De los temas exactamente tratados con el embajador ruso no se han tenido pormenores. Pero ya el gesto era en sí elocuente y lograba un efecto -seguramente no buscado- de visibilización mundial.
(ZENIT Noticias / Roma, 26.2.2022).- Via della Conciliazione no sólo es la gran avenida que permite ver de frente la plaza de san Pedro, con la basílica al fondo. Es también la avenida donde se ubican no pocas embajadas de países con los que la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas. Uno de esos países, el que ocupa el número 10 de la calle, es la Federación Rusa.
No era aún el medio día del viernes 25 de febrero cuando un discreto coche con placas del Vaticano entró al edificio donde está la sede del embajador ruso ante la Santa Sede, el señor Alexander Avdeev. Después de poco más de media hora el mismo automóvil salía de ahí. No tardó mucho en conocerse que las placas vaticanas del pequeño coche blanco llevaban nada menos que al Papa Francisco. Y en efecto: el Papa había puesto manos a la obra con una diplomacia muy a su estilo: desprovista de reflectores y también de protocolos.
La coyuntura internacional no era para menos: apenas el miércoles 23 de febrero el Papa manifestaba abierta y públicamente durante la audiencia general que tenía “un gran dolor en el corazón por el empeoramiento de la situación en Ucrania”. Hizo un llamamiento a una jornada de ayuno por la paz el 2 de marzo pero… unas horas después, por la madrugada del 24 de febrero, el presidente ruso decidió invadir Ucrania.
De los temas exactamente tratados con el embajador ruso no se han tenido pormenores. Pero ya el gesto era en sí elocuente y lograba un efecto -seguramente no buscado- de visibilización mundial. Por otra parte el gesto de ser el Papa quien va al embajador (cuando ordinariamente son los embajadores los que son llamados por los jefes de estado o de gobierno), sugería al presidente ruso mucho más de lo que en un primer momento algunos captaban con la visita. Evidenciaba no una simple salida del Vaticano, ya en sí misma significativa, sino que incluso reflejaba una especie de disponibilidad personal del Papa para ir a donde Putin y Zelensky, si fuese necesario. La razón de peso estaba viéndose en las pantallas de todo el mundo: la vida de los ucranianos que desde el inicio de la invasión estaban perdiendo ya la vida.
Uno de los primeros en aplaudir la iniciativa fue el arzobispo mayor de los greco-católicos ucranianos, Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk. “Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, Jefe y Padre de la Iglesia greco-católica ucraniana, se congratula de la visita del Santo Padre a la Embajada de la Federación Rusa ante la Santa Sede y espera que las conversaciones sean un estímulo más para que el diálogo prevalezca sobre la fuerza. El pueblo ucraniano, que se defiende con valentía, grita al mundo: «Paren la guerra»”, decía un comunicado del secretariado del arzobispo mayor en Roma.
La visita al embajador ruso hizo hipotizar a otros una eventual análoga visita al embajador ucraniano ante la Santa Sede (Via Giovanni Bessarione, 8), cuya web, por cierto, está caída.
Sin embargo, el mismo día de la acción diplomática del Papa una noticia evidenciaba otra faceta de no poco valor en la vida del Papa: la de su salud. “Debido a una gonalgia aguda, para la que el médico ha prescrito un periodo de mayor reposo de la pierna, el Papa Francisco no podrá viajar a Florencia el domingo 27 de febrero, ni presidir las celebraciones del Miércoles de Ceniza el 2 de marzo”, se nos comunicaba a los medios acreditados ante la Sala de Prensa de la Santa Sede.
Florencia no era cualquier cita: era la cita con los alcaldes de las ciudades que deben afrontar el drama de la migración en el Mediterráneo, el cementerio más grande del mundo. ¿Y qué decir del inicio de la cuaresma? Precisamente del día en que se celebraba la jornada de ayuno que el mismo papa había convocado y que le daba una oportunidad de visibilidad internacional en la coyuntura del escenario internacional.
Tal vez este episodio de salud y ese arranque de parresía diplomática permite asomarse a esa tensión interior que en este momento de sus 85 años de vida experimenta el obispo de Roma: esa que está entre las ganas de hacer y la imposibilidad de hacer más. Y es que poco a poco se evidencian más los límites de un hombre que ya va para una década en la silla de san Pedro.
Posiblemente -y hay que subrayar ese “posiblemente”- la nueva serie de catequesis del Papa sobre la vejez no nazca sólo de contemplar la situación de terceras personas. El Papa está también en su tercera edad y es completamente comprensible que al percibir ese periodo de la vida que los límites permiten ver mejor, se desencadene la resistencia a no ver a más países en la vía de la conciliación. No sólo en la que lleva al Vaticano.
JORGE ENRIQUE MÚJICA
Imagen: Papa Francisco y Putin.
(Foto: Vatican.Va)