En Avila se ha clausurado el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús y el Año Jubilar Teresiano que concedió el Papa Francisco para todas las diócesis españolas entre octubre de 2014 y octubre de 2015. El día de la fiesta litúrgica de la santa, el 15 de octubre, ha marcado el inicio y el fin de esta celebración jubilar para la iglesia católica en España.
El acto central del día ha sido la celebración eucarística que ha presidido el cardenal Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en la Plaza de santa Teresa, en Ávila.
Los voluntarios, que han estado presentes en todos los actos que han tenido lugar a lo largo del Año Jubilar, acogían desde primera hora de la mañana a las 8500 personas que han llenado la Plaza de santa Teresa para participar en la Misa de clausura del V Centenario.
Antes del inicio de la celebración eucarística, se han vivido dos momentos solemnes: alrededor de las 8.00 h. entraban en la Plaza los miembros del Ilustre Patronato de la Santa Vera Cruz portando la imagen del Cristo de los Ajusticiados, que ha presidido el altar. Justo antes de comenzar la Eucaristía, se han colocado frente al altar las imágenes de santa Teresa y la Virgen de la Caridad, que se han trasladado en procesión desde la catedral.
Concelebrantes
A las 11.30 h. daba comienzo la celebración eucarística. Junto al presidente de la CEE han concelebrado el nuncio apostólico en España, Mons. Renzo Fratini; el obispo de Ávila, Mons. Jesús García Burillo; el arzobispo de Valencia, cardenal Antonio Cañizares Llovera; el arzobispo castrense, Mons. Juan del Río; los arzobispos de Toledo, Oviedo y Granada (monseñores Braulio Rodríguez Plaza, Jesús Sanz Montes y Francisco Javier Martínez Fernández); los obispos de Santander, Osma-Soria, Segovia, Jaén, Zamora, Plasencia y León (monseñores Manuel Sánchez Monge, Gerardo Melgar Viciosa, César Augusto Franco, Ramón del Hoyo López, Gregorio Martínez Sacristán, Amadeo Rodríguez Magro y Julián López Martín); el obispo auxiliar de Toledo, Mons. Ángel Fernández Collado; el obispo emérito de Segovia, Mons. Ángel Rubio Castro; el administrador diocesano de Palencia, Antonio Gómez Cantero, y el Secretario General de la CEE, José Mª Gil Tamayo.
En representación de la orden del Carmelo han concelebrado el prepósito general, P. Saaverio Canistrá, OCD, y el provincial de la Provincia Ibérica, P. Miguel Márquez, OCD. Además del obispo emérito de Galloway y el obispo de Motherwell, en Escocia, monseñores Maurice Taylor y Joseph Toal. A estos hay que añadir más de 300 sacerdotes y más de 200 miembros de vida consagrada, con una amplísima representación de la orden del Carmelo.
Ha participado numerosas autoridades locales y provinciales, encabezadas por el alcalde de Ávila, José Luis Rivas Hernández. También se ha contado con una representación de la Junta de Castilla y León.
Mons. Burillo: «Que Santa Teresa nos ayude a renovar nuestro castillo interior».
La celebración eucarística ha comenzado con el saludo del obispo de Ávila, diócesis que ha vivido con gran intensidad este año jubilar. Mons. García Burrillo ha dado la bienvenida a todos los participantes y se ha dirigido de manera especial a los más de 500 voluntarios que han acogido a los peregrinos en los distintos actos que han tenido lugar durante el V Centenario.
«La santa nos recibe», «año de gracia extraordinario» señalaba Mons. Garcia Burillo, quien ha acabado pidiendo a la santa que «nos ayude a renovar nuestro castillo interior».
