «línea roja», la de «mantenerse en el poder a costa de lo que sea», aun pactando «con los herederos de ETA, aunque tengan otras siglas».
Para entender esto, Cuesta plantea una distopía política, la de un militante nazi que entra años después en el Gobierno de su país: «No quiero hacer una comparación simplona, pero ¿se permitiría esto en el mundo? Se nos helaría la sangre, pero hoy en España los socios del Gobierno no cumplen una mínima calidad ética: es un partido dirigido por terroristas que no se han arrepentido ni condenan lo que hizo ETA ni han colaborado con la justicia en la resolución de sus crímenes. ¿Es que al Gobierno socialista no le chirría pactar con ellos?».
Por eso, a pesar de que la unidad que vivimos en España aquel mes de julio parece haber desaparecido, «tenemos que seguir trayéndola a la memoria porque ya fue posible una vez –afirma Cuesta–. Y nos queda transmitir todo esto a los jóvenes, porque hay generaciones enteras que no saben lo que pasó. Nuestro deber es seguir recordando».
JUAN LUIS VÁZQUEZ DÍAZ-MAYORDOMO
Alfa y Omega
Imagen: Las manifestaciones multitudinarias
se sucedieron en las calles de España en julio de 1997.
(Foto: ABC).