El Papa ha recibido en el Aula Pablo VI a siete mil miembros de la Unión Cristiana de Dirigentes de Empresa (UCID) de la que forman parte los empresarios católicos que se proponen ser artífices del desarrollo para el bien común, inspirados, sobre todo, por la Doctrina Social de la Iglesia. La UCID, que es una asociación eclesial reconocida por los obispos, concede gran importancia a la formación cristiana y ejerce su apostolado en el ambiente de trabajo y en la empresa.
En el discurso que les dirigió el Santo Padre exhortó a los miembros de la UCID a vivir su vocación empresarial con el espíritu propio de la misionalidad laica, subrayando que las empresas y los órganos directivos de las mismas pueden convertirse en lugares de santificación si todos se esfuerzan en construir relaciones fraternas entre empresarios, directivos y trabajadores, fomentando la corresponsabilidad y la colaboración en el interés común. »Es fundamental -añadió- prestar una atención especial a la calidad de vida laboral de los empleados, que son el activo más valioso de una empresa; en particular para promover la armonización de la vida laboral y familiar. Pienso especialmente en las trabajadoras: el reto es proteger al mismo tiempo su derecho a un trabajo plenamente reconocido como su vocación a la maternidad y la presencia en la familia». También es importante la responsabilidad de las empresas en la defensa y el cuidado de la creación y para conseguir un «progreso, más sano, más humano, más social y más integral» .
La llamada a ser misioneros de la dimensión social del Evangelio en el mundo del trabajo, la economía y los negocios, implica »la apertura y la cercanía evangélica a las diversas situaciones de pobreza y de fragilidad, fomentando programas de promoción y ayuda». Pero no se trata solo de beneficencia . »Es necesario -reiteró el Papa- orientar la actividad económica en el sentido evangélico, es decir, al servicio de la persona y del bien común … e incrementar un espíritu emprendedor de subsidiariedad, para responder juntos a los desafíos éticos del mercado y, sobre todo al reto de crear buenas oportunidades de empleo».
»La empresa es un bien de interés común -finalizó el Santo Padre- Por mucho que se trate de un bien de propiedad y gestión privada, por el simple hecho de que persiga objetivos de interés y de importancia general, tales como el desarrollo económico, la innovación y el empleo, debe ser protegida como un bien en sí misma. A esta obra de protección están llamadas en primer lugar las instituciones, pero también los empresarios, los economistas, los organismos financieros y bancarios y todos los sujetos involucrados deben actuar con competencia, honestidad y sentido de responsabilidad. La economía y la ética empresarial necesitan para su correcto funcionamiento no de una ética cualquiera, sino de una ética que pone en el centro a la persona y a la comunidad».