Card. Blázquez: «Ha merecido la pena ponernos en camino»
El cardenal Blázquez resumía al iniciar la homilía lo que ha supuesto la celebración de este V Centenario:»hemos quedado sorprendidos por la capacidad de convocatoria de santa Teresa y hemos reavivado en la Iglesia y en la sociedad el mensaje inmarcesible que continúa emitiendo. ¡Qué regalo nos hizo Dios al darnos a esta mujer genial! Ávila ha quedado para siempre ennoblecida con su nacimiento, con su vida y con su obra». Para el presidente de la CEE «ha merecido la pena ponernos en camino» para ir de la mano de la santa «desde el encuentro con el Señor a todas las periferias y para renovar la dimensión misionera de nuestra vida cristiana».
Durante la homilía, el cardenal Blázquez ha resaltado como santa Teresa fue capaz de comprender la revelación de Dios y la persona de Jesucristo con «claridad y hondura».
También ha recordado cómo Cristo era el centro de su vida y cómo reivindicó «con decisión» su humanidad. En este sentido ha recordado que «la Humanidad sacratísima de Jesucristo abarca en la pluma de Teresa todo el itinerario del Señor desde su nacimiento en Belén, vida escondida en Nazaret, pasión y crucifixión en Jerusalén, glorificación y presencia eucarística hasta la cercanía a nosotros. Está junto a nuestro lado; no se ha alejado ni desentendido de nosotros».
El cardenal Blázquez ha sido rotundo al afirma que es tiempo de caminar «¿Adónde? Al encuentro con Jesucristo (…) Es tiempo de caminar hacia las periferias geográficas y humanas como hermanos y apóstoles (…). Es tiempo de caminar al Año de la misericordia de Dios, convocado por el Papa Francisco, que se abrirá el 8 de diciembre».
El presidente de la CEE participa en el Sínodo de los obispos y ha cerrado su homilía con una petición:»uniéndonos a la Asamblea de obispos, que se celebra estos días en Roma, invocamos la intercesión de santa Teresa para que los padres inicien en la fe a sus hijos. La fe se transmite particularmente enseñando a rezar a los niños y rezando con ellos».
Saverio Cannistrà: «Tengo que decir ante todo gracias»
Antes de concluir la eucaristía, ha pronunciado una alocución el Prepósito General de los carmelitas descalzos, P. Saverio Cannistrà, quien ha comenzado deseando a todos los presentes una feliz fiesta de santa Teresa de Jesús.
El P. Saverino Canistrà ha ido agradeciendo y enumerando a todos los que han colaborado en este V Centenario. Además, ha exhortado: «es tiempo de caminar», y al concluir el año jubilar, «comienza lo mas apasionante»; así ha invitado a sembar en nuestra sociedad con lo que hemos aprendido este año. «Juntos andemos, Señor» es el lema que ha propuesto para seguir caminando.
Con la bendición apostólica a todos los presentes ha concluido la celebración eucarística y ha quedado clausurado el V Centenario.
Homilía cardenal Blázquez en la clausura V Centenario de Santa Teresa
Hace un año, en este mismo lugar, iniciábamos con alegría y esperanza las celebraciones del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús. Hoy, dando gracias a Dios, concluimos gozosamente las actividades en la memoria de la Santa. Hemos quedado sorprendidos por la capacidad de convocatoria de Santa Teresa y hemos reavivado en la Iglesia y en la sociedad el mensaje inmarcesible que continúa emitiendo. ¡Qué regalo nos hizo Dios al darnos a esta mujer genial! Ávila ha quedado para siempre ennoblecida con su nacimiento, con su vida y con su obra.
Ha merecido la pena ponernos en camino siguiendo su invitación al tiempo de morir en Alba de Tormes: “Es tiempo de caminar”. Con la réplica de su bastón ha visitado tantos rincones del mundo. De la mano de la Santa nos hemos puesto en camino para ir desde el encuentro con el Señor a todas las periferias y para renovar la dimensión misionera de nuestra vida cristiana. Si las comunidades fundadas por Teresa introducen en su oración la dimensión apostólica, queremos ser amigos fuertes de Dios en estos tiempos recios y apóstoles para anunciar el Evangelio. Desde la Eucaristía, que es el centro de la vida de la Iglesia, somos enviados a todas las periferias.
