La invasión rusa de Ucrania cumplió ya cien días y no se detiene: días de muerte y destrucción, mientras aumenta el temor a que se amplíe el conflicto. Con gran desenvoltura se habla ahora de una posible guerra nuclear. Pero los pueblos necesitan gestos valientes de paz.
Ya han pasado cien días desde el inicio de esta guerra demencial, y no se ve el final. Por el contrario, aumenta la preocupación por una ampliación del conflicto y no se puede descartar una guerra nuclear mundial. Cada vez se habla más de ello. En la televisión se afirma que sólo se necesitarían unos segundos para destruir grandes ciudades. Y nos estamos acostumbrando a este lenguaje. Sería el suicidio de la humanidad.
La historia enseña que cuando se inicia una pequeña guerra, no se imagina lo grande que puede llegar a ser. Se lo ves después. Cuando un líder decide iniciar una guerra, contempla sus posibles victorias: pero la historia nos muestra el final poco glorioso de muchos de estos líderes. La historia nos enseña que a menudo no aprendemos de la historia. Y los errores se repiten, errores que son letales para quienes los cometen y, desgraciadamente dramáticos, para los millones de personas que los sufren.
Mientras tanto, la invasión rusa deseada por Putin está causando muerte y destrucción en Ucrania: Occidente tiene su responsabilidad en la escalada de tensión en la zona, pero el ataque ruso no tiene justificación. Mueren niños, mueren civiles, se destruyen edificios residenciales, hospitales, casas, escuelas e iglesias. Las familias están divididas, los refugiados y desplazados se cuentan por millones. Hay muchas vidas destrozadas en Ucrania. Un país destruido es un crimen contra la humanidad. También en Rusia se llora a tantos muchachos que fueron enviados a morir sin que se sepa por qué. Y en todo el mundo está afectada una economía que apenas empezaba a recuperarse de los golpes de la pandemia.
Ahora también está la guerra del gas, la guerra del petróleo, la guerra de los cereales: y para los pobres hay más pobreza y más hambre. Por no hablar del odio que crece, de los sentimientos de ira, violencia y venganza que aumentan y preparan más violencia, más rencor y más lutos.
La guerra es una locura, dijo el Papa Francisco en muchas ocasiones. Es una aventura sin retorno, decía Juan Pablo II. Necesitamos una palabra de paz, una profecía que sepa decir con fuerza «basta» a esta guerra y a todas las guerras olvidadas del mundo: Siria, Yemen, Etiopía, Somalia, Myanmar…
Necesitamos valor para encontrar una salida a tanta devastación. Tenemos que encontrar el valor para rebelarnos contra las guerras comandadas por unos pocos poderosos que envían a otros a morir. ¿Cuántas muertes más serán necesarias antes de que podamos decir «basta»? ¿Cuándo despertarán los pueblos para decir que quieren vivir en paz?
SERGIO CENTOFANTI
Imagen: Pequeños refugiados ucranianos