Revelación de Dios a los sencillos de corazón
El pasaje evangélico que ha sido proclamado y hemos escuchado en esta celebración (Mt. 11, 25- 30) orienta nuestra mirada de fe a la íntima relación entre Jesús y el Padre. Padre e Hijo están unidos por un conocimiento único y mutuo; conocimiento que es al mismo tiempo amor y entrega recíproca.
Por medio de Jesús, el Hijo de Dios hecho Palabra y Evangelio, su revelación llega a los sencillos y humildes. Jesús es el Revelador del Padre, plenitud y mediación de la autocomunicación y autodonación del mismo Dios a los hombres. A través de Jesús hemos sido introducidos en una comunicación filial con el mismo Dios.
Jesús mismo se convierte en nuestro Cireneo, aligerando el peso de la vida y del seguimiento. En su compañía encontramos el descanso que necesita nuestro corazón, pues al creer entramos en el descanso prometido por Dios (cf. Heb. 4, 1-11). Con expresiones evangélicas podemos decir: El Padre y el Hijo viven unidos en el conocimiento y el amor (cf. Jn. 15, 9). El Padre está en Jesús y Jesús en el Padre (cf. Jn. 10, 38; 17, 21). Jesús hace lo que ha visto al Padre y el Padre le manda (Jn. 5, 36; 10, 37-38), Jesús y el Padre son uno (Jn. 10, 30). El encuentro con Jesús es la puerta que nos abre al misterio de Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El cristianismo no es una idea sino una persona; no es una experiencia religiosa sino un acontecimiento. Jesús de Nazaret, que anunció con palabras y obras el Evangelio de la misericordia de Dios a los pecadores, pobres y excluidos, que fue crucificado y que resucitó al tercer día es el centro del cristianismo. “El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica” (R. Guardini, La esencia del cristianismo, Madrid, 2ª ed. 1964, p. 20 Cf. Encíclica Deus caritas est, 1).
La persona de Jesucristo, en su unidad histórica y en su gloria eterna, es la categoría que determina el ser, el obrar y la doctrina de lo cristiano” (Ib. p. 105). ¡Con qué claridad y hondura comprendió esto Teresa de Jesús! La fe y el amor a Jesucristo, su seguimiento e imitación, la comunión cordial y obediente a Él es el corazón de la vida de Teresa. Ella habla de la Humanidad de nuestro Señor Jesucristo.
“La sacratísima Humanidad” de Jesucristo
“Humanidad de Jesús para Teresa es el Jesús de la historia de salvación. Ante todo, el Jesús histórico, enmarcado en tiempo y lugar y personas y modales: su ser, su hacer, su padecer. Sentimientos interiores y acontecimientos exteriores. Sus palabras y su amor. Con atención especial al ministerio pascual de Jesús, que sufre la pasión y resucita glorioso. Y con expresa ampliación al Jesús del sacramento eucarístico. Pero, a la vez, Humanidad que se integra en el misterio de su persona, en la que `divino y humano junto´ constituyen el entramado misterioso de su ser y de su historia” (T. Álvarez, Comentarios a “Vida”, “Camino” y “Moradas” de Santa Teresa, Burgos 2005, p.723). Estas palabras se refieren al capítulo 7 de las Moradas Sextas. [El P. Gracián y el doctor Velázquez, confesor de Santa Teresa, canónigo y catedrático de Toledo (cf. Fundaciones 28, 10), vencieron la resistencia de la Madre Teresa para escribir el libro “Moradas del Castillo Interior”. Comenzó a escribirlo el día 2 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, del año 1577. En pocos meses trazó una obra maestra. D. Alonso Velázquez fue nombrado obispo de Osma en 1578 y murió el año 1583 preconizado arzobispo de Santiago de Compostela. Está enterrado en la iglesia parroquial de Tudela de Duero (Valladolid), donde había nacido].
El cristocentrismo de Santa Teresa, de que se puede fundadamente hablar, significa que la fe y la vida cristiana no consisten en abstracciones ni en filosofías, sino en la existencia singular de una persona histórica que se llama Jesús. “Él es el centro orbital de nuestra vida, que es `vida en Cristo´. Sin El o fuera de Él, la vida del cristiano se desorbita”. La gracia, la vida y la salvación la recibimos en flujo descendente de Jesús hasta nosotros. Y por El subimos al Padre. “En Él se realiza y consuma nuestra unión con Dios” (Ib. p. 725).
Todas las virtudes (amor, humildad, paciencia, pobreza, obediencia,…) quedan por el seguimiento de Jesús interiormente modeladas en cristiano. “Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes; Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado? ¿Qué nos dejará en los trabajos y tribulaciones como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón” (Vida, 22, 7).
Frente a todo propósito de subir a las cumbres de la contemplación dejando atrás la relación con Jesús, frente a la enseñanza de inspiración neoplatónica de entrar en comunicación con la divinidad sin la mediación de Jesucristo, frente a todo intento de espiritualización del hombre despreciando la carne, frente a todo actitud gnóstica que rehúye la historia concreta del Señor para alcanzar el conocimiento divino más allá del Verbo encarnado, Teresa reivindica con decisión la Humanidad de Cristo.
En el extraordinario capítulo 22 del Libro de la Vida expone una cuestión que sostiene con decisión, incluso ante personas teológicamente entendidas. “Muy, muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor; he visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes tesoros” (Vida, 22, 6; cf 2 y 3. 6 Moradas 7, 5).
¿Qué entiende Teresa por Humanidad de Jesucristo? No es término abstracto ni es sin más la condición de hombre verdadero de las definiciones dogmáticas de la Iglesia. Con palabras del mismo P. Tomás Álvarez, citado arriba, repitamos una explicitación semejante a propósito del capítulo 22 de Vida (cf. pp. 159-160).
En los escritos de Santa Teresa la expresión Humanidad de Jesús comprende al menos cuatro dimensiones. “Se refiere a Jesús mismo y su misterio: A su aventura evangélica; sus palabras, sentimientos y acciones; su Pasión, su Cuerpo glorioso y resucitado”.
También la Humanidad del Señor indica su presencia eucarística, “compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros”. La presencia sacramental de Jesucristo va unida expresamente con su humanidad gloriosa; Santa Teresa subraya en este sentido el momento de la comunión (Cf. Vida 28, 8; 29, 3; 7 Moradas 2, 1; Cuentas de conciencia 25ª).
La sacratísima Humanidad abarca también su misteriosa presencia al lado del orante y del creyente. “Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Es ayuda y da esfuerzo; nunca falta, es amigo verdadero”.
Por fin, otro aspecto relacionado con la Humanidad de Jesucristo: Jesús “es el mejor dechado”. Teresa pasa de la representación de Jesucristo al Señor vivo; por lo cual “quisiera yo siempre tener delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía tenerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera”. Por esto, nos invita Teresa a “poner los ojos en Cristo”. “No quiero más que le miréis” (Camino 42, 3). La oración ante una imagen del Señor es muy apreciada por Teresa. En la mirada se concentra la personalidad, se refleja el corazón, lo invisible se hace visible, el rostro es imagen del alma (“facies, animi imago”). En Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, hemos contemplado la gloria del Padre invisible (cf. Jn. 1, 14.18). En la mirada de Jesús se asoma su corazón, en el que reverbera el corazón del Padre (cf. Gaudium et spes 22). La contemplación de Jesús nos sumerge en el misterio del Dios escondido y en la fraternidad con todos los hombres. En Jesús podemos contemplar su rostro sonriente de niño, sus llagas de crucificado, su luz radiante de glorificado.
En el encuentro con Jesucristo, Dios se nos hace cercano y habla con nosotros como amigos; pero no pierde su trascendencia. El Dios invisible, aunque hecho Imagen en Jesús, nos recuerda y advierte que no podemos dominarlo. Es siempre mayor. En el rostro de Jesús también se manifiesta la santidad, autoridad y poder del Señor. Los discípulos experimentan en el trato con Jesús que no es simplemente un compañero y amigo; perciben en El un misterio que los desborda: ¿Quién es éste? ¿De dónde viene? ¿Quién le ha dado tal autoridad?
El que Dios sea un Dios invisible y escondido se experimenta en nuestro tiempo con oscuridad particular. La convicción de la existencia de Dios ha perdido actualmente vigencia en muchos ambientes humanos, sociales y culturales. Estamos convencidos los cristianos de que la fe en Dios es razonable, pero no podemos probar la racionalidad inconcusa de la fe ante los que se aferran sólo a sus razones. Por esto, nuestra fe está llamada a ser humilde y agradecida; debe ser evangelizadora sin miedos ni desganas pero nunca puede ser ni pretenciosa ni impuesta.
La Humanidad sacratísima de Jesucristo abarca en la pluma de Teresa todo el itinerario del Señor desde su nacimiento en Belén, vida escondida en Nazaret, pasión y crucifixión en Jerusalén; glorificación y presencia eucarística hasta la cercanía a nosotros. Está junto a nuestro lado; no se ha alejado ni desentendido de nosotros.
Este recorrido está impregnado del amor que el Señor nos tiene; no es simplemente un itinerario histórico completo; es sobre todo la presencia del Amigo cercano y poderoso. “Quiero concluir con esto, que siempre que se piense en Cristo nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes, y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor”. En la entrega de Jesús por nosotros se manifiesta también el amor del Padre.
La historia de Jesús es el itinerario de Dios con nosotros. Nadie puede ir al Padre, sino por Él (cf. Jn. 14, 6). Quien ve a Jesús ve al Padre (cf. Jn. 14, 9), ya que es el rostro personal de Dios (cf. 6 Moradas, 7, 6). Cuando se vive en un ambiente religiosamente frío e indiferente y se padece el silencio y la ausencia de Dios, ¡qué elocuente es mirar a Jesús. Palabra e Icono del Padre!
El amor cristiano tiene su fuente en Dios, que es Amor (1 Jn. 4, 16). Tiene su medida en el amor que Jesucristo nos tiene: Amaos como yo os he amado (Jn. 13, 34). Tiene su inspiración y su aliento en el Espíritu Santo (Rom. 5, 5). El amor fraterno, según el estilo de Jesús, es señal distintiva de los discípulos del Señor: “Por esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn. 13, 35).
Jesús nació en Belén, hecho pobre por amor nuestro; recorrió los caminos con sudor y cansancio por amor a los hombres; murió despojado en la cruz, dando la prueba del amor supremo (cf. Jn. 15, 13; 1 Jn. 3, 16).
Comunicación de Dios en la humildad de la carne
La encarnación del Hijo de Dios se hace sacramento de gracia y verdad en la Iglesia, y alimento de vida eterna para los caminantes en la Eucaristía. La presencia de Jesús se prolonga especialmente en los pobres y enfermos, en los perseguidos y refugiados, en los excluídos y descartados. Por la presencia del Hijo de Dios en la historia, toda persona, todo acontecimiento, todas las cosas pueden ser señales y huellas para encontrar a Dios. La creación entera trae noticias de su Autor. Podemos decir que la aspiración del Adviento: “¡Ojalá rasgaras el cielo y descendieras!”, se ha convertido en Navidad. Dios no es sólo el añorado, es el amigo presente. Jesús es el Enmanuel, “Dios con nosotros”. Dios está presente en la sublimidad de la contemplación, y “entre los pucheros anda el Señor, ayudándonos en lo interior y exterior” (Fundaciones, 5, 8).
Se puede relacionar la “corporeidad” de la Humanidad de Jesucristo con la celebración litúrgica. Magistralmente lo expresó San León Magno: “Lo que era visible en la vida del Salvador ha pasado a los sacramentos” (Sermo LXXIV. De Ascensione Domini, II, cap. I: PL 54). “Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado. El Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del mundo” (Encíclica, Laudato sí, 235).
Con palabras de un himno de la Liturgia de las Horas con resonancias rahnerianas podemos rezar: “Hombre quisiste hacerme, no desnuda inmaterialidad de pensamiento. Soy una encarnación diminutiva; el arte, resplandor que toma cuerpo. La palabra es la carne de la idea: ¡encarnación es todo el universo! ¡Y el que puso esta ley en nuestra nada hizo carne su verbo! Así: tangible, humano, fraterno”.
La Humanidad de Jesús refleja la “humanidad de Dios”. Dios en Jesucristo se nos ha manifestado humilde y cercano. Se ha hecho próximo del que cayó en manos de los bandidos, derramando en sus heridas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (cf. Lc. 10, 36). Jesucristo siendo rico se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cf. 2. Cor. 8, 9). Siendo de condición divina se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Fil. 2, 7 ss).
Adán, instigado por la serpiente, creyó que Dios es prepotente y celoso, que se afirma a sí mismo humillando al hombre (cf. Gén. 3, 5. 22). Adán se confundió de modelo. Deseando ser como el Dios que se había forjado, se encontró despojado (cf. Gén. 3, 10). Dios y el hombre no son competitivos. Más bien, la gloria de Dios consiste en el hombre viviente (cf. Jn, 17, 1 ss). Dios manifiesta especialmente su poder con el perdón y la misericordia. Jesús, el nuevo Adán, ha recorrido el camino inverso al pretendido por el viejo Adán: Desde la humillación hasta la glorificación. Dios es compasivo y condescendiente; nos manifiesta su gracia y ternura en Jesucristo.
Pretender alcanzar la sabiduría más alta, querer decidir lo que es bueno o malo sin respetar el fundamento que es la Ley de Dios, al margen del camino del descenso del Hijo de Dios, oculta una sutil falta de humildad. Dios es amor y Amigo de los hombres. El amor verdadero no retrocede ante el sufrimiento que le exige vivirlo realmente. El amor auténtico se manifiesta en la capacidad de sacrificio por la persona amada. En la sacratísima Humanidad de Jesús, que siendo Hijo de Dios se hizo hombre e historia por nosotros, descubre Santa Teresa otra razón de orden antropológico. “Nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo. Querernos hacer ángeles estando en la tierra es desatino” (Vida 22, 9).
Jesús se ha hecho hombre débil, ha sido desfigurado su rostro en Getsemaní; el más hermoso de los hijos de los hombres, está tan afeado que los hombres al ver su rostro miran para otra parte. La pasión del Señor es antídoto contra la tentación que desprecia lo débil, lo pobre, lo desfigurado. Aquí puede insinuarse la tentación de ser puros como ángeles y soberbios como demonios. Nos viene bien la cruz para que no nos enorgullezcamos; el aguijón en la carne que Pablo padeció y del cual no le liberó el Señor para no engreírse (cf. 2 Cor. 12, 7).
La insistencia de Santa Teresa en la Humanidad de Jesucristo, como orante y maestra de oración, nos introduce en el centro del Evangelio y de la revelación de Dios, a saber, en la persona de Jesús y en su historia, que hunde sus raíces en la eternidad de Dios y desemboca en la gloria, patria de la humanidad y descanso del corazón.
Unamos con mirada amplia el nacimiento y la muerte de Santa Teresa. Ana de San Bartolomé, secretaria, confidente y enfermera de la Santa recuerda sus últimos momentos. Pidió que le llevasen el Santísimo Sacramento y cuando lo vio se incorporó con gran ímpetu de espíritu; decía y repetía: Señor, ya es tiempo de caminar; daba muchas gracias a Dios por verse hija de la Iglesia y morir en ella; con los méritos de Jesucristo esperaba ser salva; y nos pedía que suplicásemos a Dios que perdonase sus pecados y que no mirase a ellos sino a su misericordia.
¡Es tiempo de caminar! ¿Adónde? Al encuentro con Jesucristo, el Amigo que no falta. Siendo Palabra eterna de Dios se ha hecho Camino que conduce a la vida verdadera. Es tiempo de caminar hacia las periferias geográficas y humanas como hermanos y apóstoles. Es tiempo de caminar hacia el corazón de la Iglesia, nuestra casa y hogar. Es tiempo de caminar, como hijos pródigos, al encuentro con el Padre que nos espera, que hace fiesta por el retorno, que nos restituye a la condición de hijos. Es tiempo de caminar al “Año de la misericordia” de Dios, convocado por el Papa Francisco, que se abrirá el día 8 de diciembre. Las primeras palabras de la Bula culminan lo que hemos venido diciendo: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”.
Teresa de Jesús es maestra de oración; durante este año hemos acudido frecuentemente a su escuela. La oración supone la fe en el Señor, que es Amigo verdadero; y, viceversa, la oración alienta la fe y reaviva su ardor evangelizador. La oración ensancha el corazón para amar y fortalece la voluntad para que nazcan obras a favor de los demás.
Uniéndonos a la Asamblea de Obispos, que se celebra estos días en Roma, invocamos la intercesión de Santa Teresa para que los padres inicien en la fe a sus hijos. La fe se transmite particularmente enseñando a rezar a los niños y rezando con ellos. ¡Que Santa Teresa los acompañe hasta la Virgen, Madre y Maestra, a cuyo regazo acudió ella confiadamente! ¡Que María, Madre de misericordia, nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre!
Mensaje del Papa Francisco en el 500 aniversario del nacimiento de santa Teresa de Jesús
Al Revdmo. P. Saverio Cannistrà, Prepósito general de la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo
Querido Hermano:
Al cumplirse los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia del Carmelo descalzo –religiosas, religiosos y seglares– por el carisma de esta mujer excepcional.
Considero una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios. Se trata de un motivo más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir “la chispa inspiradora” que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades. (cf. Carta a los Consagrados, 21 noviembre 2014).
¡Cuánto bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la Iglesia!
- Santa Teresa es sobre todo maestra de oración. En su experiencia, fue central el descubrimiento de la humanidad de Cristo. Movida por el deseo de compartir su experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en “tratar de amistad con quien sabemos nos ama” (Vida8,5). Muchas veces la misma narración se convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo interior con Cristo. La de Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día; surgía espontánea en las ocasiones más variadas: “Cosa recia sería que sólo en los rincones se pudiera traer oración” (Fundaciones 5, 16). Estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta. La Santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.
Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.
- Apartir de su encuentro con Jesucristo, Santa Teresa vivió “otra vida”; se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida23,1). Deseosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió – dice ella – “hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo” (Camino1,2). Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando “con Dios negocios de poca importancia” cuando estaba “ardiendo el mundo” (Camino 1,5). Esta dimensión misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo.
Como hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.
- Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica vida comunitaria. Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios fue la fraternidad: “Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” (Camino4,7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste “todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo” (Camino12,2) y poner cuanto somos al servicio de los demás. Para evitar este riesgo, la Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28).
Lo contrario es lo que ella llama la “negra honra” (Vida 31,23), fuente de chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los otros. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios.
Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno y de la maternidad de la Iglesia, presentando al Señor las necesidades de nuestro mundo, desgarrado por las divisiones y las guerras.
Querido hermano, no quiero terminar sin dar las gracias a los Carmelos teresianos que encomiendan al Papa con una especial ternura al amparo de la Virgen del Carmen, y acompañan con su oración los grandes retos y desafíos de la Iglesia. Pido al Señor que su testimonio de vida, como el de Santa Teresa, transparente la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca.
A toda la familia teresiana imparto mi Bendición Apostólica.